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Universidad y empresa

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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Hay quienes dicen que la universidad no ha cambiado, que es una institución anquilosada, pasada de moda, incluso sustituible. Sin embargo, la universidad, como cualquier otra institución social, cambia a lo largo del tiempo, en función de los cambios sociales que se producen y las ideologías imperantes en cada momento.

La primera función de la universidad fue la de la preservación del saber, la de transmitirlo, la de construirlo constantemente. Quienes dominan el saber se supone que deberán ejercer el poder y desde ahí construir cultura, sociedad, países. La universidad era así un servicio público esencial que necesitaba de libertad y de autonomía para poder ejercer sus funciones.

En su labor de formar profesionales que ejercerán tareas que exigen alta cualificación y habilidades de alta especialización la universidad debe manejar racionalmente recursos siempre insuficientes. Así es como las universidades comenzaron a buscar recursos fuera de los presupuestos asignados por cada comunidad autónoma.

La primera intención es suponer una carga menor para el Estado. Así es como se ha abierto camino la venta de conocimientos por parte de la universidad al servicio de los propios gobiernos, las empresas, organizaciones sociales. La universidad entra en el mercado e intenta vender más y más barato.

Una sociedad controlada por el mercado exige a la universidad que se comporte como una fábrica competitiva al servicio de una economía globalizada. Una fábrica que produzca profesionales capaces de competir en los negocios. Esa es la excelencia que los poderes económicos reclaman de de las universidades.

Los gobiernos, las empresas, exigen a las universidades mayor atención a las necesidades de las empresas, a la investigación aplicada a la producción y los servicios, la implantación de nuevas tecnologías. Sometidos a la idea de que las universidades son viejos monstruos del pasado, los equipos universitarios se ven sometidos a la presión constante de los recursos y las demandas económicas y políticas para asegurar su propia existencia.

Entre estas dos funciones de la universidad, la más tradicional, de creadora y transmisora de conocimiento y saber y esta segunda, más reciente, de atender las necesidades de los mercados, se mantiene un debate importante, aunque existen transacciones entre las dos posturas.

Así, dentro de estos acuerdos tácitos, o explícitos, todos reconocen a necesidad de una universidad que garantice una formación integral, teniendo en cuenta que en entornos cambiantes es necesario superar los compartimentos estancos de conocimientos y fomentar la interdisciplinariedad.

De otra parte, hasta los sectores más partidarios de las esencias primigenias de la universidad también admiten la necesidad de controles presupuestarios, gestión eficiente y vinculación de la universidad con la sociedad.

Pese a todo, es el modelo de universidad vinculada a la evolución del todopoderoso mercado, el que lleva las de ganar y así se van aceptando mayores vinculaciones universitarias con sectores en auge, como las energéticas, las industrias farmacéuticas, las alimentarias, o los sectores vinculados al turismo.

Abundan los proyectos de investigación, cursos, seminarios, cátedras, o los másteres realizados en colaboración universidad-empresa. Existen muchas universidades privadas y unas cuantas públicas que terminan aprobando este tipo de cooperación, de forma poco rigurosa, sin suficientes criterios de calidad y con escasos controles.

Al final es el prestigio y la calidad de las universidades, en su conjunto, lo que se resiente, mientras los intentos, realizados desde muchos ámbitos, para ordenar el patio y conseguir combinar ambas propuestas, desde la racionalidad, la evaluación pública y el establecimiento de criterios compartidos, consensuados y generalizados, se mueven entre los buenos deseos, las buenas intenciones y el papel mojado.

La universidad no está anquilosada, no ha dejado de ser necesaria, no ha renunciado a adaptarse a los tiempos complejos que vivimos, pero desde todos los ámbitos de responsabilidad sobre la misma, deberemos poner mucho cuidado en que la función de creación de conocimiento pueda realizarse sin menoscabo del servicio que la universidad debe prestar al conjunto de la sociedad y no sólo a las necesidades de las grandes corporaciones económicas.

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