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Voto Fútil

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Dentro de la sala, tres únicas personas. No hablan entre ellos. Ni siquiera están cerca uno del otro. Todos vestidos de riguroso luto. Ella lleva un vestido de tul negro rematado con botas militares y ellos, uno lleva un traje completo negro, y el otro, un pantalón chino negro y polo de Lacoste, también del mismo color. Los tres están en silencio mirando al suelo. Los tres llevan en la muñeca una pulsera rojigualda porque tienen necesidad de pregonar que son españoles de bien. Los tres son hijos de la difunta cuyo ataúd está detrás de la cristalera. Los tres acabaron como el rosario de la aurora tres meses atrás cuando murió el padre y se abrió el testamento.

En el bar del tanatorio, dos personas, mientras beben copas de coñac, hablan de lo que han visto en el set número siete dónde se encuentra la difunta y los tres hijos solitarios. Uno de ellos explica al otro de dónde viene la enemistad. Comienza contando la historia de cada uno de los hijos.

Joshua, el mayor, se fue del chalet en el que vivía con sus padres al cumplir los veintitrés y contraer matrimonio con Catalina. Cinco años después, se separó de su esposa y se volvió a casa de sus padres a pesar de que, el piso dónde vivía con su esposa, era de su propiedad (se lo habían comprado los padres hacía años junto a otras dos viviendas, una por cada hijo). Tras tener la vivienda vacía durante unos meses, decidió que no le apetecía volver a su casa y la alquiló.

Jennifer, la mediana y única chica, se fue a vivir con unas amigas al piso que sus padres habían comprado para cuando se independizara. Se marchó con veinticinco años y sólo dos después, volvió también a casa de sus padres. La convivencia había acabado en enemistad con sus compañeras de piso. Cuando volvió a casa de sus padres, estos tuvieron que contratar a una empresa de limpieza porque no había quién entrara en el piso dónde su hija había vivido con sus examigas. Una vez el piso limpio y restaurado, Jennifer, les dijo a sus padres que iba también a alquilarlo para sacarse un sobresueldo.

Jonathan Jesús, el pequeño, se fue a vivir con su novia al piso que sus padres habían adquirido e inscrito para él,  cuando tenía diecinueve años. Cuando cumplió los veinticuatro, les comunicó a sus padres que como sus hermanos estaban de vuelta en casa, él también iba a recorrer el mismo camino. Había hablado con su novia y había decidido seguir con la relación pero volviendo a vivir cada uno a casa de sus progenitores. Iban también a alquilar el piso y guardar la renta para cuando se casaran.

Ninguno de los hijos aportaba nada en casa de los padres. Se quedaban con los alquileres, nunca iban a la compra y dejaban que su madre les hiciera la cama, les lavara la ropa y les mantuviera todo limpio. Ellos iban a comer y cenar casi siempre y si algún día faltaban, tampoco avisaban. Cada uno de ellos tenía un coche de entre sesenta y cien mil euros y el pequeño, además una moto de gran cilindrada. Todos viajaban frecuentemente, siempre lejos y en clase business, y dilapidaban el dinero en móviles de última generación, portátiles de cuatro mil euros y en fines de semana de fiesta y desenfreno.

Un día, hace como dos años, mis cuñados (la fallecida y su difunto), reunieron a sus hijos. Hacía un par de años que mi cuñado se había jubilado. Como era autónomo le quedó una pensión más bien baja.  Como los hijos no apartaban nada a los gastos de la casa, les comunicaron que tenían que vender el chalet e irse a vivir a un piso más modesto. Las deudas les acuciaban. Les propusieron que cada uno de ellos se volvieran a sus casas, pero los hijos se pusieron de uñas. Que no esperaban eso de sus padres, que ellos pensaban que también el chalet era su casa, que si lo vendían, qué les iban a dejar cuando murieran,… El caso es que vendieron el chalet y compraron un piso de cuatro habitaciones, más modesto porque ninguno de los tres quiso irse de casa de los padres. Acordaron que cada uno aportaría doscientos euros al mes a la economía familiar, pero pasados unos meses se fueron relajando los pagos hasta que volvieron a la situación anterior: no aportar nada a la casa familiar.

Mi cuñado entró en depresión y murió de pena hace tres meses. Cuando abrieron el testamento, dejaba todo en usufructo a su mujer y cuando esta faltase, lo poco que tuviera iría a UNICEF. Yo creo, le decía el que contaba la historia al otro, que si hubiera podido les hubiera quitado hasta los pisos.

