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La guerra de Afganistán I (1978-1980): Despotismo ilustrado, revolución de Saur e intrigas en el palacio rojo de Kabul

Miguel Candelas
Miguel Candelashttp://miguelcandelas.es
Politólogo, experto en comunicación política y relaciones internacionales. Analista en diferentes medios de comunicación y revistas especializadas. Autor de los libros “Cómo gritar Viva España desde la izquierda” (2014) y “Juegos de Poder” (2016).
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análisis

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Desde hace varias semanas, Afganistán se ha convertido en el principal foco mediático a nivel internacional. Sin embargo, este remoto país de Asia Central, calificado como “tumba de imperios” a lo largo de la historia, lleva en realidad más de cuatro décadas en guerra, una guerra civil e internacionalizada al mismo tiempo, causada por una multiplicidad de factores étnicos, ideológicos, religiosos y geopolíticos, sin el análisis de la cual es imposible digerir reflexivamente el bombardeo constante de noticias que tanto los medios de comunicación tradicionales como las redes sociales nos están lanzando.

Esta breve tetralogía sobre la historia de la guerra de Afganistán tiene por objetivo plantear una visión panorámica y didáctica en la “longue durée” que nos ayude a comprender como el impacto de esta permanente contienda, a lo largo de sus diferentes etapas, ha transformado radicalmente el país, creando dinámicas tanto de continuidad tradicionalista en el sistema tribal afgano como de cambio modernizador y desestabilizador a raíz de las intervenciones extranjeras. Una historia apasionante y a la vez despiadada, repleta de intrigas políticas, intereses geopolíticos, idealismo revolucionario, fundamentalismo islámico, señores de la guerra y crímenes contra la humanidad.

En esta primera entrega, abordaremos los antecedentes históricos que desembocan en la Revolución de Saur, la llegada del régimen de izquierdas al poder, el programa radical progresista del presidente Taraki, el surgimiento de la insurgencia islamista de los combatientes muyahidín, las conexiones internacionales y las conjuras palaciegas dentro del gobierno comunista afgano.

I – Aproximación al campo de batalla (Geografía de Afganistán)

Afganistán es un país árido, montañoso y sin salida al mar, situado geográficamente entre el río Amu Darya y las montañas del Hindu Kush. Limita al sur y al sureste con Pakistán, al oeste con Irán, al norte con Turkmenistán, Tayikistán y Uzbekistán y al noreste incluso con China, a través del angosto corredor de Wakhan. El territorio es mayoritariamente semi-desértico, y solamente hay valles fértiles en las zonas tayikas y uzbekas del Norte.

El islam es la religión hegemónica del país, profesada por más del 99% de la población (divididos a su vez en una mayoría sunní del 82% y una minoría chií del 18%), aunque existe una presencia testimonial de sijs e hinduistas, reliquias históricas que demuestran como Afganistán ha sido una ruta comercial y zona estratégica para todo tipo de pueblos, imperios, culturas y civilizaciones.

El país tiene una diversidad étnica casi próxima a la atomización, formando un crisol de culturas entre las que destacan los pashtunes (la etnia mayoritaria), seguidos de tayikos, uzbekos, hazaras, baluchis, aimaks y nuristaníes. Mientras que los pashtunes y baluchis son etnias iranias orientales, los tayikos y hazaras están emparentados con la esfera persa más clásica. Asimismo, los uzbekos están asociados al mundo túrquico y mongol, y finalmente, los nuristaníes comprenden una curiosa etnia indoeuropea ancestral, tan diferente al resto que tienen rasgos genéticos exóticos para la región como el cabello rubio o los ojos azules, además de haber profesado hasta hace pocas décadas cultos paganos pre-islámicos. Este enorme abanico étnico obviamente también se ve extrapolado al ámbito lingüístico, destacándose el idioma pashtún (hablado, como es lógico, principalmente por la etnia pashtún) y el dari (dialecto del farsi, y por lo tanto, hablado por la esfera más vinculada al mundo persa), los dos idiomas oficiales de Afganistán.

