La subida del Salario Mínimo Interprofesional, que el Gobierno de coalición venía vendiendo como gran logro de sus políticas progresistas, será finalmente sometido a tributación en el Impuesto de la Renta (IRPF). De esta manera, los 50 euros que Pedro Sánchez había prometido a las rentas más bajas, a bombo y platillo, quedarán en apenas 30 (justo lo que exigía la patronal), consumándose así una especie de tocomocho, fraude o ejercicio de trilerismo de nuestro querido presidente con las clases más vulnerables.
A esta hora, seguimos sin saber de quién ha sido la infeliz idea, si de la ministra Montero, si del liberal Cuerpo o de quién. Pero lo cierto es que el Gobierno se ha pegado un tiro en el pie en el peor momento. Cuando arrecia la ofensiva ultra en toda Europa, cuando Donald Trump sigue firmando órdenes ejecutivas como churros para desmantelar el Estado de bienestar, llega Sánchez y se saca este as perdedor de la manga que no se explica y que no hace sino aumentar el nivel de indignación con el sanchismo de esa parte de la clase trabajadora que coquetea ya con el neonazismo por desesperación, por nihilismo ante un futuro negro o por pura revancha contra el sistema.
No era el momento de este harakiri. Pero por lo visto han podido más las presiones de Garamendi –roñoso y cicatero cuando se trata de mejorar las condiciones laborales del precariado– que la insistencia de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, siempre empeñada en defender con uñas y dientes lo último que queda de Estado social y democrático de derecho, o sea, de Welfare State. Si alguien planeaba darle la estocada final a Díaz y a su proyecto Sumar, no podía haber escrito un mejor guion que este. La ministra llevaba semanas defendiendo la negociación con patronal y sindicatos para volver a incrementar el SMI, incluso se había posicionado abiertamente en contra de que el salario mínimo tributara en el IRPF, plantándole cara a la titular de Hacienda, María Jesús Montero. Hoy, en rueda de prensa y ante toda España, su cara era la viva expresión de la impotencia, mientras reconocía que se había enterado de la reforma “por la prensa”, ya que el asunto ni siquiera se ha debatido en el Consejo de Ministros. Es evidente que alguien se la había jugado bien jugada a la líder de Sumar. Alguien había consumado un complot contra ella para desautorizarla, ningunearla, puentearla y tratarla como la última mona del Gobierno. Pocas veces hemos asistido a un espectáculo tan patético: el de toda una ministra quejándose con amargura, ante los periodistas, de que le están haciendo el vacío. Mal va el barco sanchista si las puñaladas de los grumetes se dan a plena luz del día, ante las cámaras de televisión y en prime time.
Hace tiempo que las relaciones de Yolanda Díaz con los integrantes del ala socialista del gabinete no son buenas, y esas fricciones se trasladan a su día a día con el jefe, a su trato personal con Sánchez. Este descarnado timo a la clase trabajadora, esta farsa socialdemócrata, este teatrillo consistente en darle pan al pobre para quitárselo después por vía de impuestazos (una maniobra cruel propia de gobernante cruel) viene a confirmar que hay algo de cierto en quienes vaticinan un cambio de rumbo o volantazo a la derecha en Moncloa. La economía española va bien, o eso al menos dicen la OCDE y el Financial Times, pero negros nubarrones asoman en el horizonte. Con Trump aplicando a la UE el impuesto revolucionario MAGA en forma de aranceles al acero y al aluminio, con una nueva burbuja inmobiliaria calentándose otra vez y con las Bolsas cayendo en la trampa del repliegue aislacionista, preludio de una posible recesión, es posible que Sánchez haya concluido que la fiesta socialista se ha terminado y que llegan tiempos de austeridad, de apretarse el cinturón, de vacas flacas. Mala noticia si es así.
Este país necesita seguir avanzando en reformas sociales. Es cierto que en los últimos años el SMI había pasado de 700 a 1.184 euros y ese logro debe ser anotado, sin duda, en el haber del Gobierno. Pero otras reformas vitales han sido más bien tímidas (véase la reforma laboral diseñada por la propia Díaz que llegó convenientemente pulida, podada y recortada al Parlamento), de modo que no es el momento de dejar de ser ambicioso para escudarse en el clásico conservadurismo del PSOE cuando las cosas se tuercen. Los españoles no entenderán que mientras la banca gana miles de millones, más que nunca, se esté regateando al proletariado la miserable migaja de los veinte euros. Los jóvenes no encuentran una casa digna y barata, los desahucios se reactivan como en los peores tiempos de los gobiernos de la derecha y los contratos basura siguen funcionando como siempre. ¿Cómo explicarle a toda esta gente que tienen que pasarse por Hacienda para regularizar su miseria? Letal para la izquierda.
En sus últimos tiempos, el felipismo derivó en cachondosocialismo (con huelga general incluida) y todo apunta a que Sánchez está siguiendo esa misma senda de la perdición que no conduce a ninguna parte más que a la melancolía y a una derrota electoral que abriría la puerta al PP apoyado en la muleta del nuevo fascismo posmoderno marca Vox. Si Montero es la nueva niña de sus ojos del presidente, su mejor nueva amiga para tiempos conservadores, mientras que la beligerante y luchadora ministra de Trabajo pasa a un segundo plano, que lo diga abiertamente el premier socialista y tomaremos nota. La maniobra de querer engañar al trabajador con la técnica del palo y la zanahoria no tiene un pase y solo es comparable a aquel otro sucio trile protagonizado en su día por Mariano Rajoy, que tuvo el cuajo de enviar una carta a los pensionistas para anunciarles la buena nueva de que le subía la paguita un 0,25 por cien.
O rectifica Sánchez, y de inmediato, o se va a encontrar con las banderas rojas de los sindicatos, los pitos, las pancartas y las cacerolas, a las puertas de Moncloa. De momento, Feijóo ya está rentabilizando el feo asunto del SMI, sumándose a las tesis de Yolanda Díaz (como cuando la pinza Aznar/Anguita) para que la miseria no pague al fisco. El último volantazo al centro de Sánchez contenta a la patronal y al Ibex y hace parecer socialcomunista al gallego. Hemos pasado del impuesto a los ricos al impuesto a los pobres. Así se hunde la izquierda. Qué cosas.