Pero lo peor de todo es que ellos no creen merecedores del desprecio. Cada uno de ellos le echa la culpa a los otros por abusar de los padres. Lo de ellos no cuenta porque cada uno cree que el suyo, es un caso especial. Todos creen que con haber estado ahí puntualmente para llevar a sus padres al médico alguna vez, ya cumplían con sus obligaciones de sobra. Y eso que la mayor parte de las veces, iban solos. Los tres se creen con el derecho a quedarse con «su casa» (que es de sus padres) y los tres han impugnado el testamento. Cada uno de ellos cree que heredar es un derecho aunque nunca aportaran a sus padres nada más que gastos y quebraderos de cabeza.

*****

Voto Fútil

Hace unos días tuve una comida con algunos de los que, durante algunos años, fueron compañeros de trabajo. Como en botica, hay de todo. La mayoría de ellos son votantes del PSOE, aunque alguno hay que no le importa reconocer que es hooligan del PP. Ninguno de ellos, salvo otro compañero y yo, ve problema en el sistema político actual, aunque el otro día por primera vez, se les notaba preocupados por lo que pudiera suceder en un futuro con sus pensiones.

El que es hooligan del PP, sabe y es consciente que la sanidad madrileña está en las últimas, que nueve mil ancianos murieron por falta de atención en las residencias por el COVID, incluso hablamos de la putada que tienen encima los vecinos de San Fernando de Henares a los que la inyección de hormigón en los túneles del metro para evitar el derrumbe de los mismos porque todo el terreno es arenoso y está lleno de acuíferos, está agrietando las viviendas cercanas con el resultado de que ya han tenido que ser demolidas medio centenar de ellas aunque hay al menos seiscientas afectadas. Y digo que sabe y es consciente porque de la responsabilidad de estos hechos, según sus propias palabras, nadie es culpable (al menos no el PP), sino que es cosa de unos sucesos aleatorios (una especie de ente inerte). De la sanidad la culpa es de la externalización, aunque para él, ese proceso no sea consecuencia de una forma de hacer política sino del hecho en sí. Como si lo decidiera el aire. De la muerte de los ancianos tiene la culpa el COVID y el colapso sanitario, y evidentemente de esto último tampoco es culpable el PP sino el chachachá. Del derrumbamiento de las casas en San Fernando, tampoco es culpable el PP a pesar de no haber realizado el informe geológico pertinente. El culpable fueron las prisas por inaugurar el metro porque había elecciones aunque esta inauguración y las obras, fueran realizadas por el gobierno de Esperanza Aguirre (del PP). Que ahora les ofrezcan 136.000 euros por una vivienda de 70 metros cuadrados y que con ese dinero no puedan comprar ni una autocaravana, tampoco es culpa del PP, sino de las circunstancias.

Por eso, cuando el otro día me llegó un video de una mujer vallecana que con lágrimas en los ojos, recriminaba a los madrileños el voto al PP ante la impotencia de haber tenido que recorrer una multitud de centros de salud en busca del pediatra de urgencias (en un barrio que tiene 107.000 habitantes, tres veces que Soria o Teruel y dos veces más que Ávila o Segovia, y sólo tiene un pediatra de guardia para todos los centros de salud del barrio) a pesar de embargarme la rabia y de provocarme un instantáneo sentimiento de adhesión, me hizo pensar que da igual lo que los ciudadanos sensatos recriminen a los demás, porque la gente se adhiere a los partidos como hooligans del fútbol y votan por un sentimiento irreal de pertenencia a grupo, en lugar de por programas o beneficios obtenidos. Es cierto que algunas veces ese sentimiento de pertenencia se consigue por haberse beneficiado de alguna acción de gobierno, pero lo que más prima son sentimientos estúpidos como la nación (nacionalismo) o la bandera.

Si la gente votara en consonancia y por egoísmo hacia sus intereses, el sistema de régimen del 39 que llaman democracia, ya habría sido abolido. Los políticos del PP y del PSOE (y PNV y PdeCAT) sólo pretenden su beneficio y trabajan para los fondos de inversión, los bancos, las eléctricas y todos aquellos buitres que desde el cuarto oscuro dirigen la tramoya de las políticas del Régimen. Como estamos observando en aquellos ayuntamientos y parlamentos autonómicos en los que alcaldes y presidentes están sustituyendo a otros de movimientos vecinales o partidos de izquierda como EH Bildu, la primera medida que toman, es duplicarse el salario. Porque en los salarios, en el incremento de asesores que viven del erario, en la externalización de servicios que duplican el coste de prestación por empleados públicos, en las adjudicaciones de obras y en la contratación de empresas privadas para prestar o gestionar servicios que son de titularidad pública, se establece la red de servilismo y de dependencia que permite tener adeptos por los siglos de los siglos.

