La nieve cubría los sembrados. El viento del norte, tan incisivo siempre, había sin embargo, dado una tregua y la mañana estaba fresca pero no fría. Por entre las laderas de la Sierra de la Demanda, a la izquierda de la Mambla un sol tímido y oblicuo, de mañana de invierno, llenaba el espacio de una luz casi cegadora reflejada entre la blanca nevada.
Tranquilino, que hacía siempre honor a su nombre, salió de la casa con un caminar pausado. Acababa de meterse entre pecho y espalda un desayuno de dos huevos fritos con un cuarto de kilo de careta de cerdo convertida en torreznos. Lo habitual eran unas tristes sopas de ajo aliñadas con una pizca de manteca de cerdo, pimentón, un par de picatostes de pan frito en la manteca y un trozo de panceta del tamaño de un dedal. La cosecha no había dado para más y el cerdo, que acababan de matar hacía una semana, debería durar hasta el siguiente noviembre. Pero era la mañana del día 22 de diciembre, las navidades estaban a la vuelta de la esquina y tenía un pálpito. Como todos los años, soñaba con que le tocaba la lotería y acababa con aquel padecimiento de tener que vivir en una casa limpia pero sin comodidades, comiendo potaje, trabajando de sol a sol en el campo y siempre pendiente del cielo. Cuando llovía mucho porque no podían sembrar. Y cuando no llovía porque las espigas granaban mal, el grano era pequeño y no podrían alimentar ni a las ovejas ni a los cerdos. Y si el ganado no comía, ellos las pasaban canutas. En invierno, mal por el frío y en verano, también por el calor. Y encima los madrugones a las cuatro de la mañana para que a las nueve ya estuviera lista la primera parva sobre la era y les diera tiempo a trillar y recoger antes de que el sol se tornara oscuridad.
Estaba Tranquilino llenando en la tenada las canales de madera con harina, salvado de cebada y centeno y paja de algarrobas, cuando unos gritos de Constancia, su hermana, le pusieron sobre aviso. Preocupado salió lo más deprisa que pudo de la majada, que en su caso ni siquiera era echándose a correr, sino caminar con paso lento pero constante aunque abandonando el traje de cansancio eterno que siempre llevaba puesto. Cuando llegó a la puerta de la casa, su hermana saltaba de alegría gritando “¡que nos ha tocado!, ¡qué nos ha tocado!”. Tranquilino no participó de la algarabía aunque sabía perfectamente que se estaba refiriendo a la lotería de Navidad. Había que preguntar si era el gordo o un premio menor. Su hermana entre lágrimas de alegría le decía, el gordo, el gordo, 800.000 pesetas. Toda una fortuna. Un piso en la capital costaba alrededor de las ciento cincuenta mil y uno de esos tractores modernos unas ciento setenta mil.
Cuatro meses y medio después, Tranquilino, tras sacarse el carnet de conducir, estrenó su flamante Barreiros R440 rojo. La tía Fulgencia que conocía las ganas de trabajar que siempre había mostrado Tranquilino desde pequeño, cuando le vio subido en su tractor con el traje de los domingos puesto, le espetó a modo de premonición: “Tranquilino, buen tractor te has comprado, pero como no are sólo o desde Burgos, no le veo yo la gracia al aparato”. Tranquilino que nunca se inmutaba por nada, ni siquiera entendió el mensaje de la buena de Fulgencia. Y bajándose del tractor, se dirigió a la carretera a coger el coche de línea para justamente irse a la capital.
Pasaron poco más de tres campañas y la hermana de Tranquilino, una mañana muy parecida a la de la lotería, pero del mes de abril, comentó con su hermano la situación. Desde que les había tocado la lotería, las fanegas de grano en la troje, en lugar de aumentar, se habían reducido drásticamente. Entre el tractor, la compra de los aperos, el carnet de conducir y unas tierras que habían comprado, se habían gastado más de la mitad del premio en los dos primeros años. Y lego estaba la obsesión de su hermano por irse a la ciudad a almorzar y a pasar la mañana en lugar de cuidar el ganado. Arar araba lo necesario, pero desde la siembra a la cosecha se olvidaba casi por completo de las fincas y parecía que no tuvieran ganado que cuidar. Así que, ya solo les quedaban 200.000 pesetas en el banco. De seguir así, en cuatro o cinco años más, no quedaría ya nada del premio. Pero Tranquilino, que nuca se inmutaba por nada se encogió de hombros. Se dio media vuelta, y volvió a emprender camino a la parada del coche de línea. Había quedado para comer en la capital con un tipo que le había ofrecido el negocio de poner un molino eléctrico y competir con el viejo molinero del cauce del arroyo Maravillas. Acababan de poner la trifásica en el pueblo y Tranquilino pensó que mientras el viejo molinero tardaba un par de horas en moler dos fanegas de trigo, el molino eléctrico lo hacía en diez minutos y además era capaz de separar la harina del salvado.
