El reciente escándalo Montoro ha dejado sin argumentos ni estrategia a Alberto Núñez Feijóo. El líder del Partido Popular se estaba aferrando a dos pilares básicos sobre los que apoyar todo su discurso político: la xenofobia contra la inmigración (la disparatada carrera competitiva en la que ha entrado para no perder votos respecto a Vox) y la corrupción del PSOE. El primero ya sabemos a dónde conduce, a los disturbios racistas de Torre-Pacheco. En cuanto al segundo, tampoco le ha salido bien al gallego, ya que justo cuando el caso Koldo estaba en pleno auge, con Santos Cerdán en Soto del Real y las mordidas y prostitutas aflorando, va y le estalla en las narices el asunto de Cristóbal Montoro y su despacho o bufete instalado en el corazón mismo del Ministerio de Hacienda, desde el que se cerraban negocios privados con empresas gasísticas. Una pena para el eterno aspirante a la Moncloa.
Las alarmas sonaron en Génova 13 cuando se supo que un juez de Tarragona había abierto causa penal contra Montoro y otras 28 personas del ministerio y de las empresas implicadas. Fue entonces cuando Feijóo sacó al escenario a uno de sus apagafuegos o comemarrones habituales, el vicesecretario de Hacienda, Vivienda e Infraestructura del PP, Juan Bravo, quien trató de quitarle importancia al caso Montoro con vanas excusas como que el ministro ya no forma parte del PP, que el asunto ocurrió hace mucho tiempo o lo más peregrino y sorprendente de todo: que en el episodio que persigue al exministro de Hacienda no hay “prostitutas” o “colocación de amigas”, como si ese hecho le restara un ápice de gravedad al escándalo de Montoro y Asociados, la empresa-chiringuito más tarde denominada Equipo Económico. “Si hacemos un análisis amplio, yo creo que ustedes aquí no están oyendo hablar de mordidas, de prostitutas, de colocación de amigas en cátedras que no existen”, dijo Juan Bravo cubriéndose de gloria.
Obviamente, estas explicaciones del PP sobre un sumario gravísimo que puede haber carcomido de corrupción a uno de los ministerios más importantes (el de Hacienda encargado de recaudar los impuestos para sostener el Estado de bienestar) no convencieron a nadie, de modo que tuvo que salir a la palestra el propio líder del PP, Núñez Feijóo, quien matizó al asegurar que “lo que haya que investigar, que se investigue”. Esta sentencia de Perogrullo puso en evidencia el estado de shock del presidente popular, jefe de la oposición y eterno candidato a la Moncloa, que veía, una vez más, cómo el poder que ha acariciado tras el sindiós del caso Koldo se le alejaba de la mano. Si la última encuesta del CIS de Tezanos auguraba un descalabro del PSOE con pérdida de 7 puntos y un empate técnico por el vendaval de la corrupción, habrá que ver qué opinan los españoles de que Montoro haya estado haciendo negocios con empresas afines mientras a ellos se les apretaba el cinturón en medio de la crisis. Porque si el PP no hace autocrítica y limpieza interna muchos pueden plantearse que este partido ya no es votable.
Un lacónico Feijóo, muy alejado del crecido personaje político de las últimas semanas, constaba con estupor que la corrupción enferma y mata por igual a uno y otro partido, de modo que no se puede basar toda una estrategia política, un programa y un proyecto de país a un solo punto: los socialistas son malos, los del PP somos buenos. “Mi criterio acerca de la corrupción es muy claro y no cambia con independencia de a quién afecte”, tuvo que claudicar el dirigente genovés. Y solo le quedó asumir que él no hablará “ni de persecución de los jueces ni de pseudomedios”. El tono ha cambiado, es más moderado, y el hooligan de barra brava que acusó de vivir de prostíbulos a Pedro Sánchez anda ahora de capa caída y tratando de tapar las grietas que deja el caso Montoro.
Feijóo vive en un tobogán constante, en una montaña rusa que lo conduce a la ciclotimia. Tan pronto se ve en Moncloa como el paraíso se le aleja. Y lo peor de todo es que los ecos de la corrupción no han terminado ni han quedado en el último auto del juez de Tarragona. El sumario va a seguir creciendo y se van a conocer cosas aún más espeluznantes sobre la Kitchen fiscal del PP (también los casos de acoso a los periodistas que trataban de investigar qué demonios era eso del Equipo Económico, el bufete montado por Montoro para supuestamente favorecer a numerosas empresas). Feijóo va a tener que dar un giro a su estrategia porque, evidentemente, dándole palos al PSOE por su corrupción en el caso Koldo no le va a alcanzar para conquistar la mayoría absoluta y el poder. Menos teniendo en cuenta que en otoño empezará el carrusel de juicios, hasta 30, sobre la corrupción del Partido Popular en tiempos de Mariano Rajoy. Un auténtico desastre si lo que pretende Génova es aparecer como el gran partido de la regeneración moral. Lo va a tener complicado el dirigente conservador para convencer a los españoles de que su proyecto es el más limpio y transparente, de modo que después del verano va a tener que remangarse, sentarse a estudiar y trazar políticas concretas para los ciudadanos, sobre todo en materia económica y de protección social. El país va bien, crece y crea empleo, así que por ahí también se le complica el discurso alternativo al sanchismo. De momento, cada vez que vaya al Congreso de los Diputados a afearle los trapos sucios a Sánchez va a tener que desayunarse con un titular sobre las andanzas de Montoro. Así no hay quien llegue a la Moncloa.