Donald Trump ha emprendido una guerra comercial para que Europa compre bienes y servicios de todo tipo a Estados Unidos, como cliente preferente y sin barrera impositiva alguna. Para chantajear a la UE, le ha impuesto aranceles de entre el 20 y el 25 por ciento. Incluso al sector cárnico europeo, que según el magnate neoyorquino juega con ventaja y vetando injustamente al ganado americano. Ahora bien, ¿qué ocurre con la carne norteamericana tratada con hormonas? El vacuno español es de alta calidad, mientras que en USA quizá no cumpla los mismos mínimos estándares de seguridad alimentaria. ¿Van los españoles a dejar de comer chuletones y filetes de primera para engullir mercancía tejana propia de una hamburguesería que no pasaría el filtro, no ya de la Inspección Sanitaria, sino de un programa de Chicote como Pesadilla en la cocina? El dilema está servido.
En la década de 1950, la agencia alimentaria estadounidense FDA (Food and Drug Administration, por sus siglas en inglés) aprobó una serie de medicamentos con hormonas esteroides para su uso en ganado vacuno y ovino, incluidos estrógeno natural, progesterona, testosterona y sus versiones sintéticas. Más tarde los científicos detectarían que estas sustancias pueden tener incidencia directa en algunos tipos de cánceres. En cualquier caso, la liberalización de las hormonas iba a afectar a las relaciones comerciales. El conflicto derivado de la carne de vacuno engordada artificialmente es viejo y ha afectado a los intercambios económicos trasatlánticos desde 1988, cuando la UE, preocupada por la salud de sus ciudadanos, prohibió importar carne de vacuno tratada con hormonas del crecimiento. En 1996, EEUU y Canadá, los países más afectados por esta decisión, llevaron el caso a la Organización Mundial del Comercio (OMC), que falló a favor de ambos estados y les autorizó a imponer sanciones anuales a la UE (en forma de tarifas) por valor de 116,8 millones de dólares y 11,3 millones de dólares canadienses. En 2012, la Eurocámara aprobó una serie de concesiones para relajar un conflicto comercial que había durado dos décadas y que amenazaba con enturbiar el clima de cooperación entre aliados.
El acuerdo permitió a la UE mantener el veto a la hora de importar este tipo de carne tratada con hormonas, a cambio de que EEUU y Canadá pudieran exportar a la Unión más carne de vacuno de calidad. El acuerdo reportó al sector de carne española 9 millones de dólares. Aquello fue un primer amago de guerra comercial, pero ambas partes llegaron a puntos de acercamiento. En concreto, el acuerdo permitió elevar hasta las 48.200 toneladas la cantidad de carne de vacuno de calidad importada por la UE. Por su parte, EEUU y Canadá suspendieron las sanciones que mantenían contra productos europeos incluidos en una lista negra, en represalia por el veto de la UE y que originaron en 26 estados miembros (todos, excepto el Reino Unido) pérdidas de 250 millones de dólares. De esta manera, la Unión Europea protegió los intereses de nuestros ganaderos y de paso el de los consumidores, que ganaron en seguridad a la hora de comprar carne importada y de comer en determinadas franquicias norteamericanas.
Europa siempre ha sido una barrera sanitaria eficaz, como cuando se detectaron los primeros casos de vaca loca (encefalopatía espongiforme bovina) en el Reino Unido. En 1996 se constató en el ser humano una nueva enfermedad, una variante de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, que se relacionó con encefalopatía en el ganado vacuno. Gracias a una potente red de inspección y control, se pudo atajar aquella plaga. Sin embargo, los controles de seguridad alimentaria en Estados Unidos nunca han sido tan estrictos ni tan desarrollados como los europeos, como demuestra la reciente plaga de gripe aviar. El brote empezó en 2022 y afectó a más de 1.100 bandadas de aves en 48 estados. En marzo de 2024, el virus se detectó por primera vez en vacas lecheras. Mientras tanto, la Administración trumpista se jacta de que las campañas de vacunación no sirven para nada. El resultado: apenas quedan huevos en los supermercados y las unidades que quedan se venden a precio de oro. Muchos americanos han tenido que prescindir de este producto básico en su cesta de la compra. Desde que Trump llegó a la Casa Blanca, la gripe aviar sigue sacudiendo a Estados Unidos. Pero más allá de la escasez de huevos, el virus H5N1 deja más de 66 contagios humanos y una muerte, convirtiéndose ya en un grave problema de salud pública.
Sin duda, la industria cárnica estadounidense navega en medio del caos, como la cabeza de su presidente, y se sigue tratando el ganado con productos prohibidos en Europa. Hay laxitud, falta de control, la libertad ácrata trumpista que trae tan nefastas consecuencias para la salud humana. Entre los alimentos bajo sospecha está el pollo. En las granjas estadounidenses esta carne se limpia con agua clorada, algo que está prohibido en Europa. Además, algunos piensos contienen hormonas y esteroides no permitidos en los países europeos.
Sobre la carne de cerdo también recaen sospechas de hormonación ilegal. La llamada ractopamina está prohibida en 160 países. Bruselas también alerta sobre el salmón de piscifactoría americano, que puede contener colorantes artificiales para dar ese característico tono rosado. El producto tampoco está homologado en los países de la UE.
El bromato de potasio es otro aditivo prohibido en Europa que se suele emplear en Estados Unidos. Y en cuanto a los quesos americanos fabricados con leche hormonada, nada que ver con los españoles (los tenemos de múltiples y variadas clases, todos exquisitos y muchos con denominación de origen y sello de calidad internacional). La leche no se libra de la sospecha de baja calidad. En Estados Unidos, se suele utilizar una hormona, rBST, para aumentar la producción láctea. Por no hablar de algunas bebidas refrescantes, que contienen edulcorantes cancerígenos, o de algunos aperitivos o tentempiés embolsados que pueden generar hiperactividad en los niños y que también están vetados en países como Japón y en la Unión Europea.
Comer en Estados Unidos puede ser peligroso, desde luego nada que ver con los controles que tenemos en España. Ni siquiera los chicles, dulces y golosinas para niños pasarían el filtro de calidad, ya que muchos contienen sustancias que pueden provocar problemas gastrointestinales y tiroideos. Los sistemas de control de hormonas en Europa son tan férreos que si alguien los incumple está incurriendo en un delito de salud pública con fuertes penas de prisión y cuantiosas multas. Esto no ocurre en Estados Unidos, el país de la libertad de Trump donde el dinero se antepone a la seguridad de los consumidores y es fácil meter carne adulterada en el mercado. Pensemos en ello cuando escuchemos el discurso victimista y falaz de Trump de que determinada carne americana está vetada en la Unión Europea. Y con razón. El presidente yanqui podrá darnos lecciones sobre cómo vender un coche Tesla, pero sobre el buen comer está a años luz de los europeos.