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Delitos de SuMISION

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Ya está de pie, erecto sobre la barandilla del hueco de la escalera del cuarto piso. Sobre el cuello, una soga con un nudo corredizo que cuelga de uno de los vanos de la barandilla del último piso, de donde sale la escalera que sube al tejado. Cuando salte, el nudo corredizo hará el trabajo y por mucho que quiera quitarse la soga del cuello, será imposible. Lo sabe. Es consciente de que, cuando salte al hueco de la escalera, ya no habrá vuelta atrás.  Pero ¿para qué vivir una vida que le han jodido hasta el punto de tener que pedir prestado para comprar la cuerda de escalada, en una de esas tiendas que unos grandes almacenes del deporte tiene en los centros de las ciudades? Tuvo que engañar al único amigo que le queda, porque todos los demás le dieron la espalda, y decirle que se iba a comprar un pantalón y un polo para una entrevista de trabajo. Se lo devolvería con el primer sueldo.

Alcibiabes era un tipo normal. Nacido en los últimos años cincuenta del pasado siglo, le tocó vivir los tumultuosos años del posfranquismo, cuando animales, cachorros fascistas hijos de los que durante años estuvieron robando, extorsionando y hasta asesinando, mientras el régimen miraba para otro lado, salían a las calles de Madrid, con cadenas y puños americanos a la caza furtiva del rojo solitario. Cuando la policía vestía primero de gris y más tarde de marrón y cometía vejaciones, daba palizas y usaba electrodos en los bajos de la Dirección General de la Seguridad de la Puerta del Sol. Un vez estuvo sentado toda una noche en el suelo de cemento de un rincón de una habitación solitaria, que tenía un desagüe en la esquina opuesta del recinto. En el otro extremo, una manguera de las que sirven para apagar incendios, colgaba como los meandros de un río sobre un clavo que en su día, debería haber sostenido la devanadera. Nunca supo cómo, ni por qué, aunque quizá ser poco más que un niño le ayudara, pero tras una noche de infarto en la que se oían aullidos, gritos, lloros, sollozos y golpes provenientes del otro lado de la puerta, a las ocho de la mañana, le dijeron que podía irse, sin más.

Durante su juventud, allá por los años ochenta, tuvo que sufrir la pérdida de amigos y conocidos en su barrio del cinturón rojo de la ciudad, que morían víctimas del veneno blanco que se metían con infectas jeringuillas, tras haber sido calentado en asquerosas cucharas de metal, en no menos infectas alcantarillas de descampados junto a los barrios de los Pitufos, la Avenida de Guadalajara o del Pozo. A él le salvó la política. Siendo casi un niño, comenzó a militar en La Liga Comunista Revolucionaria. Las manifestaciones, los panfletos, la precaución para no ser sorprendido en la Ciudad Universitaria por la secreta, le salvó de la mierda de la droga.

El tardío compromiso marital primero y los hijos después, cambiaron radicalmente su estilo de vida. Tuvo que dejar a los compañeros, los comités clandestinos, las copias de pasquines en la linotipia del tío del Chino, los sábados por la noche y la militancia en primera fila. Ya sólo acudía a manifestaciones. Primero con asiduidad y después, conforme sus hijos fueron creciendo, cada vez más esporádicamente. Hasta aburguesarse y dejarlo por completo.

Su declive comenzó hace unos diez años. Trabajaba como maletero para Iberia en el aeropuerto. Cuando sucedió lo del 11-S, comenzaron a pedir certificados de penales para poder trabajar dentro de las pistas. La sorpresa vino cuando el jefe de Alcibiabes le llamó a su despacho. El Ministerio de Justicia, les había denegado su certificado y debía ser él, el que se pasara por las instalaciones para solicitarlo en persona. Allí, tras pagar una tasa y rellenar una estancia, le dijeron que no tenía ningún delito pendiente pero que no podían darle el certificado porque no era persona que pudiera trabajar en pista. Un viejo amigo de la Liga, que había hecho carrera en el PSOE, le dijo que el problema era su detención de la Puerta del Sol y haber sido miembro de la LCR.