Pusieron el molino e invirtieron otras cien mil pesetas entre la maquinaria y adecuar una vieja cuadra para esos quehaceres, Pero el molino tenía el mismo problema que el tractor, que no molía solo. Y al final los diez minutos se convertían en cuatro días.
Poco a poco, a pesar de los esfuerzos de su hermana por advertir de lo que venía, la bolsa fue menguando hasta quedarse seca. El 1 de enero de 1974, diez años después de ganar la lotería, el juzgado embargaba a Tranquilino, la maquinaria del molino, el tractor y las tierras adquiridas. Tranquilino nunca pensó que se acabaría el dinero. Ochocientas mil pesetas era una cantidad infinita en un mundo dónde una oveja costaba trescientas pesetas.
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Todos somos Sheram
El problema que tiene la humanidad es que es un punto de arena en la inmensidad del desierto. No estamos acostumbrados a medir el tiempo ni tampoco las cantidades en su justa medida y por tanto, tendemos a pensar que todo es infinito. Si durante cientos de años hemos estado sacando petróleo de las entrañas, si durante miles de años hemos obtenido cobre o hierro, tendemos a creer que esos recursos nunca se van a agotar. Y sin embargo, un pensamiento sencillo de entender es que si consideramos la tierra como una bolsa con monedas, aunque tengas un millón de ellas, si todos los días sacas un par de ellas en medio millón de años te quedarás sin ninguna. Medio millón de años, por supuesto, es una cantidad de tiempo tan enorme que siempre parecerá lejana. ¿Pero que pasa si hoy sacas dos, mañana cuatro, al día siguiente ocho y así sucesivamente? Pues que como en la fábula de Sissa, parecerá que la cosa no tiene importancia y sin embargo, la bolsa se reducirá tan drásticamente que las monedas desaparecerán en apenas veinte días. Y claro, si durante cientos de años has estado sacando una moneda al día, luego durante otros cientos, dos, y luego vas acortando los periodos y aumentando la extracción de monedas, todos los que durante siglos han estado contando como se sacaban las monedas, pero que desconocen las que llevan y lo que es peor, las que quedan, seguirán diciendo que la bolsa es infinita, pero llegará un momento en que la progresión se ha acelerado tanto, que todo resultará fatal en poco espacio de tiempo.
Creo que ya lo he contado alguna vez aquí, pero por si acaso, este video de Antonio Turiel, científico del CSIC, sobre el peak oil es muy ilustrativo y sirve perfectamente como explicación al punto en el que estamos ahora.
Pero no claro, la tierra no es una bolsa de cuero estática guardada en un cajón. Como dice el gran German iglesias, «Existimos como holobiontes en una comunidad de microorganismos trabajando en simbiosis que dependen de un ecosistema óptimo para prosperar». La tierra es un planeta vivo, un CONJUNTO de coyunturas, de seres vivos, de climas, de fenómenos naturales y de situaciones variopintas que, aunque no lo parezcan, están unidas entre sí.Y, si se rompe una de ellas, acaba afectando a las otras. Y cuando lo que se desestabiliza es superior a lo que permanece inamovible, acaba sucediendo el caos. En uno de los tuits, precisamente de Antonio, me llegó el viernes por la noche este artículo de The Guardian, que pone los pelos de punta. El deshielo masivo y acelerado de los glaciares de Groenlandia y de la capa de hielo del ártico, está aportando tanta agua dulce al mar que impide el hundimiento del agua salada y por tanto, provocando la ruptura de la circulación meridional del Atlántico (Amoc), un vasto sistema de corrientes oceánicas que es un componente clave en la regulación climática global. Una ruptura que puede sufrir un cambio abrupto que tendrá consecuencias nefastas para la tierra, sus individuos, sus plantas y sus organismos. Y nosotros no somos especiales, ni inmunes.