Finalmente, debido a su accidentada orografía, a su superficie semi-desértica y a su escasez de recursos (más allá de algunas pequeñas reservas de gas natural, piedras preciosas y tierras raras), Afganistán es un país pobre y con una economía muy poco desarrollada. La agricultura de baja intensidad constituye la principal ocupación económica del país (a excepción de los núcleos urbanos donde paulatinamente se ha ido desarrollando una pequeña burguesía) y la inmensa mayoría de la población sobrevive cultivando trigo, arroz, frutos secos, y sobre todo, amapola adormidera (planta de dónde se obtiene el opio, lo que le ha convertido en el principal productor mundial de dicho destructivo narcótico). Paralelamente, también existe una ganadería dedicada a la cría de camellos y otros animales domesticables, y en el terreno de la artesanía, nos encontramos con un pequeña sector textil que confecciona alfombras y bordados.

Mapa étnico de Afganistán (2020).

En resumen, esta combinación de factores geográficos, ideológico-religiosos y económicos, hacen que la sociedad afgana tenga un carácter esencialmente feudal y tribal, con un mundo rural que aún vive próximo a la Edad Media y un pequeño mundo urbano que sin embargo trata de modernizarse. De hecho, como veremos, esta tensión entre el conservadurismo y la modernidad será uno de los vectores principales del conflicto civil afgano, avivado también por la división étnica y los intereses extranjeros.

II – Antecedentes históricos, el Gran Juego y el despotismo ilustrado (Orígenes-1978)

Desde tiempos ancestrales, Afganistán ha constituido una ruta de paso y una zona estratégica clave para diferentes imperios, aunque paradójicamente, periférica siempre respecto a los centros de poder, lo que a la postre también ha contribuido a su pobreza y ostracismo. Alejandro Magno fue el primer occidental que la atravesó al conquistar el Imperio Persa, logrando que la cultura griega prendiese durante algún tiempo en el país, sincretizada con los cultos orientales a través del helenismo. Posteriormente, el budismo también hizo su irrupción en el este del país a través de la expansión india del emperador Ashoka, y ya a mediados del primer milenio, el imperio sasánida recuperó la hegemonía persa en la zona y reimplantó el zoroastrismo como religión.

Unos siglos más tarde, llegará finalmente el islam, la religión mayoritaria en el país desde entonces. A lo largo de diferentes dinastías árabes, mogoles y persas (que siempre tuvieron complicaciones, en mayor o menor grado, para consolidar su ocupación en dicho territorio periférico), la religión de la media luna se convertirá en hegemónica y será el factor ideológico que otorgue una cierta unidad al atomizado mosaico cultural afgano.

Durante la doble decadencia de los mogoles de la India y de los safawies de Persia, las siempre rebeldes tribus afganas aprovecharon la ocasión para consolidar su independencia. Ahmad Khan se proclamó emir de Afganistán (se le considera el padre de la patria) y fundó la dinastía durrani, la primera dinastía propiamente afgana (los durrani desde entonces se convertirán en la élite pashtún, en contraste con los pashtún ghizlai, vinculados más al mundo rural). Diversas dinastías la sucedieron, y en el siglo XIX, Afganistán se convirtió en un Estado-tapón entre el Imperio Británico y el Imperio Ruso. Entonces, comenzó a desarrollarse el conocido como “Gran Juego de Asia Central”, es decir, la lucha ajedrecística de británicos y rusos por el control de dicha estratégica región. en una partida que llevó al establecimiento de la denominada “Linea Durand” en 1893. Quedaba así marcaba la frontera entre la India colonial británica y el por aquel entonces semi-clientelar Estado afgano, una firma que el emir Abdul Tahman Kahn se vio forzado a firmar, con la consecuencia de que dicha línea artificial dividió a los pashtunes (la etnia mayoritaria) entre el territorio afgano y el territorio indio, el cual posteriormente se convertiría en Pakistán tras la independencia y partición de la India, lo que desde entonces marcará la enemistad regional entre Afganistán y Pakistán, que aún a día de hoy mantienen este conflicto fronterizo latente (Pashtunistán), ya que Afganistán no reconoce las fronteras impuestas por la Línea Durand.

