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Capitalismo salvaje

Vicente Mateos Sainz de Medrano
Vicente Mateos Sainz de Medrano
Periodista y Doctor en Teoría de la Comunicación de Masas.
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análisis

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Qué lejos queda aquella afirmación de: <<hay que refundar el capitalismo sobre bases éticas>>, que dijo en plena crisis financiera mundial, en 2008, el entonces Presidente francés Sarkozy cuando apuntó: <<hay un buen capitalismo y un mal capitalismo>>. Catorce años después solo existe el malo, el salvaje, que acrecienta de manera superlativa la desigualdad entre los superricos y ricos, y las clases medias y menestrales. Es decir: Sí se ha refundado el capitalismo, pero a peor, bajo el mantra del beneficio que debe crecer para los inversores, más y más cada año, sin tener en cuenta el coste humano que supone empobrecer la vida de las clases medias y trabajadoras: la mayoría social.

Según el informe de Intermon Oxfam, 2.153 multimillonarios poseen más riqueza que 4.600 millones de personas: más de la mitad de la población mundial. Aquí, según el Banco de España, el 10% de la población acumula el 53,9% de la riqueza, un 11% más que hace diez años.

Más allá de justificaciones economicistas para dar razón de éste fenómeno que cabalga desbocado; lo grave, que se oculta, son las disfunciones sociales perversas que genera. La primera: emborronar la idea del bien común liquidando el ascensor social que favorece el equilibro de clases. La segunda: expandir la idea de que acumular riqueza sin fin es bueno, porque hace crecer la economía, ocultando que acrecienta, sin límite, la desigualdad social. La tercera: la invisibilidad mediática de los más desfavorecidos, por molestos para los que dominan el cotarro.

La cuarta: difundir el mensaje malsano de que lo importante no es el esfuerzo, la capacidad y el conocimiento; sino la agudeza oportunista, ser listo, para aprovechar el momento e invertir donde se obtiene la mayor rentabilidad; aunque suponga despojar a las personas de su trabajo, sus casas, sus tierras, sus empresas, sus proyectos vitales, y lo que haga falta, para llegar al objetivo prefijado de crecimiento de sus cuentas. Iberdrola, Repsol o el Santander prevén repartir, en 2022, más de 4.000 millones de euros de beneficio entre sus accionistas.

La quinta: aumentar el precio del dinero con la justificación de que así se baja la inflación, en lugar de topar el beneficio de intermediarios de la distribución y comisionistas que interfieren y dominan los mercados, que navegan por la vida con bandera pirata, sabedores de que la concertación necesaria entre los Ejecutivos de los países poderosos para poner límites a su dictado, es una utopía que se presenta irrealizable. Aunque en realidad, solo basta pensar en las personas y la armonía social, antes qué en el vil metal, para mover la palanca hacia el otro lado.

Y al ciudadano le compete, desarrollar un consumo responsable para dejar de beneficiar a los grandes conglomerados multinacionales que devalúan los salarios, esquilman a los productores, a las empresas medianas y pequeñas, y el medio ambiente.

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1 COMENTARIO

  1. Es que en eso se basa en capitalismo, en la reproducción del capital, a lo que todo se somete. Creer que una práctica económica cuyo objetivo no es otro que reproducir en un ciclo continuo el valor midiéndolo todo en términos de dinero, puede tener en cuenta otros valores y principios que desde otras esferas se nos presentan imprescindibles, es una ingenuidad. Al contrario, dichos valores, la lealtad, la honestidad, la solidaridad, el respeto humano, el bien, etc., serán usados en un relato que condicione a quienes viven en él para ser usados y condicionarlos al servicio de los que lo los desprecian, pues el mundo del capital y los negocios se reconoce en su fractura; por la supervivencia del más fuerte, la falta de escrúpulos, la lucha descarnada, el objetivo material inmediato…que luego nos ofrece una resultado colateral, que hemos de esperar se pierda del campo de visión del solipsismo capitalista para que se filtre como resultado hasta las capas más bajas del estrato social.
    Es ingenuo pensar que quien excluye como sujeto de semejante operación como si el capital no perteneciera a nadie y fuera menor de edad, fuera impersonal, funcionara solo, se reprodujese solo, obteniendo sus resultados de semejante relaciones de producción, haciendo enajenación de dicho mundo de valores (es invertido y protegidos por individuos concretos que piensan organizan la dirección de la producción que lo ha de reproducir y todos los efectos consecuentes los orientan con un fin concreto) van, después, a despistarse y trabajar con ellos para reorientar lo que –suelen decir- tanto les ha costado ganar.
    La mejor prueba el imperialismo colonialista que puso hasta los ejércitos al servicio de un liberalismo comercial cuyos resultados, siglos después, que las metrópolis, ni siquiera quieren reconocer para no verse obligadas a corresponder de lo que dejaron.
    Ningún valor que no sea el material está presente en el capitalismo y no puede, por tanto, ser otra cosa que una herramienta sometida a lo que las sociedades, a través de sus Estados, quieran hacer de ellas en lugar de que sean los capitalistas los que ajusten a dichos Estados a las necesidades de su del capital.

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