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Club de Roma, el «lupanar» de los «psicópatas»

Isabel Bailo Domínguez
Isabel Bailo Domínguez
Profesora de educación infantil, técnica fitosanitaria cualificada, técnica medioambiental y forestal, madre a tiempo completo, actualmente estudiante de grado de historia y Rebelde con causa.
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análisis

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El Club de Roma está registrado jurídicamente en Suiza. Sus miembros no representan «oficialmente» los intereses de ninguna organización o país, pero ahí están, manifestando a toda la humanidad que sobramos más de la mitad de la población mundial, por supuesto los más pobres , humildes y desgraciados del planeta, mientras «ellos» se dedican a engendrar hijos como conejos en madriguera  sin parar, (no menos de cinco por familia) como Úrsula von der Leyen con 7 hijos y fiel  defensora del paradigma de los limites del crecimiento «.

Pero ¿Quiénes son?

Son un grupo de reflexión gestionado conjuntamente por la “nobleza negra” europea y la aristocracia británica. Se creó a principios de la década de 1960, bajo la presidencia del banquero italiano Aurelio Peccei, en la actualidad  sigue vigente y con más poder.

Su objetivo es promover las ideas de un perturbado sociópata del siglo XVIII, Parson Thomas Malthus de la Compañía Británica de las Indias Orientales, quien propuso que la raza humana produce inevitablemente más personas que los alimentos que produce la Tierra, que la industria que no produce alimentos es improductiva y que el genocidio y otras medidas que faciliten la reducción de la población deberían ser la política central de los gobiernos. 

Política de despoblación mundial que va desde las esterilizaciones masivas, al terrorismo de cualquier ideología y hasta el fomento de guerras. Estás ideas eugenistas se transmiten a través de las principales instituciones como la OTAN, la OCDE (que en  la pràctica son organizaciones creadas y financiadas por los mismos que ostentan el poder, donde eyectan sus instintos más aberrantes en contra de la humanidad, como en una lujosa mancebía.

El Club de Roma ha utilizado los dos últimos fraudes científicos: el “calentamiento global” y el “efecto invernadero” para justificar sus recetas genocidas, un ejemplo de ello: el científico de alto rango del Foro Económico Mundial (FEM), Dennis Meadows, pidió una reducción del 86 por ciento de la población mundial para que la élite globalista pueda perseguir la “inmortalidad” y disfrutar de un nivel de vida más alto.

Meadows es uno de los principales autores del notorio manual sobre despoblación del Club de Roma “Los límites del crecimiento”.

En este controvertido informe  se avisaba que la Tierra colapsaría en el siglo XXI si se mantenía el crecimiento demográfico de la población, por lo que era necesario una reducción poblacional. Este informe ha sido citado como uno de los textos más influyentes de Klaus Schwab.

Según Meadows, es necesario despoblar a la gran mayoría de la población mundial para que los supervivientes puedan tener libertad y un “alto nivel de vida”. Sin embargo, insiste en que una dictadura global “benévola” puede lograr la despoblación masiva pacíficamente.

Esta filosofía es el núcleo de las agendas del “Gran Reinicio” y la “Cuarta Revolución Industrial” del fundador  del FEM, Klaus Schwab.

Por eso, la Agenda 2030 es la exacerbación ad infinitum de la visión maltusiana del mundo. (El terreno estaba ya preparado, solo había que plantar la idea y así lo están haciendo).

Por otro lado, el economista y estadista Lyndon LaRouche demostró que las tesis del Club de Roma sobre “Los límites del crecimiento” que supuestamente hemos alcanzado en este planeta, en realidad son pura charlatanería desde el punto de vista científico, de hecho, creó un movimiento político- cultural internacional  (El Movimiento Internacional por los Derechos Civiles – Solidaridad (abreviado como MoViSol), considerado anticapitalista y antiglobalización, además de negar el cambio climático, también critican a las asociaciones ecologistas que apoyan estás ideas y también promueven la abolición del Fondo Monetario Internacional. 

Eduardo Remolins es un consultor y experto en innovación con 25 años de experiencia empresaria y académica, él explica que nuestro grado de desarrollo y nuestro bienestar dependen mucho más de nuestra tecnología que de la cantidad de recursos naturales con que contamos.

La utilidad y el valor de muchos recursos (como el petróleo, por ejemplo),  dependen de la tecnología que les dio un uso. Del mismo modo, en el futuro podrían perder ese valor, a favor de otros recursos que la nueva tecnología necesite, el petróleo vale porque existe el motor de combustión interna. El día que se generalice otra tecnología que no lo requiera perderá gran parte de su valor. 

Por otro lado, la cantidad “usable” de un recurso también depende en gran medida de la tecnología prevaleciente (de su potencia y de su costo). Por ejemplo: ¿nunca se han puesto a pensar cómo es que nos hemos obsesionado con la futura escasez de agua en un planeta cuya superficie es dos terceras partes agua? 

Aparentemente a pocas personas se les ocurre pensar que el asunto más relevante es cómo abaratamos las tecnologías para desalinizar el agua de mar, no como nos matamos por la propiedad de los ríos.

Creo que la mayoría de los problemas materiales de la humanidad se relacionan con el grado de madurez y consecuentemente, el costo y viabilidad económica, de alguna tecnología o grupo de tecnologías. ¿Energía? ¿Alimentos? ¿Agua? ¿Residuos? ¿Contaminación? Todo tiene una (o más de una) solución técnica, aunque esté apenas en etapa de desarrollo.

Hemos superado predicciones catastróficas de organismos como los del Club de Roma, que aparecen repetidamente, del mismo modo que las predicciones del fin del mundo de ciertos clérigos que nunca escarmientan.

Lo que permite el progreso tecnológico y económico no es la brillantez de la mente de unos pocos individuos geniales (a quienes sin dudas debemos mucho), sino la capacidad de la “mente colectiva” de la humanidad. Lo que hoy llamaríamos creación colaborativa. 

Si esto es así, se podría decir que una población abundante y bien conectada serían buenas condiciones iniciales para un desarrollo tecnológico y económico exitoso. Por lo tanto, un mundo de 8.000 millones de almas, con comunicaciones digitales y físicas que no paran de mejorar, podría no ser algo tan malo. Crece también nuestra mente colectiva. Nuestra capacidad de dar respuesta a los dilemas y desafíos del crecimiento. Del equilibrio que alcancen estas dos fuerzas depende el futuro de nuestra especie.

No lo sabemos a ciencia cierta. Pero sí podemos decir que un mundo con más gente y mejores comunicaciones significa también más y mejores soluciones para los problemas que irán sin duda apareciendo.

Así que sin duda, el paralelismo que existe entre pagar para ir a un “Club” de  carretera llamado «El conejito feliz”, o pertenecer al “Club» de Roma, es el mismo, igual de mezquinos los dos( aunque apostaría que en el «Conejito feliz” aún queda rastro de humanidad aunque solo sea gracias a las mujeres que allí  trabajan).

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1 COMENTARIO

  1. Toda la economía humana depende de los recursos del planeta. Toda. No hay nada más. Y las “futuras tecnologías”, como las viejas, también dependen de esos recursos. Y esos recursos son finitos. El “tecno optimismo” no es más que una película que nos montamos para no cagarnos encima.

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