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El oro blanco de las grandes multinacionales

Daniel Martínez Castizo
Daniel Martínez Castizo
Historiador y antropólogo. Investigador y divulgador del patrimonio salinero
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análisis

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Cuando nos acercamos a la historia de la sal lo habitual es encontrar, vinculada a su explotación y comercialización, la idea de una altísima rentabilidad expresada a través del concepto “oro blanco”. El mismo no responde a una creación contemporánea para explicar el fenómeno de la lucha por su control y rápido enriquecimiento sino que, más bien, lo venimos arrastrando históricamente a través de la propia experiencia de pueblos y Estados.

En otros artículos ya hemos hablado de su potencial valor en procesos alimentarios cuando no existían los modernos congeladores y aditivos conservantes; para curar enfermedades en la medicina tradicional y actualmente con el mismo objetivo pero a través de complejas combinaciones químicas llevadas a cabo por la industria farmacéutica; también actuaba en los viejos talleres artesanales dedicados, por ejemplo, al curtido de pieles y actualmente en miles de procesos industriales; y por último, dado que era consumida por todos, como un elemento de recaudación para señores, reyes y Estados mediante fuertes impuestos.

Nota: El rey malí Mansa Musa fue representado en el Atlas Catalán de Abraham Cresques con una pepita de oro en la mano fruto de los intercambios comerciales de sal en Timbuktú. Fuente: ArqueHistoria.

Es por lo que, dada la importancia que tenía y tiene para la vida del ser humano, en los lugares donde escaseaba se llegaba a intercambiar de igual a igual con el oro –caso por ejemplo de las rutas caravaneras transaharianas que pasaban por Timbuktú hace siglos–, o que fuese empleada como medio de pago –creo que no hace falta explicar el origen de la palabra salario–, con igual valor que el metal más preciado. Todavía en el siglo XIX la sal era reconocida como un negocio en el que era fácil enriquecerse sin esmerarse mucho desde el punto de vista técnico o inversor, de hecho, en la costa Oeste de los EUA llegó a denominarse como el “oro del tonto”.

Fue la “modernización” de la economía o, más bien, la complejidad de los procesos industriales, la que dejó a la sal en un lugar apartado desde mediados de siglo XX. El objetivo de la economía productivista y globalizadora de la posguerra era conseguir cada vez mayor producción de sal al menor coste posible para el resto de procesos industriales, acabando así con las tradicionales y con la posibilidad de enriquecimiento de familias que eran incapaces de competir con estas grandes salinas.

Nota: La salina portuguesa Marisol conserva el método de producción artesanal. Fuente. Marisol.

De esta forma la sal dejaba de tener el peso que había tenido hasta entonces en la historia del ser humano, ya no volvería a ser intercambiada por oro o empleada como medio de pago, siendo así relegada al lugar que ocupaban otras materias primas empleadas en la industria para la obtención de nuevos y sofisticados productos. Pero, pese a ello, la sal puede y debe ser denominada a día de hoy como el oro blanco del siglo XXI para las grandes multinacionales.

El olvido del valor que encierra dicho concepto, podría venir determinado por la velocidad y complejidad de un sistema económico que nos impide ver el papel que realmente juega en la economía mundial cualquier elemento, siendo necesario entonces recurrir a los números específicos del sector.

Estos números nos dicen que la sal participa en no menos de 14 mil procesos industriales que no hace otra cosa que incrementar cada año su volumen productivo. De hecho, entre 2015 y 2017 se pasó de las 271 millones de T/año del primer ejercicio, a las 280 millones registrada al finalizar el del pasado año, arrojando un crecimiento anual de casi 5 millones de T/año (1,84% anual). Se trata de una cantidad que, dicha así, puede parecer normal, pero que cobra mucho más valor si tenemos en cuenta que el decimoquinto productor mundial, España (el primero es China con 68 millones de T/año), ronda los 4,5 millones.

Al frente de todo este proceso de crecimiento, cuyo producto debe hacerse hueco en un competitivo mercando internacional, solo podemos encontrar a las grandes compañías multinacionales. Unas empresas que se hacen de oro controlando los yacimientos, produciendo y gestionando a muy bajo coste, y comercializando sal a largas distancias (véase el ejemplo de Guerrero Negro).

Nota: En el Salar Grande de Tarapacá (Chile) K+S obtiene 8 millones de T/año. Fuente: ks-chile.

En el campo del negocio internacional de la sal el número uno es la compañía alemana K+S Group, que también lo es en la producción de fertilizantes y potasa. La sociedad posee filiales en Alemania; Bahamas; Brasil; Canadá; Chile; Estados Unidos; España; Francia y Países Bajos; a través de las cuales gestionan profundas minas, kilométricos salares y enormes salinas de litoral.

Todo ello le permite alcanzar una producción anual de 31 millones de T/año y superar así a la China National Salt, que con 18,7 millones es la principal empresa del mayor productor mundial de sal. De esta forma, y en lo que a la extracción de materiales se refiere, K+S Group facturó 3.627 millones de euros, de los que 1.762 millones correspondían solo a la sal.

Nota: Principales compañías productoras de sal. Fuente: KS Group.

Por ello, si bien es cierto que en lo que a la rentabilidad se refiere no tiene el mismo peso económico que tuvo hace 200 años, la elevada demanda actual (ligada a las múltiples aplicaciones), continua ubicando a la sal entre los productos más importantes para la industria moderna. Por ello, y dada esta importancia estratégica y su valor en el mercado, son las grandes multinacionales las que terminan por controlar este negocio que, como hemos visto, continua siendo oro blanco.

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