En el marco de dicho imperialismo decimonónico, fueron desarrollándose diferentes guerras anglo-afganas en las que los británicos ocupaban rápidamente el territorio desde la India, solo para acabar atrapados inmediatamente después en una terrible guerra de guerrillas que paulatinamente diezmaba sus guarniciones y de la que finalmente tenían que salir huyendo y en pésimas condiciones. Una de dichas masacres acabó en la huida despavorida del regimiento británico de Kabul hacia Jalalabad en 1842, en una odisea a través del Hindu Kush y del ataque de bandidos y guerrilleros de la cual solamente pudo escapar con vida un miembro, el doctor William Brydon. Tras décadas de invasiones, gobernantes títeres, rebeliones y nuevas invasiones, los afganos finalmente obtuvieron su independencia en 1921.

A partir de entonces, se instauró una monarquía afgana modernizadora (que podríamos denominar como “despotismo ilustrado”), perteneciente nuevamente a la etnia de los pashtun durrani, y que a través de sucesivos reyes trató de consolidar a Afganistán como Estado independiente, modernizando tímidamente sus estructuras feudales y comenzando a fomentar la educación en las ciudades, política que por ejemplo llevó a la creación de la Universidad de Kabul, de la que hablaremos más adelante. Ello provocó que en el ámbito urbano, por primera vez, comenzase a germinar una pequeña burguesía comercial, ilustrada y laica, en contraste con el resto de la población rural y analfabeta afgana, que seguía anclada en un modo de vida feudal en el que los terratenientes (khanes) y los líderes religiosos (mullahs) dominaban todos los aspectos sociales, en una vida que debía estar regida por la sharia (la ley islámica) y las costumbres tribales.

Dentro de este despotismo ilustrado que solamente llegaba timidamente a las ciudades, destacó el último de dichos monarcas afganos, Muhammad Zahir Shah, un rey afrancesado que fue el verdadero artífice de dicha modernización. Logró que Afganistán entrase en la Sociedad de Naciones (y posteriormente en la ONU), abrió el país a la cultura extranjera, y paralelamente, ni se dejó arrastrar a la II Guerra Mundial ni al conflicto con Pakistán por el Pashtunistán. Ya estabilizadas sus fronteras y asentado el estatus diplomático de Afganistán en el seno de la comunidad internacional, en 1964 hizo aprobar una constitución pseudo-democrática que por primera vez creaba un parlamento y permitía los partidos políticos, además de otorgar ciertos derechos a las mujeres como el permiso a no llevar velo o a acudir a la universidad. Todas estas medidas modernizadoras se beneficiaron además de la ayuda exterior, tanto estadounidense como soviética, ya que Zahir Shah supo aprovechar inteligentemente la situación geopolítica de Afganistán como Estado-tapón en el contexto de la Guerra Fría, lo cual le permitía mantener un equilibrio entre ambas superpotencias (EEUU y la URSS). De ese modo, la moda occidental comenzó a penetrar en las ciudades (por ejemplo, muchos jóvenes occidentales pertenecientes a la subcultura hippie fueron a Kabul desde la India, introduciendo modos de vida pop en la capital), y al mismo tiempo, los jóvenes militares del nuevo ejército profesional eran enviados a las academias militares soviéticas, lo que (paradójicamente a lo que podría parecer en la visión de un español) convirtió al ejército en uno de los sectores sociales más progresistas de la sociedad afgana, junto a los intelectuales urbanos que se estaban formando en la recién creada Universidad de Kabul.

Estudiantes en minifalda que acuden a la Universidad de Kabul (década de 1970).

