Ya sé que en deporte es de lo más habitual: el comparar. El mejor piloto de todos los tiempos, el mejor tenista…, pero una cosa es armar un ranking más o menos caprichoso y otra muy distinta decir que alguien es el sucesor de otro, y en especial cuando ese otro aún está luchando -luchando con toda su alma- para seguir existiendo.
-Él es él y yo soy yo -respondió Rafael Nadal a uno de los muchos periodistas que intentaron hacerle opinar sobre la supuesta sucesión.
“Yo no quiero tener un “sucesor” oficial mientras estoy vivo”.
El hijo es el sucesor del padre, sí; pero en este caso es muy distinto. Nadal, aunque sea una de sus inspiraciones, no es el padre de Carlos Alcaraz. Es más: Carlitos de mayor quería ser Federer, el más elegante y superdotado enemigo que nunca tuvo Nadal.
Si dentro de cincuenta años alguien dijrdr que Alcaraz fue el sucesor de Nadal, que probablemente nadie lo dirá, no tendría ninguna importancia.
Pero ahora, en nuestra altiva opinión, es una falta de respeto hacia Nadal, hacia Rafael Nadal, el gran Nadal, porque aún está “vivo” (en todos los sentidos), y su leyenda no necesita de sucesores; se basta por sí misma, con el mapa deslumbrante de todas las cimas que ha ido coronando.
¿Quién sabe las maravillas que aún podrá hacer con su vida, su voluntad y su energía el tenista más guerrero y combativo que ha visto el mundo jamás?
Tigre Tigre.
