Cultura bajo sospecha, el nuevo puritanismo de PP y Vox

Los gobiernos autonómicos de la derecha endurecen su ofensiva contra el sector cultural: cancelaciones, listas negras y censura velada recuerdan peligrosamente a un pasado que no termina de irse

21 de Julio de 2025
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Feijóo y Abascal en una imagen de archivo.
Feijóo y Abascal en una imagen de archivo.

Desde Castilla y León hasta la Comunidad Valenciana, los ejecutivos regionales de PP y Vox han activado una agenda cultural reactiva, excluyente y cada vez más abiertamente represiva. Lo que comenzó como una retórica sobre “la neutralidad ideológica” de las instituciones se ha transformado en un proyecto sistemático de depuración cultural. Las cancelaciones de obras y exposiciones, los vetos por motivos políticos y la presión sobre creadores recuerdan a tiempos que España creía superados, pero que vuelven disfrazados de gestión cultural responsable.

Censura a fuego lento

El patrón se repite con una inquietante regularidad. En Valladolid, el gobierno autonómico vetó el cartel de una obra de Virginia Woolf por mostrar el pecho de una mujer. En Castellón, Vox logró cancelar una obra teatral que abordaba la diversidad sexual. En Madrid, la Consejería de Cultura ha evitado financiar festivales o entidades que históricamente han trabajado en el ámbito de los derechos LGTBI o la memoria democrática. No hay comunicados oficiales, ni prohibiciones explícitas. Pero hay presiones, recortes y ausencia de apoyo institucional.

La cultura se fiscaliza políticamente, como si fuera un terreno a controlar antes que un espacio de libertad. Se exige “neutralidad”, pero sólo a quienes no encajan con la narrativa conservadora. Mientras tanto, se da visibilidad y recursos a iniciativas alineadas con el revisionismo histórico, el nacionalismo español más excluyente o la religión católica como identidad pública. En nombre del “equilibrio ideológico”, se impone una mirada monocroma donde sólo cabe el relato de los vencedores de siempre.

Esta censura blanda, disfrazada de gestión, genera un clima de autocensura en artistas, programadores y compañías. El miedo a quedar fuera de las convocatorias públicas o a perder espacios institucionales lleva a muchos creadores a moderar su discurso. No hace falta cerrar teatros: basta con convertir la subvención cultural en una palanca de alineamiento. Lo preocupante no es solo lo que se prohíbe, sino todo lo que deja de producirse por miedo.

De los escenarios al aula

El ataque no se limita a lo artístico. El modelo cultural que PP y Vox promueven trasciende los escenarios y entra en el terreno educativo y social, imponiendo una visión regresiva de la historia, la sexualidad y la convivencia. En varias comunidades, se han retirado materiales sobre educación afectivo-sexual, se han vetado libros en bibliotecas escolares y se han perseguido contenidos vinculados a la memoria democrática o al feminismo. La cultura ya no se combate solo desde la censura escénica, sino desde una maquinaria política obsesionada con controlar el relato público.

Este tipo de políticas no son un accidente ni una deriva puntual. Forman parte de un proyecto político que concibe la cultura como un frente ideológico. Lo que está en juego no es una programación o una subvención: es la posibilidad de construir pensamiento crítico, diversidad de relato y espacio para la disidencia. Y cuando eso se pone en peligro, la democracia se empobrece.

Resulta irónico que quienes hablan de libertad estén aplicando un modelo de vigilancia y purga cultural que se parece demasiado al que imponía el franquismo. Cambian las formas, pero no el fondo: señalar, silenciar y moldear. La diferencia es que ahora se hace con argumentos tecnocráticos y presupuestarios, no con decretos y censores vestidos de uniforme.

Pero la historia ya ha demostrado que la cultura siempre encuentra grietas por donde florecer. Y que, por más que lo intenten, no hay modelo de país moderno sin libertad cultural. PP y Vox deberían saberlo. Aunque quizá ese sea el problema: lo saben, y por eso quieren controlarla.

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