Dicha Universidad de Kabul había sido creada en 1931, durante el reinado de Muhammad Nadir Shah, el padre y antecesor de Zahir Shah, y gracias a los acuerdos con la URSS, Estados Unidos, Francia y Alemania alcanzó rápidamente la excelencia académica y se convirtió en uno de los mejores centros de educación de toda Asia Central. Es importante destacarlo, ya que fue en dicha universidad donde se pudo formar el grueso de la intelectualidad afgana, tanto izquierdista como islamista, que unas décadas más tarde protagonizaría los cambios revolucionarios y contrarrevolucionarios del país. La facultad de letras, controlada por los izquierdistas y comunistas, y la facultad de teología, controlada por los islamistas, protagonizarían una rivalidad ideológica y estudiantil encarnizada que se saldaría con decenas de muertos y que, a la postre, se extendería al conjunto del país. En efecto, la constitución y el pluripartidismo tuvieron un efecto secundario no deseado, y fue el que la política afgana terminase polarizándose hacia dos extremos: de un lado, el Partido Democrático Popular de Afganistán (de ideología izquierdista y comunista) y del otro, “Jamiat-e-Islami” (de ideología conservadora e islamista).

III – La Revolución de Saur y el gobierno izquierdista de Taraki (1978-1979)

El Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA) estaba en claro ascenso, con más de 50.000 militantes. Muchos militares del ejército eran comunistas, así como gran parte de la intelectualidad de Kabul. No obstante, dicho partido (como todo movimiento de izquierdas) estaba dividido en dos tendencias enfrentadas: La “Khalq” o pueblo (facción radical y revolucionaria, dirigida por el poeta Noor Muhammad Taraki y el profesor Hafizullah Amin, ambos de la etnia pashtún ghizlai) y la “Parcham” o bandera (facción moderada y reformista, dirigida por el abogado Babrak Karmal, medio tayiko medio pashtún ghizlai). En el otro extremo del campo ideológico, a la islamista “Jamiat-e-Islami”, liderada por el tayiko Burhanuddin Rabbani y un joven igualmente tayiko llamado Ahmed Shah Massoud, le había salido una competidora aún más radical y que apostaba por el terrorismo, “Hezbi Islami”, organización clandestina dirigida por el pashtún fundamentalista Gulbuddin Hekmatyar, un estudiante de ingeniería y militar afgano que había asesinado a un compañero de clase comunista en la Universidad de Kabul. Quedaos con todos estos nombres, tanto izquierdistas (Taraki, Amin, Karmal) como islamistas (Rabbani, Massoud, Hekmatyar), porque estarán destinados a convertirse en protagonistas de los sucesivos acontecimientos.

En 1973, Muhammad Daud, un primo del rey que había sido recientemente apartado del gobierno debido a sus diferencias políticas con Zahir Shah, organiza un golpe de Estado y derroca al monarca, pero en lugar de proclamarse rey él mismo (como era costumbre entre sus antecesores), instaura la república y se convierte en presidente. Al principio Daud coopera con la facción moderada del PDPA (Parcham) y sigue una línea progresista destinada a eliminar la influencia de los islamistas, pero después decide perseguir también a sus socios izquierdistas y llevar a cabo una política más dictatorial y unipersonal, con lo que termina ganándose la enemistad de ambos polos del espectro político. Mientras, en la esfera internacional prosigue la política de equilibrio entre las dos superpotencias de su antecesor, llegando a pronunciar la famosa frase “me siento muy feliz cuando puedo encender mis cigarrillos americanos con cerillas soviéticas”.

De repente, todo cambia el 17 de abril de 1978. El histórico dirigente comunista Mir Akbar Kaibar (un personaje público muy apreciado en Kabul) es asesinado por agentes del presidente en la prisión de Pul-i-Charkhi de la capital. Al día siguiente, se produce una multitudinaria manifestación en Kabul en señal de protesta por el crimen de Estado, y el régimen de Daud reacciona encarcelando a toda la cúpula del PDPA, entre ellos Taraki y Karmal. Sin embargo, Amin solo es puesto bajo arresto domiciliario, lo que le da tiempo a contactar con los oficiales comunistas del ejército (como ya dijimos, la presencia del partido en el seno del ejército era muy importante debido a la estancia de sus oficiales en la URSS), ordenándoles iniciar un golpe de Estado para tomar el poder.

