España envenenada, la crispación como proyecto político

La derecha y la ultraderecha convierten la polarización en estrategia y el odio en discurso cotidiano

03 de Mayo de 2025
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España envenenada, la crispación como proyecto político

En la España contemporánea, la política ha dejado de ser diálogo para convertirse en un campo de trincheras. La confrontación constante, amplificada por terminales mediáticas con una agenda clara, no es una anomalía, sino una táctica cuidadosamente planificada. La polarización es hoy una herramienta de desgaste institucional, impulsada con intensidad por una derecha y ultraderecha que han hecho del ruido su principal lenguaje y de la mentira su combustible habitual.

La estrategia es clara: convertir cada avance democrático o social en una amenaza al "orden natural" de las cosas. Todo lo que huela a redistribución, feminismo, justicia climática, memoria democrática o derechos civiles se presenta como un "peligro", una "ideología", o directamente una "invasión cultural". El objetivo no es solo oponerse, sino deslegitimar la propia existencia de visiones diferentes, romper puentes y anular la posibilidad de entendimiento. Y lo hacen con la complicidad de un ecosistema mediático que no informa, sino que editorializa la realidad desde el rencor.

A los jóvenes se les ha inyectado odio en el cerebro, muchas veces sin que lo sepan. Desde cuentas anónimas, tertulias hiperventiladas o vídeos virales, se les adoctrina en una lógica de desprecio hacia todo lo que implique empatía, justicia o transformación. El "humor" es solo una coartada para el racismo, el machismo o la xenofobia. Y el pensamiento crítico queda sepultado bajo montañas de cinismo, sarcasmo y titulares manipulados.

Pero no son solo los jóvenes. También buena parte de la población adulta, desconectada de la complejidad política y emocionalmente secuestrada por los discursos del miedo, ha sido arrastrada por una lógica de resentimiento. Se ha sustituido el debate por la consigna, la política por la consigna, la reflexión por el eslogan. Y en ese vacío intelectual, los bulos encuentran terreno fértil.

La derecha mediática, con su ejército de tertulianos, portadas escandalosas y columnistas beligerantes, no busca informar: busca agitar, provocar, intoxicar. Convierten cada decisión del Gobierno en un escándalo, cada reforma en una catástrofe, cada discrepancia en traición. Alimentan la idea de que existe una especie de "España auténtica" a la que todo lo distinto amenaza. Es una lógica de exclusión y supremacismo nacional, social y moral.

Desde las filas políticas conservadoras, se ha renunciado abiertamente a cualquier papel institucional que implique responsabilidad de Estado. Lo importante no es mejorar el país, sino dificultar al máximo que el Gobierno pueda gobernar. No importa el coste democrático, económico o social. Si hay que embarrar, se embarra. Si hay que crispar, se crispa. Y si hay que mentir, se miente. Todo vale si el fin es desestabilizar al adversario político y movilizar a una base cada vez más radicalizada.

El deterioro institucional es evidente. Se bloquean órganos clave, se ataca al poder judicial cuando no sirve a los intereses propios, se desprecia al Parlamento, y se utiliza el insulto como lenguaje habitual. El adversario político ha sido transformado en enemigo interno, en traidor, en antipatriota. Y todo esto, día tras día, se inocula en la opinión pública hasta que se normaliza.

España vive una ofensiva de odio cuidadosamente diseñada. Y es una ofensiva que va mucho más allá del debate ideológico legítimo. Estamos ante una cruzada contra la democracia pluralista, contra los consensos básicos de convivencia, contra los derechos ganados con esfuerzo. Lo que se busca no es ganar elecciones, sino vaciar de contenido el Estado de derecho, secuestrar la agenda pública y forzar una regresión histórica.

El daño ya es profundo. La juventud aprende a odiar antes que a pensar, a burlarse antes que a comprender, a atacar antes que a construir. La sociedad se empobrece, el tejido cívico se rompe, y la política se convierte en espectáculo de trincheras y gritos, donde solo se premia al que grita más fuerte.

Pero no todo está perdido. La reacción autoritaria no es invencible. Frente a quienes siembran división, hay mayorías sociales que creen en la dignidad, en la igualdad y en una democracia viva y respetuosa. La tarea es difícil, pero imprescindible: recuperar el sentido colectivo de la política, restaurar la confianza en lo público, defender los derechos sin pedir disculpas y rechazar con firmeza la violencia ideológica que intenta pasar por opinión. Porque si no lo hacemos, no solo perderemos elecciones: perderemos la posibilidad de vivir en un país decente.

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