Echarle la culpa al gobierno de España de la situación que ha vivido el periodista Pablo González durante los dos años y cinco meses que ha estado encarcelado en Polonia es intentar desviar la verdadera cuestión de este feo asunto.
La situación de Pablo González fue denunciada, entre otros por el que suscribe este análisis, por considerar que tenía derecho a un juicio justo y que las autoridades de Polonia, país cuya independencia judicial estaba cuestionada por aquél entonces, no daban muestras de transparencia al negarse a difundir las pruebas de las acusaciones concretas que pesaban sobre el informador.
Ahora se ha sabido que Pablo González, o Pável Rubtsov, estaba siendo investigado por los servicios de inteligencia europeos, y que el día de su detención efectuaba tareas de ojeador en las posibles rutas de suministro de armas hacia Ucrania, un elemento clave para complementar la información disponible por satélite.
El jefe del servicio secreto británico, MI6, Richard Moore le había señalado como “uno de los espías rusos ilegales” que llevaba operando tiempo en Europa infiltrado en los movimientos opositores al régimen de Putin, que había mantenido relaciones sentimentales con la hija de Boris Nemtsov, el dirigente muerto a tiros en Moscú en 2015, gracias a la cual pudo acceder al ordenador de la Fundación Nemtsov obteniendo valiosa información.
Hay muchas mas actividades que ahora se empiezan a conocer. Lo que ocurre es que los medios de comunicación españoles que defendieron a González no fueron informados, al menos privadamente, de esas actividades. Y hoy, todavía, el entorno del periodista-espía, o lo que sea, desmienten todas estas informaciones. Y es que está en juego la imagen, y alguna otra cosa, de gente relativamente influyente. El abogado que le ha defendido es Gonzalo Boyé quien sigue negando vehementemente que el periodista sea miembro del servicio de espionaje GRU y califica las informaciones difundidas en los últimos días como “crónicas para medios españoles”.
El interés de Boyé por desvincular a uno de sus clientes con el espionaje ruso tiene sentido. El abogado, al que la Audiencia Nacional acaba de condenar por narcotráfico, defiende los intereses del expresident de la Generalitat, Carles Puigdemont, y el juez número 1 de Barcelona, Joaquín Aguirre, lo ha imputado en las diligencias que tiene abiertas sobre los presuntos contactos de Rusia con el independentismo catalán. Y todos sabemos como se las gasta este magistrado capaz de vincular a los servicios de espionaje dependientes del Kremlin con Boyé por su relación profesional con un agente del GRU.
Total, que de una cosa se deriva la otra. La justicia española puede acabar por dar por probadas esas posibles ayudas de Rusia al procès de las que tantas veces se ha hablado y que siempre se han calificado de alucinaciones de algunos independentistas catalanes proclives a jugar a los espías, como es el caso de Víctor Terradellas, dirigente de CiU al que se le atribuye la idea del envío de 10.000 soldados rusos a Catalunya en el caso de conflicto armado en torno a una hipotética separación unilateral.
Luego están los medios para los que colaboraba González. En Gara, Público y La Sexta aseguran que la labor del periodista siempre fue impecable, profesional y sujeta a la más estricta objetividad. Nunca tuvo una relación contractual con los medios. Era un freelancer. Confeccionaba sus crónicas y luego las vendía al mejor postor. Por cierto, que se comentó que el precio de sus colaboraciones siempre estuvo por debajo de los que se paga en el mercado. De ahí que se comentase su precaria situación económica teniendo que enviar dinero a su pareja y sus tres hijos además de los gastos que suponen los viajes, las estancias, la manutención y los derivados de este tipo de actividad.
Pável Rubtsov, siempre justificó su nivel de vida gracias a que su padre, un ciudadano ruso, le ingresaba todos los meses una cantidad de dinero en concepto de la renta de los alquileres de unos apartamentos que había heredado de una tía. Lo que pasa es que ahora cobra sentido la reflexión del portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov al dar detalles sobre el intercambio de presos: “los estadounidenses intentaron influir en un empleado del GRU que estaba detenido, encontraron aquí (en Moscú) al padre de este empleado. Se organizó con él una llamada telefónica. Durante esa llamada, el padre, contrariamente a lo que se esperaba de él, le dijo a su hijo que estaba haciéndolo todo bien”. El portavoz no dio más detalles ni reveló a qué preso canjeado se refiere. Pero las circunstancias coinciden con las de Pablo González lo que le sitúa en la órbita del GRU, el servicio militar de espionaje ruso.
¿Es Pablo González un periodista al que se intenta vincular al servicio de espionaje ruso? ¿Es un espía del GRU? El mismo se ha comprometido a aclarar su condición públicamente. Se supone que lo tendrá que hacer en Moscú donde se encuentra. Es un ciudadano español y puede volver cuando lo desee. El problema es que su pasaporte se lo han retenido en Polonia.
Cabe la posibilidad de que utilice su pasaporte ruso, pero España no reconoce la doble nacionalidad hispano-rusa por lo que tendría que solicitar visado. Y está por ver si después de todo lo que se está diciendo, las autoridades se lo van a conceder.
Lo que sí ha trascendido es el porqué de la tibia actuación del ministerio de Asuntos Exteriores en esos dos años y cinco meses de cautiverio de González en Polonia. Albares tuvo que actuar con mucha discreción y sólo manifestó que “el detenido está recibiendo asistencia consultar permanentemente”. Lo que no quiso contar el ministro es que las autoridades ya estaban al corriente de las actividades de Pável, ese ciudadano hispano-ruso que decía ejercer el periodismo pero que, en realidad, según cuentan por ahí, hacía esas cosas que sólo se ven en los viejos celuloides de la guerra fría en la segunda mitad del siglo pasado. Sólo faltaba en la escenificación el paso de Brandeburgo, en Berlín, custodiado por los militares rusos y norteamericanos para hacer volar la imaginación del más común de los mortales… o de Víctor Terradellas, también.