De este modo, en la noche del 27 al 28 de abril, los militares sublevados y las milicias populares izquierdistas asedian el palacio presidencial, y con la ayuda de la fuerza aérea, derrotan a la guardia presidencial. El presidente Daud es capturado y ejecutado junto al resto de la antigua realeza. El ejército entonces, le entrega el poder al PDPA, todos los presos comunistas son liberados, incluidos Karmal y Taraki, y este último se convierte en presidente del nuevo régimen de izquierdas, la República Democrática de Afganistán (RDA). Ha nacido la Revolución de Saur (llamada así en honor al mes de abril en el calendario persa), una revolución desde arriba, organizada por una élite intelectual y ejecutada por una facción progresista del ejército (nuevamente, despotismo ilustrado).

A la URSS este golpe de Estado le ha pillado por sorpresa y lo observa con una cierta inquietud, puesto que la diplomacia soviética ya tenía excelentes relaciones con la monarquía de Zahir Shah y con la república de Daud, por lo que teme que dicho régimen inquiete a Estados Unidos y les lleve a realizar algún tipo de ofensiva geopolítica (temores que resultarán ser ciertos a los pocos meses). Sin embargo, la política del premier soviético Leonid Breznhev es la de establecer lazos de cooperación con cualquier país en donde se haya producido una revolución de izquierdas, por lo que enseguida procede a enviar a cientos de asesores a Afganistán para promover el socialismo.

La bandera roja ondeando en lo alto del palacio presidencial tras la Revolución de Saur (1978).

El nuevo régimen de izquierdas afgano, dominado por la facción radical del partido “Khalq”, comienza a gobernar y a transformar Afganistán por decreto. En el mes de mayo del mismo 1978 elaboran una constitución provisional denominada “Proclamación de deberes revolucionarios”, en dónde establecen medidas tan radicales y progresistas como la reforma agraria, el salario mínimo, la legalización de sindicatos, un impuesto especial para las rentas altas, la entrega de tierras de la realeza a los campesinos, la reducción del precio de los productos de primera necesidad o la prohibición del cultivo del opio. Particularmente revolucionarias, dado el tipo de sociedad islámica y feudal de la que hablamos, son el establecimiento de la igualdad jurídica entre hombres y mujeres, la eliminación de los privilegios patriarcales del esposo con respecto a la esposa, la supresión de la dote, la ilegalización de los matrimonios de niñas, el fomento de la educación para las chicas (a las que se incluye en clases mixtas junto a los hombres, tanto en la escuela como en la universidad) y la promoción de mujeres a la vida política, llegando a haber diputadas en el parlamento e incluso alguna ministra. Igualmente sorprendentes son también las medidas en materia religiosa, ya que incluyen la declaración de Afganistán como un Estado aconfesional, la libertad de cultos y la eliminación de privilegios del clero islámico, medidas que se ven ejemplificadas en que el propio presidente Taraki sea un declarado ateo. Y tal vez, es incluso más curioso, que estas reformas igualitarias y laicas se produjeran en Afganistán incluso unos meses antes que en España.

Propagandísticamente, el régimen de izquierdas, bajo la batuta de Taraki, cambia la bandera del país por la bandera roja comunista, crea un nuevo himno que elimina toda referencia al Islam y que incluso sustituye a Allah por la deidad pagana del Sol (compuesto por el también poeta y ministro de radio y televisión, Sulayman Laiq) y organiza multitudinarios desfiles militares y civiles en donde los militares portan uniformes de estilo soviético y grandes mostachos y las mujeres aparecen  vestidas al modo occidental y sin ningún tipo de velo. Las imágenes de chicas en minifalda, con los cabellos al viento, en la universidad o en las fábricas resultan revolucionarias, captadas por las cámaras soviéticas para el resto del mundo con un objetivo obviamente propagandístico, pero aunque se trata de imágenes reales, representan en realidad solamente a un pequeño porcentaje de la población afgana: esa minoría urbana, laica y con ciertos estudios.

