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Una visita a Don Ciccio

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análisis

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Viendo por enésima vez la maravillosa trilogía de “El Padrino”, debería haber un nombre  para referirse a los adictos crónicos, incurables, de esta monumental obra de arte, me recreo en la escena de la segunda parte donde se cuenta la historia de Francesco, más conocido como Don Ciccio, natural de Corleone, Sicilia, donde ejerce como el Don, un equivalente a nuestro no menos agresivo y peligroso cacique ibérico, que lleva muchos años sometiendo, imponiendo su ley con puño de hierro, al pueblo de Corleone,.

Don Ciccio asesinó a Antonio Andolini cuando éste se negó a pagar por su protección, una especie de “contribución urbana” que cobra el cacique a cada cabeza de familia. El mismo día del funeral de Antonio Andolini, Paolo, su hijo mayor, fue a buscar a Don Ciccio para vengar la muerte de su padre. Cuando Don Ciccio lo supo, ordenó a sus sicarios que lo mataran. Y Paolo cayó acribillado cuando se dirigía a la casa de Don Ciccio. Días después, Carmela, la mujer de Antonio Andolini y madre de Paolo fue a suplicarle a Don Ciccio que perdonara la vida del pequeño Vito de nueve años, el único hijo que le quedaba: “Don Ciccio, usted mató a mi marido porque no le mostraba respeto. Y a mi hijo mayor Paolo porque buscó venganza. Ahora vengo a suplicarle que deje vivir a mi hijo pequeño. Vito solo tiene nueve años y es tonto, nunca habla”. A lo que Don Ciccio contesta: “No son sus palabras lo que temo”. A las súplicas de la madre, Don Ciccio contestó que no podía dejarle vivir porque temía que cuando fuese mayor buscase venganza. La madre se puso de rodillas llorando delante del Don para que perdonara la vida de su hijo, pero el Don ya tenía tomada la decisión y dijo que no. En ese momento la madre sacó un cuchillo que llevaba escondido bajo las ropas y amenazó con cortarle el cuello a Don Ciccio mientras gritaba a su hijo que escapara. Instantes después, los sicarios  consiguieron apartarla de Don Ciccio y  dispararle casi a quemarropa, muriendo en el acto. Don Ciccio gritó a sus hombres que persiguieran al niño, pero el pequeño Vito consiguió escapar y refugiarse en el pueblo. Mosca y Strollo, los dos sicarios, fueron puerta por puerta buscando al niño y amenazando con graves consecuencias a la familia que escondiera al pequeño Vito. El niño tuvo suerte y los habitantes le ayudaron y sacaron a escondidas del pueblo. Poco después el niño emigró a América, donde fue renombrado como Vito Corleone al llegar  a la isla de Ellis.

Tras emigrar a América, Vito creció con una familia amiga de la suya en el vecindario italoamericano de Hell´s Kitchen, Manhattan, donde se crió en un entorno criminal, haciéndose amigo de Tessio, Clemenza y Abbandando. Tras matar a Don Fanucci, el mafioso del barrio, Vito se convirtió en el jefe de su propia familia del crimen organizado. Veinte años después, Vito, ahora convertido en el poderoso Don Vito Corleone, volvió con su familia a visitar su tierra natal. Además de disfrutar de su tierra, Don Vito tenía otros planes para el viaje. Fue a la villa de Don Ciccio y después de matar a Mosca y Strollo, los sicarios que mataron a su padre, a su madre y a su hermano, fue al encuentro de un ya nonagenario y muy delicado, Don Ciccio.  Después de saludarlo, Don Vito fue presentado por Don Tommasino, un hombre de negocios siciliano, como Vito Corleone, un respetable empresario neoyorquino. A Don Ciccio, que se sacudía lentamente la modorra de la siesta, le hizo gracia que aquel hombre tuviese de apellido el nombre del pueblo, y le preguntó cómo se llamaba su padre. Vito se acercó al viejo y le susurró al oído:  “Mi padre se llama Antonio Andolini y esto es para tí” y sacó una navaja y apuñaló a Don Ciccio en el estómago, abriéndole el pecho de arriba abajo en lo que parece un asesinato ritual. El viejo maldijo a Don Vito antes de su último suspiro. Con la muerte de Don Ciccio, Don Vito por fin vengó a sus padres y a su hermano, y pudo vivir en paz el resto de sus días sabiendo que se había impartido justicia.

