El Congreso salda, por fin, una deuda con las pioneras de la democracia

La Cámara Baja homenajeará a las nueve diputadas de la Segunda República, un gesto simbólico largamente postergado que reivindica la presencia de las mujeres en la historia política de España

21 de Julio de 2025
Actualizado a las 12:58h
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El Congreso salda, por fin, una deuda con las pioneras de la democracia

Ochenta y cinco años después de que las armas silenciaran sus voces en el hemiciclo, el Congreso de los Diputados rendirá homenaje a las primeras mujeres que ocuparon un escaño por decisión de las urnas. Campoamor, Kent, Nelken, Lejárraga, De la Torre, García-Blanco, Álvarez Resano, Bohigas y Dolores Ibárruri, ‘Pasionaria’, formarán parte de la galería institucional del Parlamento. Se trata de una decisión que no solo corrige una omisión histórica, sino que reclama su lugar en una tradición democrática que durante décadas ha marginado, difuminado o relegado la aportación política de las mujeres.

Una memoria selectiva a punto de abrirse

Hasta ahora, la colección de retratos del Congreso homenajeaba casi exclusivamente a hombres, muchos de ellos parlamentarios del siglo XIX. La presencia femenina se limitaba a algunas reinas, presidentas de la Cámara y la sufragista Clara Campoamor, a quien solo recientemente se le encargó un retrato circular (o tondo), aún pendiente de colocación.

El nuevo acuerdo en la Mesa del Congreso, impulsado por la mayoría de PSOE y Sumar, permite por fin incorporar al canon institucional a las nueve diputadas que lograron escaño durante la Segunda República, entre 1931 y 1936. Lo hace tras meses de negociaciones con un Partido Popular inicialmente reacio a incluir figuras como la de ‘Pasionaria’. Finalmente, el grupo conservador ha aceptado aplicar un “criterio cronológico” para incluirlas, allanando así el camino para su aprobación formal.

La decisión, sin embargo, no es un acto de generosidad política: es un gesto de justicia institucional que llega con décadas de retraso. Si el hemiciclo fue alguna vez el espejo de la sociedad, durante demasiado tiempo reflejó una imagen incompleta, donde las mujeres estaban ausentes no solo del relato político, sino incluso de los muros que lo narran.

Del olvido al reconocimiento: nombres con historia

Las protagonistas de este reconocimiento no fueron figuras menores ni pasajeras. Dolores Ibárruri, la emblemática ‘Pasionaria’, no solo destacó por su oratoria durante la Guerra Civil, sino que lideró el Partido Comunista en el exilio durante dos décadas y regresó al Congreso en 1977, como diputada por Asturias. Su inclusión en la galería parlamentaria simboliza la persistencia de una lucha que sobrevivió a la represión y al destierro.

Clara Campoamor y Victoria Kent protagonizaron uno de los debates más célebres de nuestra historia parlamentaria: la extensión del sufragio a las mujeres. Ambas mujeres, aunque enfrentadas en estrategia, compartían un mismo compromiso con la libertad y los derechos cívicos, algo que hoy resulta más necesario que nunca recordar.

Margarita Nelken, diputada socialista que acabaría en el PCE, fue la única de ellas que logró escaño en las tres legislaturas republicanas. Su presencia en el Congreso no se limitó a ocupar un asiento: escribió, argumentó y legisló con una fuerza intelectual que la convirtió en referente para muchas que vinieron después.

La escritora María Lejárraga, cuyo nombre figuraba en las papeletas pero cuyas obras firmó durante años su marido, el dramaturgo Gregorio Martínez Sierra, representa también esa otra forma de invisibilización que no ocurre en las tribunas sino en las bibliotecas: la de la autoría negada.

Las socialistas Matilde de la Torre, Veneranda García-Blanco y Julia Álvarez Resano, así como la conservadora Francisca Bohigas Gavilanes, única diputada de derechas durante la República, aportaron la pluralidad de un tiempo en el que las mujeres comenzaban a hablar con voz propia en el espacio público. Ninguna tuvo un camino fácil. Ninguna debería haber sido olvidada.

Una herencia que aún cuesta asumir

Que haya sido necesaria una mayoría progresista para impulsar esta medida —y que aún hoy genere reticencias en sectores conservadores— dice mucho más del presente que del pasado. La inclusión de estas figuras no solo pone en valor sus trayectorias: cuestiona, sin aspavientos, la continuidad de una cultura institucional que ha preferido la conmemoración de padres fundadores a la visibilización de las madres políticas.

Resulta revelador que, más de un siglo después de que las mujeres accedieran por primera vez al hemiciclo, sigan dependiendo de la correlación de fuerzas para que sus rostros cuelguen de sus paredes. Porque, en el fondo, no se trata de estética ni de historia: se trata de poder simbólico. Y ese poder ha sido, tradicionalmente, administrado en clave masculina.

A partir de ahora, cuando se camine por los pasillos del Congreso, sus rostros acompañarán a los de Azaña, Suárez o Sagasta. No como una concesión ni como un gesto decorativo, sino como lo que fueron: diputadas, legisladoras, ciudadanas plenas en un país que aún no las reconocía como tales.

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