Sánchez y Feijóo abren las puertas de la Moncloa a la extrema derecha

La sumisión del presidente del Gobierno al independentismo catalán y los juegos políticos con las pensiones están provocando que Vox y SALF se acerquen al 20% de la intención de voto

04 de Febrero de 2025
Actualizado el 05 de febrero
Guardar
PSOE y PP Sanchez y Feijóo
Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo se dan la mano en la puerta del Palacio de la Moncloa | Foto: Pool Moncloa

En general, en la vida, las consecuencias de no hacer lo que se debe en un momento concreto suelen ser terribles y se arrastran a lo largo de toda la existencia. En política, sucede lo mismo y, ahora mismo, se comprueba en la situación en España. Mientras los dos grandes partidos están enzarzados en una guerra sin cuartel, en una batalla de tirarse fango los unos a los otros y de recurrir al «y tú más» como posicionamiento básico de su acción política, la extrema derecha sigue, pasito a pasito, acercándose al 20% de la intención de voto.

La situación política actual precisa de la toma de decisiones de altura, sin mirar las consecuencias partidistas que puedan tener. Tal y como hemos analizado en este Ágora en repetidas ocasiones, ahora es el momento de que PSOE y PP alcancen un acuerdo de gran coalición para lo que resta de legislatura para, con la tranquilidad parlamentaria que daría la suma de los dos grandes partidos, poder afrontar las grandes reformas, constitucionales incluidas, que la ciudadanía precisa de manera urgente.

En cambio, a pesar de lo obvio, tanto el PSOE como el Partido Popular, tanto Pedro Sánchez como Alberto Núñez Feijóo o Isabel Díaz Ayuso, continúan con una guerra que sólo tiene a un beneficiario: la extrema derecha liderada por Santiago Abascal y, en menor medida, a la formación de Luis ‘Alvise’ Pérez.

El sondeo publicado ayer por El País y la Cadena SER, realizado por la empresa demoscópica 40db, muestra cómo los asuntos que aplican directamente en la vida de los ciudadanos están lastrando la intención de voto tanto del PSOE como del PP. Ambas formaciones, que en las elecciones generales del 23 de julio de 2023 sumaron el 65% de los votos, ahora, sólo un año y medio después, han perdido más de un 5% lo que, con el sistema electoral español, puede suponer la pérdida de cerca de 20 escaños.

Es la extrema derecha la que está recogiendo esa pérdida de apoyos ciudadanos. Vox, según el sondeo, ya está cercano a los resultados de las generales de noviembre de 2019 que catapultó a los ultras hasta los 52 diputados.

Por otro lado, se comprueba el descalabro de las formaciones a la izquierda del PSOE. Sumar pierde la mitad de sus votantes del 23J, mientras que Podemos apenas alcanza el 3%. La suma de ambos sigue quedando en pérdida respecto a las últimas generales.

La extrema derecha crece sobre todo en los nuevos votantes. Entre los jóvenes de entre 18 y 24 años acumula más de una cuarta parte de los votantes, mientras que en la escala de 25 a 34 años se queda en un 19% de los apoyos. En estos dos escenarios demográficos, Vox recibe más apoyo del que reciben tanto el PSOE como el PP y cuadruplican los resultados de la izquierda. Sólo en las categorías de edad superiores a los 45 años, los dos partidos tradicionales superan con diferencia a la extrema derecha.

No es casualidad que quienes más apoyan a Vox sean las víctimas de la crisis de 2008 y de las posteriores, personas que no han recibido una solución a sus problemas reales por parte de los gobiernos de los dos grandes partidos, ya sea en solitario, ya sea en coalición, como han sido los dos últimos de Pedro Sánchez.

A esto hay que sumar la utilización que hace la extrema derecha de las cuestiones que tanto el PSOE como el PP llevan a la guerra política y que toca elementos que afectan a la vida real de los ciudadanos. Las pensiones, la respuesta a la Dana, las cesiones de Sánchez a Carles Puigdemont, el coqueteo de Feijóo con Junts para una posible moción de censura, la inmigración, la corrupción son elementos que calan en la ciudadanía. Son los juegos de los políticos que aprovecha la extrema derecha para ofrecer soluciones fáciles a problemas que son muy complejos. Pero la gente es lo que quiere escuchar, sobre todo cuando está desesperada o ha sido expulsada del sistema.

Vox aprovecha que tanto el PSOE como el PP sufren el desgaste de haber gobernado de manera alternativa desde 1982. Desde la crisis de 2008 han demostrado que han sido incapaces de aplicar soluciones efectivas a los problemas de los ciudadanos. La aplicación de medidas que insuficientes o mal orientadas, ya fuera por la dureza de las políticas de austeridad o por la lentitud en la implementación de reformas sociales, genera un clima de descontento que, evidentemente, es aprovechado por la extrema derecha para crecer.

La falta de respuestas integrales a problemas estructurales (como el desempleo, la precariedad laboral o el deterioro de los servicios públicos) ha alimentado la narrativa de que las élites políticas están desvinculadas de las necesidades reales de la ciudadanía. Esto ha abierto un espacio para que movimientos y partidos de la extrema derecha prometan soluciones más directas o fáciles a dichos problemas, soluciones que no son más que la trasposición de decir lo que la gente quiere escuchar. Todavía no han gobernado en solitario y esa falta de bagaje juega a su favor.

Por otro lado, tanto el PSOE como el PP han sido incapaces de adaptarse adecuadamente a las transformaciones sociales y económicas que se han producido tras la crisis de 2008. La falta de una visión renovada y la persistencia en modelos políticos tradicionales han generado desafección entre sectores que demandan respuestas modernas y eficaces. Esta rigidez está permitiendo que la extrema derecha se presente como paladín de un cambio radical frente a una élite política que, según muestran los sondeos, ha perdido el rumbo.

Además, tanto Sánchez como Feijóo y Ayuso han caído en la trampa de la extrema derecha creando un ambiente irrespirable. La excesiva confrontación política y la falta de propuestas consensuadas han facilitado la aparición de narrativas simplificadoras, donde se polarizan el «nosotros» frente a «ellos». La extrema derecha ha sabido capitalizar este escenario de tensión, utilizando un discurso que apela a la identidad, la seguridad y el rechazo a la propia política, elementos que resuenan en un electorado cansado de discursos abstractos, de programas electorales plagados de promesas incumplidas.

El sectarismo actual impulsa una dicotomía que fragmenta la sociedad en grupos cerrados y excluyentes, dificultando la construcción de consensos y el diálogo intergrupal. En entornos marcados por el sectarismo, las relaciones interpersonales se ven afectadas, ya que se prioriza la lealtad a la propia ideología sobre la búsqueda de puntos de encuentro.

Por tanto, si Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo quieren frenar a los extremismos y ofrecer a los españoles, a todos los españoles, soluciones a los problemas reales, sólo tienen un camino: el consenso, la unidad democrática y gobernar juntos. La gestión efectiva de los recursos del Estado no puede ser cuestionada por razonamientos de sectarismo ideológico. La democracia no es eso porque, de otro modo, se estaría en el mismo escenario que pretende implantar Donald Trump en Estados Unidos o que ya han impuesto Viktor Orban en Hungría o Vladimir Putin en Rusia. La democracia no es de nadie pero es de todos, y sólo sobrevivirá al ataque de los bárbaros si genera contrapartidas de bienestar a la ciudadanía. Mientras esto no se haga, la extrema derecha seguirá engordando. Ya se han recibido demasiados avisos fuera de las fronteras españolas. Si no ponen de su parte, firmarán la sentencia de muerte de la libertad.

Lo + leído