Toda esta terrible escena de asesinato y venganza magistralmente narrada por el maestro Coppola, con la impagable actuación de unos maravillosos actores, la traigo a la memoria cada vez que veo en los telediarios las atroces imágenes del genocidio que está cometiendo el Estado de Israel contra la población civil y, sobra decir, indefensa, de Gaza. Un Estado de Israel que ya se ha ganado con creces el apelativo de Estado Genocida, por sus escalofriantes y aterradoras matanzas a bombazo limpio en la franja de Gaza, destruyendo sin contemplaciones, hasta dejar reducidas a escombros, viviendas, escuelas, hospitales, pozos de agua, depósitos de alimentos, incluso matando, si hace falta, como ya ha ocurrido en varias ocasiones, la última hace bien poco, a los heroicos voluntarios de las ONG que intentan paliar algo del terrible sufrimiento del pueblo palestino que está siendo masacrado ante la vergonzosa, la indecente, la ignominiosa pasividad del resto del mundo.

A los seis meses del inicio de la operación de exterminio en Gaza, el ejército israelí ha matado a casi treinta y tres mil personas, más de un tercio de ellos, al menos doce mil trescientos, han sido niños. Según la ONU el ochenta y cinco por ciento de la población de la franja de Gaza, donde viven casi dos millones trescientas mil personas, se ha visto obligada a dejar sus hogares por los ataques israelíes, huyendo a la desbandada bajo los incesantes e implacables bombardeos, lo que está produciendo una terrible catástrofe humanitaria en la franja que no hará sino agravarse todavía más si cabe en las próximas semanas. Con estos “méritos” y otros que sin duda se añadirán, puede decirse que Israel se ha ganado sobradamente el “título” de Estado Terrorista.

El objetivo del  gobierno israelí encabezado por el carnicero, y a la sazón primer ministro Netanyahu cuya obsesión es, con la excusa del legítimo derecho a defenderse de los ataques terroristas de Hamás, matar de la manera más cruel posible, bien despanzurrados por las bombas, tiroteados por toda clase de proyectiles; o bien  matarlos de hambre, de sed, de heridas sin medios para tratarlas, y enfermedades a la población civil de Gaza. Porque sobre todo los niños, las mujeres, los viejos, los seres más vulnerables, más indefensos, son los que están sufriendo principalmente los continuos bombardeos que no buscan, como dicen,  acabar con los terroristas de Hamás, eso ya no se lo cree nadie, sino arrasar con toda la población de la franja, hacerles huir de su tierra bajo una continua granizada de bombas, para quedarse  ellos como únicos dueños y propietarios de palestina. Una tierra que llevan arrebatándosela a los palestinos, y sobra decir que pasándose por el forro todas y cada una de las resoluciones de la ONU, un organismo al que desprecian y humillan constantemente, desde el mismo día en que  se fundó el Estado de Israel.

El ataque terrorista de Hamás del pasado siete de octubre, un acto condenable porque matar nunca es el camino hacia la solución de nada, fue la desesperada respuesta de un pueblo permanentemente agredido, humillado, prisionero, asfixiado, sometido, condenado a vivir hacinado, en unas condiciones inhumanas, en el mayor campamento de refugiados del mundo. Un auténtico campo de concentración en su propia tierra. Una tierra que ahora quieren quitársela para siempre. Y todo esto está sucediendo delante de todo el resto del mundo. El primer genocidio retransmitido en directo a un mundo que no es capaz de reaccionar, de tomar ninguna medida para parar esta nueva, y definitiva, “solución final”  para el pueblo Palestino. Un mundo, cuyos dirigentes se limitan de una manera vergonzosa a susurrar en voz baja, cobardemente, tímidas condenas, tibias admoniciones, suaves y muy ligeros reproches, midiendo bien cada palabra para que los genocidas no les acusen de estar contra ellos. Para evitar las acusaciones de complicidad con el terrorismo de Hamás, por parte del gobierno israelí, los países occidentales miden con sumo cuidado cada palabra de cada declaración institucional. Pero nunca se le da gusto a un déspota, y cada vez que cualquier país hace una  declaración pidiendo el fin del genocidio de Gaza, los genocidas, enfermos de soberbia y prepotencia. que están llevando a cabo esta irracional, esta disparatada operación de exterminio, a la mínima, acusan, sin reparo ni miramiento alguno, y a quien sea, con excepción, naturalmente, de sus grandes amigos y aliados estadounidenses, de ser amigos, colaboradores, apoderados, cómplices y secuaces de los terroristas de Hamás.