IV – La contrarrevolución islamista y el juego de tronos comunista (1979-1980)

En las zonas rurales, donde vive la inmensa mayoría de la población afgana, las ambiciosas reformas del régimen de izquierdas son vistas en el mejor de los casos con absoluta indiferencia, y en el peor, como una amenaza para el sistema feudal, la religión musulmana y el liderazgo de los líderes tribales y religiosos. A las pocas semanas, desde los minaretes de las mezquitas se empieza a acusar al régimen de “kafir” (infiel), llamando a formar batallanes de “muyahidín” (guerreros de Allah) que combatan a los ateos comunistas. El fundamentalismo islámico ha ido creciendo en los últimos años a una velocidad vertiginosa, planeando el combate contra los regímenes laicos de Oriente Medio (kemalismo en la Turquía de Atatürk, panarabismo en el Egipto de Nasser, baazismo en la Siria de Al-Asad y en el Irak de Sadam Hussein, laicismo persa en el Irán del Sha Ra Palhevi), a los que definen como “yahiliyya” (gobierno politeísta como el de los paganos de La Meca que destruyó el propio profeta Mahoma). Ahora, en Afganistán, bajo su perspectiva, tienen a un gobierno “yahiliyya” aún más demoniaco e infiel que todos los anteriores: el marxismo ateo de los comunistas del PDPA. La yihad ha comenzado, y aunque aún necesita de financiación externa (pronto la encontrará), la hegemonía ideológica y el antagonismo del enemigo han creado el caldo de cultivo perfecto para que prenda la mecha de la contrarrevolución.

Estas incendiarias llamadas a la yihad tendrán sus consecuencias en el país inmediatamente, cuando a comienzos de 1979 comienzan a producirse atentados contra militantes de izquierdas y mujeres que no llevan velo, así como incendios de escuelas y sedes del PDPA. El gobieno comunista, cuyo hombre fuerte es el primer ministro Hafizullah Amin, mano derecha de Taraki, reacciona iniciando una campaña de represión que encarcela y ejecuta a miles de personas vinculadas al mundo islamista. La facción moderada del partido “Parcham” trata de frenar los excesos de Amin, pero éste responde enviando a su líder Karmal al exilio (como embajador en Checoslovaquia) e inmeditamente después persiguiendo, encarcelando y ejecutando también a sus partidarios, ahora descabezados. La unidad del partido se hace añicos y el régimen pronto se encuentra combatiendo tanto a los opositores islamistas como a sus propios camaradas comunistas moderados e iniciando una purga política de una intensidad que los afganos no habían conocido hasta entonces.

Por si fuera poco, los temores soviéticos eran ciertos, y en la Casa Blanca se pone en marcha la “Operación Ciclón”, ideada por Zbigniew Brzezinski, consejero de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter y reputado analista geopolítico. Washington ve como una amenaza al régimen de izquierdas de Kabul, ya que podría catapultar la expansión soviética hacia el Océano Índico y el Golfo Pérsico (nuevamente, el Gran Juego), por lo que ve en la resistencia de los terroristas muyahidín la oportunidad perfecta para intentar provocar el colapso del gobierno de Taraki, y quien sabe si incluso, tenderle una trampa a la URSS y hacer que el Kremlin muerda el anzuelo (lo morderá).

