Desde hace tiempo, ultras disfrazados de periodistas pululan por el Congreso de los Diputados para agitar, crispar y degradar el sistema todo lo que se pueda. No son profesionales de los medios de comunicación, son lacayos enviados por grupos y partidos nostálgicos del régimen anterior para desprestigiar el parlamentarismo, las instituciones, la democracia, en fin. También el periodismo. Acabar con ellos sería fácil, ya que todos los diputados saben quiénes son. Bastaría con prohibirles el paso al hemiciclo. Sin embargo, se les ha dejado hacer, se les ha concedido acreditaciones, se les ha tratado como a uno más, cuando ellos estaban allí única y exclusivamente para hacer la “guerra cultural” desde dentro.
Hablamos de auténticos saboteadores, conspiracionistas, guerrilleros de la causa franquista. Los periodistas que habitualmente cubren información parlamentaria, hartos ya de ese comando de peligrosos friquis, se plantaron la pasada semana en las escaleras de las Cortes Generales para exigir tolerancia cero contra quienes no tienen otro objetivo que la desestabilización. O sea, poner el granito de arena de las webs de la caverna para reventarlo todo desde el corazón mismo de la democracia. “Señalar no es periodismo”. Bajo este lema, la gran mayoría de profesionales de todas las líneas editoriales han firmado un manifiesto contra las prácticas “mafiosas” de esos matones de extrema derecha que, travestidos de periodistas, se pasean por el Congreso de los Diputados con una acreditación. El asunto es grave, ya que los profesionales que se dedican a informar a la opinión pública dicen sentirse amenazados en un paso más hacia el Estado totalitario. Los infiltrados los señalan, los desprecian y hasta les auguran que les harán la vida imposible.
El lema “Señalar no es periodismo” ha sido coreado por redactores de casi todos los medios de comunicación para denunciar la persecución que están sufriendo mediante amenazas, insultos y señalamientos en las redes sociales. Lo han hecho representados por la Asociación de Periodistas Parlamentarios (APP), que exige a las mesas del Congreso y el Senado que “adopten las medidas necesarias”, puesto que estos comportamientos “dificultan el trabajo de los medios de comunicación”.
Unas actitudes procedentes de miembros de la extrema derecha que se disfrazan de informadores, llegando incluso a amenazar con dar a conocer los domicilios de los periodistas en distintas ocasiones: “Los vamos a exponer. Y esperad que no expongamos su dirección”, asegura uno de los trompeteros de la extrema derecha. También acosan a redactores con los que coinciden en las instalaciones del Congreso sin respetar las normas de convivencia más elementales.
Un matonismo que políticos, como el eurodiputado de Vox Hermann Tertsch, utilizan para amplificar sus ataques a los periodistas. Por ejemplo, en una ocasión dedicó una publicación en su perfil de la red social X a una periodista de La Sexta: “Con lo que trinca como comisaria y censora la 'Intxahurraco', toda la patulea de gacetilleras rojas quieren ser ella. Al antifascismo miliciano. ¡No le grabes! Salen de la facultad ya preparadas para la checa”.
Sin embargo, no se queda aquí la cosa porque también siembran el miedo entre los operadores de cámara. Sin ir más lejos, uno de ellos –a raíz del golpe fortuito que la pareja de Isabel Díaz Ayuso se dio contra un técnico de esa cadena privada a su salida del Juzgado de Plaza Castilla–, aseguró que “hay que encontrar a ese cámara, queremos su cara, y vamos a empapelar Madrid”. Incluso hace “un llamamiento: se busca, la cámara y la identidad del cámara”. Todo organizado como una cacería de amenazas y bulos contra quienes solo hacen su trabajo, que no es otro que el de informar a los ciudadanos. Mal va la democracia española cuando una panda de gamberros y abusones se hace fuerte en el sagrado templo de las libertades sin que nadie les ponga coto y freno.