Pero los hechos, por mucho que digan los representantes del gobierno israelí, están ahí, a la vista de todo el mundo: sus matanzas indiscriminadas, el arrasamiento de ciudades, el total y absoluto desprecio por las leyes internacionales, los convenios de Ginebra y sus protocolos adicionales que regulan las formas en que se pueden librar los conflictos armados, y que están para limitar los efectos de éstos. Todo eso no va con ellos, porque ellos no están a otra cosa que no sea exterminar al pueblo palestino para que nunca más vuelvan a levantar la cabeza. Su plan de acabar con el grupo terrorista Hamás, es tan absolutamente disparatado y alucinante como, y esto ya se ha dicho, bombardear la ciudad de Bilbao hasta reducirla a escombros, porque un comando de la banda terrorista ETA se ha escondido en la ciudad después de cometer un terrible atentado. Si esto hubiese ocurrido realmente, nadie hubiera creído que el objetivo era acabar con el terrorismo etarra, sino con el pueblo vasco en general. Y eso es exactamente lo que está haciendo Israel con los palestinos. 

“Ojo por ojo y el mundo acabará ciego” dice una frase atribuida a Mahatma Ghandi, una frase que reflexiona sobre la ley del Talión: “Ojo por ojo”, que es la esencia de todas las venganzas. Ghandi, con esta frase buscaba concienciar a las personas de la inutilidad de la venganza. La venganza es como el fuego: quema todo lo que toca. Urge apagar ese fuego arrasador como un primer paso para que de las cenizas surja, renazca, algo nuevo.

Qué gran error, que trágica equivocación la del gobierno israelí, de dar rienda suelta, de abrir de par en par las puertas al odio y a la venganza,  asesinando en masa y de manera salvaje a la indefensa población palestina. Están tan sobrados, tan llenos de soberbia, tan seguros de su poderío, de su apabullante superioridad militar, que no dudan en matar con la mayor crueldad a familias enteras, enterrarlas bajo los escombros de sus casas,  dejarlos morir de hambre y de sed, de heridas sin atender porque se han asegurado que no haya un solo hospital operativo en toda la franja ni, por supuesto, entre ningún camión con ayuda humanitaria de los cientos que esperan semanas enteras en los puestos fronterizos.

Están tan ciegos de odio, tan ávidos de venganza, que todo sufrimiento infringido al pueblo palestino les parece poco. Y siguen adelante con su apocalíptica venganza sin pararse a pensar un momento que están creando en Palestina los mayores arsenales de odio del mundo, unos arsenales destinados a ellos, y es bien sabido que no hay peor arma que el odio. Y ese odio lo están fabricando a conciencia, bombazo a bombazo entre la población palestina, que no olvidará nunca la injustificada, la desproporcionada, la apocalíptica agresión a su pueblo.

Y ese odio ilimitado que romperá en venganza, ya está incorporado al ADN de cada palestino: algún día “Don Vito Corleone” buscará venganza.. Netanyahu y sus sanguinarios halcones quizás ya no llegarán a verlo, no pagarán el resultado de su trágico, de su descomunal error histórico, porque antes morirán por algún jamacuco, enfermedad, o simplemente de viejos. Pero las generaciones posteriores sí pagarán el trágico, el terrible error de su sanguinario primer ministro y su gobierno, con una vida en permanente alerta, inquietud y sobresalto. Una vida sin un día de paz, de sosiego, de relajación, siempre con el miedo a atentados, a ataques terroristas; una vida condenados a llevar un fusil de asalto para comprar el pan, para ir a jugar al campo de fútbol o baloncesto, para tomar una cerveza en la terraza de un bar. Un fusil que les acompañará siempre, que no podrán perder nunca de vista, siempre con él al hombro como una parte más de su cuerpo. Un fusil de asalto que en muchos casos no les librará de morir a manos de un terrorista suicida con un cinturón cargado de explosivos. Tampoco les librará de morir envenenados o de alguna enfermedad por algún virus letal fabricado en algún laboratorio  creado para tal fin.

Las más de las veces, por mucha precaución que tengan, por mucha alta tecnología antiterrorista que desarrollen, no podrán evitar en algún momento de sus vidas la visita de cualquier “Don Vito Corleone”, dispuesto a cobrarse la venganza que lleva alimentando toda su vida. Una venganza que ningún arma podrá neutralizar nunca, porque la venganza, ya se ha dicho, es el arma más poderosa, más implacable y letal jamás conocida por el hombre. Solo la justicia desactivaría la venganza, pero la justicia, como dijo el otro, ni está ni se la espera.

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