Me repatean todos esos espabilados que se meten con los abstencionistas o que reclaman el voto útil para el PSOE (o SUMAR) para evitar que venga la extrema derecha. En Francia, Macron recogió el voto útil para evitar a Le Pen. Y les ha subido la edad de jubilación y lo que es peor, ha dado carta blanca a la policía para que, con la excusa de acabar con la subversión de la gente que estaba quemando Francia, se extralimiten en sus funciones. Eso ha llevado a que el otro día, un policía matara de un tiro a un chaval desarmado de diecisiete años que intentaba huir en un coche. Ahora se han vuelto a contemplar escenas de un estado fallido en el que civiles se toman la justicia por su mano, están quemando y saqueando Francia y acaban en trifulcas callejeras.

Si estamos viendo que la gente mete en las instituciones a los García Gañardos de la COZ, si el propio Abascal hablade volver al servicio militar y él se libró de la mili, si los nacionalistas españoles hablan de España y de patria mientras tienen más de mil casos de corrupción y cientos de cuentas fuera de España para no pagar impuestos y la gente les sigue votando, si el PSOE es corresponsable de la eliminación de la sanidad universal, de elevar la edad de jubilación, de meter tanquetas de policía en el centro de Cádiz (y aún así ha ganado la alcaldía uno del PP), de tener un ministro del interior que ha llevado al Tribunal de Derechos Humanos a emitir siete condenas contra España por no investigar las torturas policiales, si la propia fiscalía recurre una sentencia de la ONU  en la que condenaba a España a pagar 3.000 euros a una ciudadana que entró sin lesiones en una comisaría y salió con la nariz rota y el propio Supremo dice que no está probado que la rotura se la causaran los policías, si estamos hartos de ver como se sobreseen y prescriben casos de corrupción siempre contra los mismos, si hemos visto como durante años de gobierno, se han utilizado servicios y presupuesto del estado para acabar con Podemos, con los independentistas catalanes y con enemigos políticos sin que la fiscalía y la justicia hayan movido ni un dedo para condenar a los mafiosos,  si se están metiendo en el bolsillo de eléctricas y empresas automovilísticas cientos de miles de euros con la excusa de dos timos como son el Hidrógeno verde y las baterías de larga duración, si elevan la edad de jubilación y se pierden derechos laborales y hoy se gana un 20 % menos que hace diez años, ¿me están diciendo que tengo que votar al PSOE o a SUMAR para evitar que pase todo esto que ya ha sucedido o está sucediendo con el gobierno más progresista de la historia?

El fascismo recorre Europa desde los Urales a Gibraltar. Finlandia, Polonia, Italia, Hungría, El Reino Unido y hasta los verdes alemanes, abogan por el recorte cada vez de más derechos, por la fuerza policial, por leyes que, bajo el manto del terrorismo, amparan toda una serie de tropelías. Y España no se queda atrás. No hace ni una semana que encapuchados de la Guardia Civil detenían al antifascista Paulo Vila y la fiscalía pide procesar por terrorismo a los CDR en Cataluña a los que se les incautó una cazuela. Sin embargo, hace años que en la ‘Operación Panzer’ fueron absueltos 17 neonazis en Valencia y el Estado los indemnizó por destruir su arsenal de armas.

Estamos a merced de una sociedad de idiotas (el #idioceno) que creen que sus deseos son derechos inalienables, que creen que la lucha social es comunismo y que para arreglar los males de la sociedad basta con meter una papeleta cada cuatro años a los mismos que nos han llevado a la pobreza y a la pérdida del Estado de bienestar. Son como los hijos de la historia que ilustra este artículo que sólo están tan orgullosos de ser españoles porque su patria y su bandera son sus benefactores y creen que España (su casa) es suya por derecho aunque no aporten nada al bien común. Y así estamos una semana más preocupados por un futuro político incierto, sin darnos cuenta que lo que realmente debiera preocuparnos, la Pachamama, el medioambiente y el cambio climático nos está llevando a la extinción.

Salud, feminismo, decrecimiento, ecología, república y más escuelas públicas y laicas.

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