Mientras en otras democracias un escándalo así haría tambalear gobiernos y provocar dimisiones en cadena, en Galicia se celebra el bochorno institucional con abrazos y homenajes. Alfonso Rueda ha abrazado no solo a un presunto agresor sexual, sino también la miseria ética de un partido que ha perdido el norte, la vergüenza y el respeto por las víctimas. El PPdeG no solo no comparece, sino que convierte el Parlamento gallego en un búnker de silencio cómplice.
La cobardía institucional como doctrina
Alfonso Rueda no ha comparecido ante el Parlamento. No ha dado explicaciones, no ha pedido perdón, no ha mostrado empatía alguna hacia la presunta víctima de una agresión sexual cometida por uno de sus hombres de confianza. Al contrario: ha hecho justo lo que convierte la política en una cloaca moral. Ha despedido a Alfonso Villares con honores, como si se marchase por méritos y no por una acusación gravísima. Le abrazó. Le escoltó. Le protegió con el blindaje de su cuerpo y de su partido.
Ese gesto, el "abrazo de la vergüenza", es la imagen indeleble del PPdeG en este momento. Rueda no solo blanqueó a un conselleiro sospechoso de una conducta aberrante; legitimó el encubrimiento institucional, selló la impunidad con afecto público y convirtió el poder en complicidad.
El PPdeG como maquinaria de encubrimiento
El Partido Popular de Galicia ha decidido blindarse en la arrogancia. Su negativa a permitir la comparecencia del presidente en el Parlamento no es una simple maniobra política. Es un desprecio explícito al derecho democrático a saber, a que los responsables den la cara. Es la institucionalización del "no pasa nada", incluso cuando lo que pasa es gravísimo.
A la acusación se suma una ocultación de meses. No es que Rueda no supiera; es que lo sabía y calló. Y mientras callaba, permitía que Villares siguiera al frente de una consellería como si nada, que firmase decisiones, que gestionase recursos públicos, que representase al Gobierno gallego mientras pendía sobre él una denuncia de agresión sexual. Es indecente, inmoral e intolerable.
Lo que se ha vivido en la Cámara gallega no es un simple choque político. Es la escenificación de cómo un partido mayoritario puede secuestrar la institución democrática para proteger a los suyos. El PPdeG no ha defendido a Galicia, ni a la víctima, ni a la legalidad. Ha defendido su imagen. Ha vetado la verdad. Ha reventado el Parlamento como espacio de fiscalización y lo ha convertido en una extensión de su sala de prensa.
Rueda no comparece porque sabe que no puede defender lo indefendible. Y el PPdeG no le obliga porque su lealtad está con el partido, no con los gallegos. La oposición ha quedado como único dique ante el naufragio moral del Gobierno, pero sin capacidad de forzar ni una simple comparecencia. Estamos ante una deriva autoritaria en la que el poder no solo se ejerce sin escrúpulos, sino también sin consecuencias. Aunque esto no es nuevo en Galicia.
La mujer, silenciada. El agresor, encumbrado.
Lo más atroz de todo este episodio no es solo la protección pública a un político denunciado. Es el silencio hacia la víctima. Ni una palabra de solidaridad, ni una mención, ni una medida de reparación simbólica. El Gobierno gallego ha actuado como si la única preocupación legítima fuera proteger su imagen.
Peor aún: han dado voz a discursos que rozan el negacionismo. Al encumbrar a Villares, al hablar de calumnias, al trivializar el término “presunto”, al convertir la agresión en una anécdota política, han lanzado un mensaje brutal a cualquier mujer que piense en denunciar: “Aquí no se te cree. Aquí se te silencia.”
Lo que ha hecho el PPdeG es indigno. Lo que ha hecho Rueda es imperdonable. Lo que ha hecho el Parlamento gallego, bajo su control, es una traición a la democracia. No se trata de ideología. No se trata de partidos. Se trata de decencia.
El “abrazo de la vergüenza” no fue solo un gesto físico. Fue un símbolo. Galicia asistió en directo a cómo sus gobernantes protegían al poderoso, daban la espalda a la justicia y enterraban la ética bajo una montaña de arrogancia. Y lo hicieron sin rubor, sin disculpas y sin consecuencias. Por ahora.
Alfonso Rueda ha cruzado una línea que no se debe cruzar en política: la que separa la protección institucional de la corrupción moral. Su Gobierno ha demostrado que no tiene límites éticos. Y el PPdeG, que está dispuesto a todo con tal de preservar su poder.