A partir de ahí todo se complicó. Le despidieron de Iberia. Encontró otro trabajo en una empresa de catering del aeropuerto. Allí no le pedirían ningún certificado que justificase que era buen español. Hace cuatro años, mientras dormían, la policía reventó la puerta de su domicilio. Venían a buscarle por un presunto delito de terrorismo. Las pruebas, un tuit en el que culpaba a la CIA de ser la autora del 11-M, una botella de fertilizante para las plantas y una caja de truenos (petardos) sobrantes de la nochevieja. Tras más de dos años en espera de juicio, en el que, de nuevo, fue despedido e incapaz de encontrar otro trabajo, fue declarado no culpable. Pero el daño ya estaba hecho. Le habían dejado sin trabajo lo que produjo grandes fricciones en su matrimonio que acabó con su separación. El subsidio para mayores de 55 no le daba ni para pagar la pensión de sus hijos. Su mujer, que se había mudado a un piso propiedad de su suegro con sus hijos, sabiendo cómo estaba, no se la pedía, pero uno de sus retoños, le llevó al juzgado. Todos los meses, desde hace dos, el banco le embarga el subsidio por orden judicial.

Hace un par de días, recibió, de nuevo la visita de la policía. Ahora le acusaban de un delito de odio antisemita por llamar en Twitter a lo que hace Israel, “terrorismo de estado”.

Los últimos estertores tras el salto al vacío, han acabado con su vida y con sus problemas legales.

*****

Delitos de SuMISION

Nos está quedando una coyuntura, la mar de complicada. El futuro distópico en el que un grupo de fanáticos fascistas se hacen con el poder y castigan a quién ose decir lo más mínimo contra ellos, parece menos futuro y sobre todo menos distópico. Leo en el Confidencial y en Diario de Sevilla la misma noticia en la que se dice que la Guardia Civil ha detenido y confiscado móviles y ordenadores de varias personas por un delito de odio, por comentarios en Twitter del tipo “Los buques de la Armada no han de rescatar a los negros del Mediterráneo, que se ahoguen en el mar» o «Larga vida al legado revolucionario de Stalin. A algunos puede parecerles que comentarios como el del Mediterráneo y la armada deben llevar a la detención de quién los hace porque es fascismo puro. Es evidente que quién tiene esa mierda de pensamientos es un fascista. Pero también, como creo en la libertad de expresión, me parece que los cauces para evitar ese tipo de comentarios y sobre todo de pensamientos, deben ir por otro camino (por ejemplo, no darles cancha como hacen en las televisiones, condenarles a trabajos sociales en centros de atención al migrante, o disolver aquellas formaciones políticas cuyos mensajes predominantes son el odio, la homofobia, la aporofobia y la xenofobia). Tengo la sensación, dado que leo en el El Insurgente que esta operación es de la Interpol, de que la estigma del mensaje aporófobo contra los migrantes sólo es un cebo para lo que de verdad les interesa que no es otra cosa que criminalizar a quién se atreve a publicarlarga vida al legado revolucionario de Stalinpor hacer ensalzamiento del comunismo y de un ruso (sí, ya sé que Stalin era georgiano).

Ha corrido como la pólvora en Twitter un cartel de la revista satírica canadiense “The Bábilon Bee”. Un cartel, de esos que en España se ponen junto a las puertas de algunos restaurantes con el menú del día, que colocado cerca de una entrada de un bar dice: “Proof of Ukraine Support required” (Se requiere prueba de apoyo a Ucrania). Evidentemente, el cartel es un montaje pero, si ha corrido tanto por las redes sociales, es porque, desgraciadamente, es muy creíble.