A este cambio abrupto que cuando ocurra será inmediato y catastrófico, estamos contribuyendo con nuestras actitudes todos los seres humanos, aunque especialmente los del llamado primer mundo. Es curioso, pero nunca me había parado a pensar que Monegros, hoy desierto, significa monte negro y que no hace ni seiscientos años lo que hoy es polvo y huertas artificiales de regadío, eran pinos, sabinas, encinas y robles. Y aunque algo había leído, resulta que en el Sáhara hace unos 2.500 años (que en tiempo universal no es nada) había ríos en los que se pescaba y una sabana con árboles y hierba donde pastaban las jirafas. Y en Madagascar, que sufre una de las peores sequías, en pocas décadas del siglo XX quemaron la vegetación y los árboles para tener pastos para el ganado (actualmente sólo se conserva el 10 % de la cubierta forestal original), lo que provocó que poco a poco la lluvia casi desapareciera y ahora solo tienen un polvo rojo que todo lo tiñe y una hambruna sin precedentes. Recordemos que no muy lejos de allí está uno de los empíreos del turismo, el archipiélago de la Seychelles, un paraíso vegetal.
Cuando hablamos de tiempo ecológico, se nos escapa siempre la percepción de lo que significa. Claro que siempre ha habido días de sol en enero. Y siempre ha habido días extremo calor en julio. El problema ahora no es que existan esos días, sino que se haya convertido en lo normal. El problema es que el mes de enero de 2024, se haya cerrado con más de 1,5 º de temperatura por encima de lo esperado. Hay que recordar que ese 1,5 º era un objetivo a no superar en 2050. El problema es que el agua de los mares está en temperaturas de récord, 21,1 º a 31 de enero de 2024. El problema es que el anterior récord apenas ha durado 4 meses (agosto del 23). El problema es que hace cincuenta años, lo normal era que mi padre tuviera que hacer camino entre la nieve con la pala para que pudiéramos ir a la escuela, y todos los años nevaba abundantemente con terrenos helados y cubiertos de blanco durante varios meses entre octubre y mayo. Lo grave es que esto ha ido a menos de tal forma que desde hace diez años, apenas ha nevado un par de días en todo ese largo periodo de dos lustros y que dónde antes había arroyos y fuentes hoy solo hay tierras áridas que dependen constantemente de que llueva a tiempo y necesitan de abonos químicos para que el trigo y la cebada puedan crecer. ¿Qué ha cambiado? Si sirve como ejemplo, en mi pueblo hace sesenta años había más de mil hectáreas de monte bajo. Hoy apenas si quedan 225. La falta de arbolado provoca aumentos de la temperatura y falta de lluvias. Si a eso le sumamos que lo que antes era monte hoy son tierras de labranza que se aran y se les quita toda vegetación, el resultado es erosión, secado del suelo, disminución de los acuíferos y un problema a lo largo de sequía.
El futuro es oscuro y tenebroso. Los políticos están al servicio de grandes emporios, mafiosos varios y gentuza sin escrúpulos que defienden un sistema que nos está llevando al caos. No se puede crecer infinitamente en un mundo finito. Recordad que un millón de monedas que se sacan en una progresión aritmética del doble cada vez, se acaban en 20 días. No se puede usar el agua que es un bien escaso y de todos para el negocio de unos pocos. ¿Pero que podemos esperar de gobiernos como el de España que acaba de pasarse por la piedra a un montón de personas con más de 19.000 euros en multas por encadenarse para que unos árboles no fueran talados porque la alternativa era suprimir el tráfico en una calle durante unos meses? ¿Qué podemos esperar de un gobierno, que se autoproclama como el más progresista de la historia, que en lugar de poner solución al problema de la vivienda, trasvasa los fondos nuevamente a los bancos para que sigan especulando con ella?
¿Qué podemos esperar de gobiernos que se suman a la doble vara de medir? ¿Lo que vale para una Rusia que invade no vale para una Israel que no sólo invade, sino que asesina impunemente cometiendo el mayor genocidio de la historia? ¿Qué podemos esperar de gobiernos que le quitan el agua para beber a las personas mientras dejan que unos pocos la utilicen sin medida para sus negocios, ya sean de exportación de frutas, como de alfalfa, como campos de golf u hoteles?
Como ya ha advertido el Secretario General de un organismo florero que todo el mundo usa como excusa, la ONU, «el mundo actual es una peligrosa e impredecible selva, donde reina la total impunidad». A lo que yo añado que en España, además, esa impunidad tiene un marcado color político y los que deberían estar sentados jugando a las cartas en Soto del Real son los que dan lecciones y deciden lo que está bien y lo que no, lo que es punible y lo que no.
Me temo que vamos hacia el caos total. Y como siempre vengo advirtiendo, si apagamos la TV dejaremos de formar parte de este circo de polémicas superficiales sobre festivales de frikis, canciones para idiotas y noticias tergiversadas que desvían la atención sobre los mafiosos y las centran en el pobre robagallinas.
Sólo nos queda, el feminismo, la ecología y el decrecimiento.
Salud, república y más escuelas.