Hoy se celebra en Madrid una cumbre ultra en la que estarán presentes algunos de los principales líderes de la extrema derecha. Sin embargo, para entender este fenómeno que se está produciendo en el mundo no se puede analizar sólo desde un punto de vista ideológico porque, casualmente, dentro de esas formaciones populistas de ultraderecha hay personas y movimientos que tradicionalmente han estado involucradas con, precisamente, el opuesto, con la extrema izquierda.
Ese es el mayor error de los partidos democráticos: ver el crecimiento de los ultras desde un enfoque meramente ideológico. No hay cientos de millones de fachas, los jóvenes no son todos fachas. Es más complejo y, precisamente, el análisis erróneo viene de la falta de autocrítica respecto a otros factores, sobre todo el de la economía real.
En España, tanto el Partido Popular como el PSOE, las formaciones que, en teoría, representan al centro (conservadores los unos y progresistas los otros), todavía no han comprendido los parámetros del crush de 2008. Por esa razón han sido incapaces de implementar soluciones que impacten de manera positiva en la economía de las familias. La precarización del bienestar que se produjo hace 16 años, aún se mantiene, por más que la macroeconomía pueda tener ratios positivas.
Eso es lo que aprovecha la extrema derecha para crecer, y lo seguirá haciendo hasta que los partidos tradicionales se den cuenta de que los ultras se alimentan de la desesperación, de la situación de supervivencia de las familias que antes de 2008 disfrutaban de prosperidad y solvencia económica.
Los elevados índices de pobreza y la subida de los precios son la leña seca que alimenta el fuego de la extrema derecha, sobre todo ante la ineficiencia y la incapacidad del gobierno para revertir esta situación que, además, no es nueva y que se va acrecentando con el paso del tiempo.
En España, al igual que en el resto de las democracias occidentales, Vox ha encontrado en la crisis económica, la pobreza y la inflación herramientas retóricas poderosas para movilizar a su base y ampliar su influencia. Al presentar estas problemáticas como síntomas de un sistema corrupto y fallido, este espectro político construye narrativas que apuntan a la existencia de enemigos internos y externos, a los cuales se les atribuyen la responsabilidad de deteriorar el bienestar social de las clases medias y trabajadoras focalizadas en sectores concretos de la población como, por ejemplo, los jóvenes.
Manipulación de cifras
Vox no tiene ningún inconveniente en instrumentalizar la pobreza y la subida de los precios, factores que magnifica presentándolos como crisis inminentes que amenazan la estabilidad y el futuro del país. Se utilizan cifras manipuladas, a menudo sin matices o contexto, para generar alarma y justificar medidas de emergencia. Además, problemas estructurales como la desigualdad y la volatilidad económica son reducidos a explicaciones simples y unidimensionales, donde un supuesto «enemigo» –ya sea la globalización, las élites políticas o inmigrantes– es el culpable de la situación.
Los discursos de la extrema derecha suelen seleccionar datos que supuestamente evidencian el deterioro económico, sin profundizar en las causas multifactoriales o en las políticas que han contribuido a la mejora en otros contextos. Se destaca la pobreza y la inflación en determinados momentos para reforzar la idea de un sistema en decadencia. Al presentar estos datos de manera aislada, se evita la discusión de factores estructurales y se fomenta la percepción de que la solución pasa únicamente por cambios radicales o por la expulsión de aquellos que, según ellos, perjudican la economía.
El raca raca de la soberanía
Además, la extrema derecha está logrando que la situación económica se enmarque como resultado de una pérdida de soberanía y control nacional, argumentando que la dependencia de factores externos ha llevado a políticas que favorecen a intereses foráneos en detrimento del bienestar local. Esto hace que se pretendan aprovechar catástrofes para conseguir más apoyo ciudadano. El último ejemplo: la instrumentalización de la Dana de Valencia.
Como el mensaje cala, desde Vox se aboga por medidas de corte proteccionista, el cierre de fronteras económicas o la «reconquista» de la soberanía nacional en materia económica. Estas propuestas, aunque populares en el discurso, simplifican la complejidad inherente a la economía global. Se fomenta la idea de que organismos supranacionales imponen políticas que agravan la pobreza y la inflación, sugiriendo que la solución reside en el rechazo a la cooperación internacional y en la adopción del aislamiento global.
«Nosotros contra ellos»
En este discurso, que es una de las claves del crecimiento de la extrema derecha, se presenta la pobreza y la inflación como problemas derivados de, utilizando su lenguaje, «un sistema criminal». Con eso logran polarizar a la sociedad entre «nosotros» (el pueblo auténtico) y «ellos» (la clase dirigente y los elementos exteriores). Esto permite que se intensifiquen las divisiones sociales y se dificultan consensos en políticas públicas por el encarnizamiento de los discursos de los partidos tradicionales.
Esta retórica alarmista impulsa a sectores de la población a demandar cambios radicales e inmediatos, favoreciendo la aparición de estrategias comunicativas que prometen soluciones drásticas sin abordar las raíces estructurales de los problemas económicos y sociales. Esto deriva en algo muy peligroso: un simplismo que impide un análisis profundo de las causas complejas de la pobreza y la inflación. Además, conduce a la adopción de medidas ineficaces o contraproducentes a largo plazo, tal y como se ha demostrado en los países en los que la extrema derecha ha llegado al poder.