El gris marengo de aquella tarde vaticinaba la crítica del sueño madrileño de Marta Kayser, mientras las calles parecían ya cerradas a causa de la llovizna intermitente y donde apenas se cruzaban personas de camino a alguna parte. Aquel gentío “superviviente” del que nos habla la ilustradora de Fake, se encontraba oculto para ser descubierto en la Sala Siroco de San Dimas, en pleno barrio de Conde Duque.

Hora y media antes de la inauguración, esta madrileña de corazón arquitecto y alma ilustradora, se encuentra colocando la secuencia que da vida a su primer fast-comic, una iniciativa de la sala que originariamente acoge conciertos y pinchadas, para dar visibilidad durante unas horas a artistas plásticos en un espacio alternativo y musical.

Mientras coloca los remaches que sostienen su obra, Marta explica que Fake es, en esencia, “un alegato a la libertad y una crítica a la sociedad de consumo”, pero va más allá,“Fake quiere retratar un Madrid donde poco sobrevive a la prisa y a la precariedad”.

Hace meses que dejó su trabajo como arquitecta para dedicarse de lleno a la ilustración y la perfección con la que dispone las láminas sobre el nailon que las fija, deja manifiesta la minuciosidad de una persona que ha diseñado más de una estructura.

El brío por crear esta incisiva secuencia, duda si le nace “como madrileña y habitante de una gran ciudad o como alguien que forma parte de un sistema que no le resulta válido”. Kayser evoca paisajes goyescos, tintados de rojos, cianes y grises, alienados como la población que persigue retratar y lineales como su pasado en el sector de la arquitectura. “Desde luego, las personas que tenemos inquietudes, aspiramos a que nuestra vida no esté absolutamente condicionada por el trabajo”, añade mientras cuadra una lámina que ilustra la simbólica plaza de Callao y donde se adivina proyectado en la pantalla de sus cines, un ratón en una rueda.

Una sociedad sucumbida a la prisa y al desasosiego como objeto de crítica, o la necesidad de ponerle imagen a un entorno con el que no se sentía representada. “Ha sido muy difícil expresar algunos conceptos como la prisa”, explica la ilustradora, la cual sostiene que “el hecho de ilustrar esa realidad podía ser más impactante que hacerlo con palabras”. Para Marta, el dibujo es la herramienta con la que se comunica y sentía que a través de sus trazos “podía contar más que con cualquier palabra”, además de suponer un ejercicio de “sacarlo todo a fuera y ver dónde había estado metida”.

Y es que Fake no es la mera interpretación de un mundo con el que no está de acuerdo, sino un canal para “cerrar etapa y ser crítica con una ciudad que veo claramente desde esta óptica”, resalta su creadora. Conforme va colocando las láminas, aparecen nuevos personajes, esta vez la presencia de un robot irrumpe en Callao y la robotización parece más integrada que nunca entre nosotros. En un futuro distópico, cada vez más probable y próximo, los agentes robotizados en la masa heterogénea parecen no importarle a nadie, ya que bastante tienen con la rutina del trabajo a casa y viceversa.

Se acerca la hora de la inauguración y Marta continúa ultimando detalles, ahora en la mesa donde expondrá los prints de las láminas originales con algún extra más. Entre tanto, cuenta que este giro en su carrera vino dado por su conflicto con la profesión del arquitecto, ya que siempre la había sentido como “una herramienta al servicio de la sociedad”, mientras que los intereses realmente iban por otros derroteros, “al servicio de quien paga mucho y muy alejados del artículo que recoge nuestros derecho a una vivienda digna”. De este modo, los 180 grados que llevaron a Marta a mirar la arquitectura con los ojos de quien la trabaja pero también la padece, le hizo reflexionar sobre el carácter de víctima y verdugo que la conforma, pues a su criterio “resulta uno de los sectores más castigados por la crisis, pero también un gran causante del boom de la burbuja inmobiliaria”.

“Ni el fin ni las maneras justificaban que yo siguiera allí”, espeta con la mirada puesta en una suerte de cajón desastre lleno de materiales. La controversia de Marta no reside tanto en la precariedad del oficio, como en la integración casi inherente de la vida dentro de la oficina. “No entraba dentro de mis planes pasar 14 horas diarias en la oficina, fines de semana incluido sin hacer nada más”, concluye.

Ya esta todo listo y quedan escasos minutos para que lleguen los curiosos, cuando la ilustradora, casi por necesidad, advierte que nunca dejó de dibujar. Kayser entiende el dibujo “como una herramienta fundamental para proyectar espacios”, y así es como aúna sus grandes pasiones, pues “tampoco siento que haya dejado de hacer arquitectura, ya que sigo contando historia construyendo espacios pero no tratándolos sólo en positivo”. De este modo, la mirada crítica de las cosas que no funcionan, siempre tendrá el beneplácito del testigo arquitectónico de las creaciones de Marta.

Llegan los primeros asistentes y las dos últimas ilustraciones llaman la atención de todos. Curiosamente son las que retratan al individuo en la realidad pintada por Marta. El individualismo y la empatía que sentimos por el semejante puede llegar a límites insospechados, pero en ese caso, la representación de Marta creó controversias entre el público. “Para algunas de las personas que vieron la obra, les resultó una visión demasiado dramática, pues para ellas, Madrid es sinónimo de libertad”. No obstante, Kayser se mantiene firme en su posición y apunta que ella “en las calles de la ciudad solo ve gente consumiendo y sobreviviendo”.

En lo gráfico y estructural, las opiniones caminaron hacia un mismo sentido y el feedback positivo fue compartido con respecto a la narración de la historia contada sin palabras. Resulta curiosa la gran aceptación cuando estamos ante dos escenas finales en las que los robots nos manejan a través de una complejísima máquina, para finalmente presentarnos como individuos semilobotomizados, eso sí, de lo más atractivos.

Las lindes de la vanguardia son infinitivas y entre cervezas de compaña y celebración, Marta lo tiene claro “me pareció bonito hacer una obra que criticara la prisa y que yo le diera de todo menos eso”.

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