Carmen Calvo va recuperando poco a poco su tono físico pero no ha perdido en ningún momento la grandeza de quien sabe la responsabilidad que tiene sobre sus hombros. Ayer, en el Senado, lo volvió a demostrar en su debate con el representante del PP Carlos Floriano, cuando la vicepresidenta primera le espetó que un partido que no sabe cómo explicar el voto negativo respecto a la prórroga del estado de alarma después del cambio de opinión a última hora en el anterior pleno del Congreso, sobre todo después del discurso incendiario de Pablo Casado. Calvo se ha preguntado que cuándo el Partido Popular ha perdido el rumbo como partido de Estado.

Sin embargo, a pesar de tener enfrente a una formación que actúa como lo está haciendo por el miedo a convertirse en una nueva CEDA y ser abducida por Vox, la vicepresidenta ha demostrado lo que significa la responsabilidad política tendiendo la mano, una vez más, al principal partido de la oposición. «Sigo solicitando su ayuda», ha dicho, recordando que ya había hablado con Pablo Casado para abordar distintas reformas de índole sanitaria «para salir del estado de alarma en cuanto terminara la desescalada».

Esa es la obligación de un miembro de un gobierno democrático: tender la mano para que, desde el diálogo, el país marche adelante sin dejar a nadie atrás, aplicando el consenso y la igualdad real en las decisiones que se adoptan. Cualquier reforma que se apruebe y que afecte a las políticas de Estado siempre tendrá más legitimidad si viene del acuerdo en vez de en la imposición. Eso lo sabe Calvo por su experiencia, su coherencia ideológica y, sobre todo, por su capacidad de aplicar la equidad ante quien y donde sea. Por eso la vicepresidenta es una política respetada y temida por sus oponentes. Por eso sufre campañas en su contra para intentar debilitarla, algo que no ha conseguido ni el coronavirus.

La propia enfermedad de Carmen Calvo mostró a toda la ciudadanía la mezquindad que no distingue entre aspectos que no deberían ser utilizados jamás como herramienta de desgaste, sobre todo, cuando esa enfermedad fue consecuencia del trabajo incansable por y para el pueblo.

A Carmen Calvo se le echó en cara hasta el hecho de que fuera ingresada en la Clínica Ruber de Madrid, un hecho que nada tiene que ver con la búsqueda el elitismo sino con el uso de un derecho adquirido por su condición de funcionaria. Hasta eligiendo esa clínica demostró su responsabilidad puesto que, mientras ella ocupaba una cama en un centro privado, estaba dejando una plaza de un hospital público que tan necesaria era para el pueblo en esos momentos.

Las miserias de los bulos de cloacas contra esta mujer comprometida, feminista y valiente sólo obedecen a sustentar las miserias de los mediocres del mundo en general y de nuestra sociedad patria en particular. Albert Einstein decía, con acierto, que «Las grandes almas siempre se han encontrado con una oposición violenta de las mentes mediocres».

La mediocridad no es la diferencia entre los conocimientos y formación de los seres humanos. La mediocridad está instalada en todos y cada uno de los lugares de la sociedad. La mediocridad es una diabólica condición humana, la incoherencia con la verdad de las ideologías y los pensamientos más perversa del ser humano, lo que yo he dado en definir como «lo terriblemente humano».

El problema de la mediocridad es que es la puerta que da paso a la maldad. Los mediocres siempre buscarán el modo de hacer daño para ocultarse en el mal ajeno. Incluso llegan a comprar un suspiro de decencia que, por supuesto, no encuentra la sustentabilidad de la decencia, de lo permanente. La mediocridad lleva al daño y se pretende esconder detrás de éxitos pagados y, sobre todo, siempre están plagados de cobardía.

2 COMENTARIOS

  1. La ministra calvo otro pufo de este gobierno,otra rica,y ahora el gobierno quiere quitar las becas a los que más estudien.Mi hijo y muchos mas estudia para sacar nota y tener derecho a beca,ahora ya pueden vaguear más y sacar lo justo,total para que para que se rían de ellos.Gobierno traidor

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