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Europa en guerra: retos y desafíos

La Unión Europea (UE) tiene ante sí enormes retos y desafíos que implicarán respuestas políticas audaces, rápidas y precisas, algo para lo que, quizá, la anquilosada estructura comunitaria no está preparada. ¿Serán nuestros líderes capaces de aunar esfuerzos y responder coordinadamente a este grave momento por el que atravesamos?

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La salida del Reino Unido de la UE, la guerra de Ucrania, la revitalización de la OTAN tras el conflicto con Rusia, el acendrado liderazgo político, militar y económico de China en la escena internacional y la aparición de nuevos actores políticos en el continente, junto otros elementos novedosos, dibujan un escenario absolutamente diferente al que teníamos hace un par de años que implicará respuestas por parte de la dirigencia europea y un cambio en muchas de nuestras concepciones clásicas.

En primer lugar, la guerra de Ucrania ha cambiado radicalmente el cálculo estratégico y ha generado, sin haberlo deseado nadie, las condiciones para una nueva Guerra Fría. Como señalaba muy acertadamente el ex ministro alemán Joschka Fischer, “Rusia representa una previsible amenaza de largo plazo que forzará a Europa y a sus Estados miembros a invertir mucho más en la capacidad de defenderse a sí mismo, su sistema democrático y sus principios, por medios militares”. Ese proceso de rearme del que ya habla Fischer ha comenzado en el continente y Alemania, país antes situado en la periferia de la arquitectura de seguridad y defensa europea, ya se ha convertido en protagónico anunciando ambiciosos planes para remilitarizarse tras décadas ausente del mundo.

Luego, y en segundo lugar, el conflicto de Ucrania sitúa el centro de gravedad de Europa hacia el Este del continente, toda vez que ya se ha anunciado la posible ampliación de la UE hacia Georgia, Moldavia y Ucrania y porque quedan pendientes por resolver las demandas de integración de varios países balcánicos. Paradójicamente, cada vez son más los países que quieren ingresar en la UE, mientras crecen los denostadores de la misma en el interior, y la lista de países aspirantes cada vez es más larga. En los próximos meses, que no deberían ser años pese a las reticencias de algunos, la UE debería dar una respuesta seria, rápida, práctica y concreta a las pretensiones de Albania, Macedonia del Norte, Montenegro, Serbia y Bosnia y Hezegovina por pertenecer a la UE. Los casos de Kosovo y Turquía, por su complejidad per se, son harina de otro costal.

“Estos nuevos procesos de ingreso acelerarán la transformación de la UE desde un proyecto de modernización y mercado conjunto hacia un actor geopolítico”, como señala muy atinadamente Fischer. Sin embargo, la UE no debe de perder de vista, pese a ese desplazamiento hacia el Este en su concepto estratégico, que el Mediterráneo oriental y Africa del norte y occidental seguirán siendo focos de preocupación y tensión para la seguridad europea, provocando cíclicas y seguras crisis de dimensiones exógenas y endógenas, como las que vienen derivadas por las descontroladas olas migratorias y su inexplicable tolerancia hacia las mismas.

El vínculo Transatlántico

El tercer elemento fundamental para hacer frente a todos estos retos, es, sin lugar duda, el fortalecimiento del vínculo transatlántico entre la UE y sus otros socios de la OTAN, especialmente con los Estados Unidos y Canadá. No cabe duda que la salida de Donald Trump de la Casa Blanca ha facilitado mucho las relaciones con los Estados Unidos y ha contribuido a forjar un consenso sobre la guerra de Ucrania que quizá hubiera sido impensable hace tres años. La OTAN se ha reactualizado con esta crisis y vuelve a estar en el epicentro de la seguridad occidental, mostrando a las claras que sigue siendo la única herramienta para hacer frente a la amenaza de Rusia y otros actores en la escena internacional.

Concretamente, el artículo V del Tratado de Washington, base fundacional de la OTAN, tiene un efecto disuasorio ante posibles amenazas al  establecer que “un ataque armado contra una o más de ellas (de las naciones firmantes), que tenga lugar en Europa o en América del Norte, se considerará como un ataque dirigido contra todas ellas”. La ampliación de la OTAN hacia el Este y concretamente hacia los países bálticos (Lituania, Letonia y Estonia) ha evitado que la escalada militar rusa contra sus vecinos, que ha llegado al cénit con la agresión a Ucrania, se haya consumado en esta parte de Europa y ha salvaguardado a estos Estados de previsibles ataques rusos. La OTAN, además, establece un vínculo político para hacer frente a las nuevas amenazas, tanto en el continente europeo como en Asia, donde la carrera armamentística china y el desarrollo del programa nuclear por parte de Corea del Norte comienzan a preocupar a muchos de nuestros aliados en esa parte del mundo.

Finalmente, es vital para la UE que se salvaguarde la tradicional alianza entre Francia y Alemania como centro de gravedad permanente para sortear crisis, forjar consensos y establecer grandes acuerdos con terceros países. Francia es el principal actor político de Europa, siendo miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y el único país poseedor de armamento nuclear en la UE, mientras que Alemania es la principal potencia económica de Europa y la cuarta del mundo. Ninguna otra nación europea puede ejercer el liderazgo que tienen ambas hoy en la UE y de esa relación, junto con su estabilidad política, dependerá, en gran medida, la proyección exterior europea en el mundo. Ese eje franco-alemán, junto con la unidad de acción de la UE y la OTAN, fortalecerá la denominada arquitectura de seguridad europea -imperfecta e inacabada todavía pero presente- en un momento en que es más necesaria que nunca debido a la amenaza rusa y a los nuevos desafíos en la escena internacional.

Esperemos, sin embargo, que la fiesta no la acabe aguando la nueva irrupción en la escena política de ese gran maestro del payasismo crónico que responde al nombre de Donald Trump, que después de tener el dudoso honor de haber sido el presidente más tramposo, soberbio, prepotente y negligente de la historia de Estados Unidos, podría volver a romper el actual idilio entre la gran potencia del otro lado del Atlántico y Europa en favor de su gran amigo de siempre, el genocida y criminal Vladimir Putin. El mundo, entonces, sí cambiaría, pero hacia el Apocalipsis nuclear y final. Que Dios nos coja confesados si eso ocurriera. 

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