El pasado 19 de septiembre, Isabel Díaz Ayuso hizo una predicción sobre la figura de Juan Lobato durante una sesión de control en la Asamblea de Madrid.
«Yo lo que le pido, sobre todo, es que sea valiente, porque usted no es un criminal y, por tanto, está sentenciado en el sanchismo. Le pido que sea valiente y que mire lo que está haciendo Lambán, lo que ha hecho Leguina, lo que ha hecho Felipe González y lo que han hecho tantos socialistas que han estado a la altura en los momentos más difíciles. Porque usted, al menos, cuando pase a la historia de la Comunidad de Madrid, la gente podrá decir en esta región ‘sí, pero peleó por España y por Madrid’. Ahí le dejo el consejo», afirmó entonces Ayuso.
Han pasado sólo dos meses de estas palabras y, evidentemente, se han cumplido. El PSOE de Pedro Sánchez, refundado como Partido Sanchista, tiene la costumbre de sacar la navaja cabritera, de esas de por lo menos 6 muelles, en el momento en que algún militante puede tener mejor aceptación que el líder supremo.
Sánchez cada día se parece más a Coriolanus Snow o a Adam Sutler. Su forma de entender la política es más propia de Frank Underwood que de un líder democrático. Todo ello, por citar estos referentes de la ficción por no hacer analogías obvias con personajes históricos.
Juan Lobato hizo lo que tenía que hacer en referencia a la notaría. Era una cuestión personal, no de partido, el presentar los mensajes recibidos desde Moncloa para que quedara constancia de lo que se le transmitió. Sánchez no tiene nada que perder desde un punto profesional, porque no tiene donde caerse muerto una vez que deje la política. Lobato sí tiene profesión, puede vivir fuera de la actividad pública y una posible inhabilitación para ejercer cargo público acaba con su futuro.
Ahora, la maquinaria de destrucción masiva de Sánchez se ha cebado con el líder de los socialistas madrileños. Por más que haya decidido ni dimitir ni entregar su acta de diputado regional, Sánchez lo ha liquidado. Tal y como le advirtió Ayuso que le iba a pasar, tal y como todo el mundo que conozca a Pedro Sánchez sabe que iba a ocurrir. Porque no es la primera vez que las purgas terminan con los mejores activos del partido.
Una organización es el reflejo de sus líderes. El PSOE de Pedro Sánchez ha olvidado una de las máximas del liderazgo que expuso Henry Ford: «Juntarse es un comienzo. Seguir juntos es un progreso. Trabajar juntos es un éxito». Sánchez sólo entiende el liderazgo desde el punto de vista de la sumisión a él.
En la Biblia de puede leer «Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey».
Esto es lo que le ha sucedido a Juan Lobato. Se atrevió a, desde el sentido común, rebelarse contra el argumentario sanchista cuando creyó que era contrario a los intereses o las reivindicaciones de los ciudadanos. Sin embargo, Sánchez no cree en la ciudadanía. Es más, huye de ella porque le da igual lo que le suceda mientras él ostente el poder. No hay más que ver las cifras oficiales para entender la masacre social que está perpetrando sin que le tiemble el pulso.
Sánchez cree que con el autoritarismo se convierte en un líder. Quien le pudiera enseñar eso era un necio porque «el liderazgo efectivo no se basa en hacer discursos o ser querido; el liderazgo se define por los resultados», tal y como dijo Peter Drucker. Sánchez no tiene resultados positivos que ofrecer, sólo propaganda, y quien le cuestiona, está muerto.