Estamos en una situación muy peligrosa. Una situación, por cierto ya vivida en los albores de la Segunda Guerra Mundial, cuando Chamberlain (Reino Unido) y Deladier (Francia), firmaron junto a Mousolini y Hitler un tratado de no agresión (Acuerdos de Múnich) en el que a Checoslovaquia le quitaron una parte del estado para anexionarlo a la Alemania Nazi. Entonces Chamberlain se enfadaba muchísimo (como ahora lo hace Borrell) cuando algún periodista díscolo le hablaba de los peligros del nazismo y él respondía que confiaba en Hitler y en su palabra. No olvidemos que gran culpa de que Franco,   estuviera cuarenta años torturando gente, fue cosa de Churchill primero y de Truman después.

Hoy la situación es la misma. Comenzó en los años ochenta del pasado siglo con Reagan y Thatcher como adalides de un sistema fascista que han venido a llamar liberalismo que intenta acabar con todo lo que no sea la anarquía legal para los negocios, dónde no existen las normas, ni los derechos laborales, el estado sólo es el paganini de sus desmanes y el que soporta económicamente sus negocios fuleros y la legislación nacional algo que no sólo no reconocen sino, que además han minimizado a través de tratados como el TTIP, el TISA o el CETA en los que los estados firmantes ponen sus legislaciones internas en un nivel inferior que la de tribunales internacionales privados cuyos componentes son los propios emporios.

Como vengo diciendo desde hace años, la famosa globalización no era otra cosa, como se ha demostrado, que traer las condiciones laborales del tercer mundo a Europa, empeorando las condiciones de vida del primer mundo.  Una vez conseguida la uniformidad de la pobreza generalizada, el imperio, necesita para sobrevivir, que no haya modelo alternativo posible. Y China ha demostrado que lo es. Hasta el punto de desbancar a USA como primera potencia mundial. Ahí entran en juego viejos dementes como Biden (un viejo senil en manos de los señores de la guerra) o ególatras arrogantes aporofóbicos como Borrell, tontos útiles como Zelenski o desnortados pollos sin cabeza (parece mentira que echemos de menos a Merkel) como Ursula von der Leyen, que ven como se desmoronan sus economías en Alemania o Francia o pagafantas con síndrome de inferioridad que quieren entrar en el club de los importantes, aunque nunca dejarán de ser limpiabotas del que manda, como Prety Sánchez.

La guerra de Ucrania no es sino una forma de intentar acabar con China a través de su aliado natural, Rusia. Y dado que, ni limitando la información, ni censurando aquellos medios que puedan contradecir lo que cuentan los medios comprados a través del dinero público con los anuncios de la administración o a través de sus accionistas mayoritarios, han conseguido ganar el relato en las redes, porque cada día somos más los que no vemos ni un segundo de sus deformativos que llaman telediarios o noticiarios y nos hacemos composición de lugar con lo que leemos aquí y allá y con ello nos hacemos preguntas y dudamos de la versión oficial, estamos a un paso de que seamos acusados de algún delito contra la estabilidad del estado o que intenten callarnos a base de arruinarnos la vida acusados de delitos de odio por advertir que, lo que los gobernantes de Israel están haciendo al pueblo palestino, es genocidio (delito de odio antisemita) o como en el caso que he contado al inicio de este artículo como delito de odio, no sabemos muy bien contra quién, aunque estamos seguros de que es por alabar a un comunista que además era ruso.

Como ya he dicho alguna que otra vez, “malos tiempos para la lírica” que cantaban los Golpes Bajos.

Enhorabuena a todos aquellos que creen que viven en libertad y que la guerra en Ucrania es para acrecentar y asentar esa libertad y la democracia. Cuando se cumpla el poema de Martin Niemöller, como dice el propio verso, ya será tarde.

Quién no tenga claro que todo esto es consecuencia de que el ciclo especulativo se acaba, que no hay posibilidad de crecer y crecer indefinidamente porque la pobreza empieza a ser general, que el cambio climático ya no es reversible y que vienen tiempos de hambre, calamidad y muerte, quizá sea más feliz, pero no está más a salvo. Más bien, todo lo contrario.

Salud, feminismo, ecología, libertad, república y más escuelas públicas y laicas.

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