Esta ha sido una semana de vértigo. Otra. El futuro dirá si ha sido el principio del entierro o de la resurrección del socialismo. Los ciudadanos de a pie, como usted o como yo, querido lector, los que no tenemos las claves de nada porque no estamos en el meollo de nada, seguimos perplejos y hastiados hasta la extenuación y, lo que es peor, hasta nos cuesta tener criterio. Si se lee la prensa, en general, la de siempre, se tiene la sensación de que nos están tomando el pelo, de que la libertad de expresión, a pesar de lo que nos creemos, está en horas bajas. No sé cómo lo han hecho, pero están todos empujando del mismo lado para que haya un gobierno a la derecha. Llevan meses así.
Igual es una estrategia que se nos escapa a los ciudadanos de a pie y la nueva gestora socialista está yendo por la senda correcta que le permitirá sortear las dificultades de esta travesía del desierto y acabar, más pronto de lo que ahora parece, con un partido a prueba de zancadillas, fuerte, vigoroso, preparado para llegar a la victoria en las elecciones próximas. Yo no me atrevería a vaticinar esto ni lo contrario. Pero me cuesta tragar este viático.
He oído a la cabeza visible de la gestora, Javier Fernández, y hasta, por un momento, he tenido la tentación de creer que un vuelco en la situación del socialismo puede ser posible, que tiene un discurso que puede resultar apetecible para muchos de los que andan a la deriva desde el gran batacazo que los ha dejado descolocados.
Llevamos tanto tiempo escuchando los mismos lugares comunes, las mismas frases triviales, hueras y mal construidas que cualquiera que ponga el sujeto y el verbo en el lugar adecuado puede seducirnos. Más, si habla pausadamente, sin estridencias, sin gritos, con educación. Y no digamos si dice alguna cosa diferente. Otro estilo, no sé, que se saque de la chistera un conejillo blanco de ojitos pillines. Son hermosos los sueños, pero son sueños.
Se dice que en política hay que saber adaptarse a los tiempos, por eso la revolución siempre es algo pendiente. En la transición, Fraga y Carrillo utilizaron un discurso muy parecido para aplacar a sus bases y ambos fueron por la misma senda de la reforma. La ruptura, entonces, no era buena idea. Y la transición modélica fue sacrosanta por un tiempo largo. Pero siempre hay revisionistas de la historia. Agoreros que escarban y sacan a la luz algunas miserias. Lo ejemplar del hoy y ahora puede parecer nefasto mañana.
Y hoy estamos en lo mismo. Tragar. Cambiar algo para que todo permanezca. Para no hundirse del todo, para poder llegar al poder por algún atajo. Pactar. Y aparcar otra vez las ideas. Para cuando la coyuntura sea más favorable. Para jamás. No sé usted, querido lector, yo soporto muy mal a Rajoy, pero aún puedo aguantar menos a Cospedal, siempre en su atalaya dando lecciones de ética política, mientras se agolpan a la entrada de los Juzgados, en larga cola, los presuntos del Partido Popular, sus afines, adláteres y simpatizantes de todos los pelajes. Tanto tragar vamos a acabar con una indigestión que nos puede llevar a una pancreatitis letal.
Yo, insisto, sólo sé que no sé nada. Pero podría hasta dejarme seducir por Arturo, digo, Javier Fernández, – que éste no es el actor, aunque tiene maneras- pero se le ha visto mucho con Susana, que ha participado activamente en su nombramiento de sastre mayor de esta empresa de costura que ella ha montado. Y eso me retrae. Casi del todo. Será mejor dejar de soñar.