PNV y Junts le ponen el cordón sanitario a Feijóo

El boicot del Partido Popular al catalán, euskera y gallego quiebra toda posibilidad de acuerdo con las fuerzas nacionalistas

28 de Mayo de 2025
Actualizado el 29 de mayo
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Feijóo y Abascal en una imagen de archivo.
Feijóo y Abascal en una imagen de archivo.

El boicot del PP al catalán, euskera y gallego en la UE ha vuelto a unir a las fuerzas nacionalistas conservadoras. Junts y PNV han desenterrado el hacha de guerra contra Feijóo. Si hace unos meses parecía que el Partido Popular trataba de acercarse al nacionalismo periférico, al que necesita para gobernar, ahora esa asociación se antoja imposible. Feijóo se ha pegado un tiro en el pie y ya sabe que solo le quedan dos caminos para llegar a la Moncloa: ganar las próximas elecciones por mayoría absoluta u obtener un buen resultado y que Vox no se hunda para poder coaligar y formar un bifachito nacional. La primera opción se antoja imposible, solo la segunda parece realista.

De entrada, Carles Puigdemont ya ha acusado al líder popular de maniobrar para bloquear el reconocimiento del catalán en Bruselas. En parecidos términos se han expresado los líderes vascos peneuvistas, que llevan un cabreo monumental con el boicot a las lenguas cooficiales. Y mientras tanto, Feijóo agita el españolismo más rancio y centralista, preparando, sin duda, su alianza con la extrema derecha, que a buen seguro será sancionada (si no explícita sí tácitamente) en el próximo Congreso Nacional del PP a celebrar en julio. La estrategia del gallego ha virado, por enésima vez, de forma radical. En septiembre de 2023, Feijóo y dirigente del PNV, Andoni Ortuzar, mantuvieron una reunión privada de la que no se informó a los medios. La entrevista no permitió acercar posturas ante una posible investidura, ya que los nacionalistas vascos no se movieron ni un milímetro del no. El PP no confirmó ni desmintió la reunión con el PNV.

Más tarde, ya en plena legislatura de Sánchez, Feijóo ha tratado de hacer diversos acercamientos para atar los escaños del nacionalismo de cara al futuro. Pero no lo ha tenido fácil. El PNV está más que molesto con la relación del Partido Popular con Vox, un partido que aboga por expulsar a los partidos nacionalistas del Parlamento y por abolir las autonomías. En cuanto a Puigdemont, aunque es cierto que en los últimos tiempos ha hecho algunos guiños a Génova para votar leyes en contra del Gobierno, no olvida lo que ocurrió durante el procés, la aplicación del artículo 155 de la Constitución, la represalia judicial y su exilio en Waterloo. Tanto es así que siempre se ha negado a prestar los siete diputados de Junts para una posible moción de censura contra Pedro Sánchez.

Feijóo ha jugado a la ficción de que puede construir una mayoría alternativa al sanchismo. Pero no es así. Es cierto que el escenario político está cambiando y que la situación hoy es diferente a la que había en España a finales del pasado año. Los escándalos de corrupción empiezan a acosar al PSOE. Asuntos como el caso Koldo, Begoña Gómez, David Sánchez (hermano del presidente), caso fiscal general del Estado y ahora las últimas revelaciones sobre Leire Díez, la fontanera de Ferraz que presuntamente maniobraba para presionar a la UCO de la Guardia Civil e ir cerrando causas y sumarios contra Moncloa, colocan al Ejecutivo de coalición en una situación complicada. Hay clima de descomposición en el sanchismo, como en su día lo hubo con el felipismo, y el PP empieza a despegar en las encuestas. Los últimos sondeos dan una victoria de las derechas de celebrarse hoy las generales y el frente PP/Vox parece más robusto que nunca. Esa cómoda situación demoscópica ha llevado a Feijóo a pensar que puede gobernar sin necesidad de los nacionalistas, en realidad un espejismo, ya que, descartada cualquier posibilidad de mayoría absoluta tras la quiebra del bipartidismo, a nadie se le escapa que España es ingobernable sin la contribución de las fuerzas regionales.

PNV y Junts (antes CiU) siempre fueron piezas claves para sostener el Régimen del 78. Y si el jefe de la oposición cree que solo con Vox puede formar un Gobierno sólido y estable se equivoca de todas todas. Puede que logre alzarse con el poder. Casi medio centenar de diputados ultras apoyándole no es una frágil muleta. Pero una cosa es la investidura y otra gobernar. Un gabinete de populares y ultraderechistas no sería fácil de mantener en el tiempo. Hay demasiadas cuentas pendientes, demasiadas fricciones ideológicas, demasiadas ambiciones encontradas. Se está viendo en los experimentos que ambas fuerzas han llevado a cabo en los gobiernos autonómicos. En la mayoría de los casos han terminado como el rosario de la aurora. El propio Abascal, un hombre irracional e impulsivo, dio la orden de romper con el PP cuando constató que Génova no tragaba con su guerra cultural contra las leyes de igualdad, la integración de los inmigrantes y la Agenda Verde. Por tanto, Vox es un compañero de viaje que puede dejar tirados a los populares en cualquier momento. No olvidemos que el mayor obstáculo de la extrema derecha en su camino para recuperar el poder no es Pedro Sánchez, sino la derecha convencional. Si Abascal no es capaz de darle el sorpasso al PP, su proyecto no tendrá demasiado sentido. El gran sueño consiste en liquidar a la “derechita cobarde” para retornar a la España franquista con todas las de la ley. En ese mismo proyecto está inmerso el nuevo fascismo posmoderno europeo. Allá donde brota un partido trumpista y neonazi allá hay un partido conservador moderado en riesgo de extinción. De eso va el juego, de fagocitar a los democristianos, de echarlos también al monte, para que solo queden dos agentes en la batalla: las fuerzas democráticas y las fuerzas neofascistas.

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