Por aquel entonces en Moscú aún no están preocupados. De hecho, en diciembre de 1978 se había firmado el “Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación entre la URSS y la República Democrática de Afganistán”, por el que la URSS comienza a suministrar material y armamento al gobierno de izquierdas, al tiempo que incrementa el número de asesores soviéticos en suelo afgano y se compromete a defender militarmente al pequeño país de Asia Central, si éste fuese atacado. Sin embargo, poco a poco llegan informaciones al Kremlin sobre las purgas de Amin y la resistencia muyahidín, lo que comienza a generar preocupación en el seno del presidium (el nombre oficial del antiguo politburó a partir de 1953). Y dicha preocupación aumentará exponencialmente cuando, a comienzos de 1979, en la ciudad de Herat (al oeste del país) el ya mencionado líder terrorista islamista Ismail Khan, todavía oficialmente militar leal al gobierno, decide finalmente quitarse la máscara sublevando a la guarnición de la ciudad, repartiendo armas a los muyahidín e irrumpiendo en la sede del gobernador comunista, donde la fanatizada turba masacra a todos los comunistas y a cualquier persona que no vistiera tropas tradicionales afganas en ese momento, matanza en la cual son asesinados también todos los consejeros soviéticos y sus familias. Posteriormente sus cabezas son clavadas en picas y desfiladas por el centro de la ciudad rebelde. Ante esto, el gobierno de Taraki y Amin, utilizando el armamento militar que le proporciona la URSS, bombardea la ciudad, la reconquista y realiza la respectiva matanza gubernamental a modo de venganza. Definitivamente, ha estallado la guerra civil afgana.

El Kremlin entonces, que ya sospecha que detrás de la rebelión islamista se encuentra la mano de la CÍA, empieza a tomarse muy en serio la crisis y el dossier afgano comienza a escalar posiciones en la agenda del presidium. Sus diplomáticos tratan de razonar con Taraki y Amin, instándoles a ralentizar las reformas, detener la represión y tratar de ampliar la base social del régimen forjando pactos con líderes locales moderados. Taraki parece dispuesto a ello pero no así Amin, decidido a proseguir con la campaña de terror e intensificación de las reformas radicales, por lo que los soviéticos comienzan a recelar seriamente de él. Paralelamente, en el interior del país la resistencia de los fundamentalistas islámicos se va extendiendo, ya que cada semana desertan cientos de militares del ejército comunista afgano para pasarse a las filas rebeldes, siguiendo el ejemplo inspirador de Ismail Khan.

Sin embargo, el golpe más inesperado de este drama político va a tener lugar en Kabul, el centro del poder comunista, en dónde la amistad de Taraki y Amin, los dos leales camaradas que co-dirigen el país (las cámaras extrajeras les muestran bromeando, riendo y abrazándose mientras el segundo le entrega simbólicamente al primero el nuevo pasaporte oficial de la República Democrática, con el que el presidente Taraki se dispone a viajar al extranjero). Y es que, en el verano de 1979 va a tener lugar la solemne cumbre de los Países No Alineados en La Habana, a la que ha sido invitado el presidente Taraki, y dónde al llegar, se entrevista con Fidel Castro. A su regreso, el líder afgano hace escala en Moscú y despacha con Brezhnev, el cual de repente le informa de que Amin ha aprovechado su ausencia para purgar a los oficiales del ejército más próximos a Taraki. El Kremlin entonces acuerda con Taraki la fulminante destitución de Amin, pero éste último descubre los planes al controlar el KHAD (la policía secreta comunista afgana), y cuando el presidente Taraki regresa a Kabul para tomar el control de la situación, es detenido y asesinado (ahogado con una almohada) por orden de Amin, según los testigos el 15 de septiembre.

Taraki, presidente comunista de Afganistán (en el centro), junto a Breznhev y Gromiko en 1979.

Entonces Amin se hace con el poder absoluto, y entre septiembre y diciembre de 1979 encarcela y ejecuta a todos los partidarios de Taraki, intensificando aún más su campaña de terror y la aceleración de su programa revolucionario, ahora ya contra todo y contra todos en una especie de huida hacia adelante. El colapso del régimen de izquierdas es inminente, la resistencia está ya cerca de Kabul, y en el interior de la ciudad la propia población que aún apoya la revolución aborrece la crueldad de Amin, por lo que el Kremlin llega a la conclusión de que dicha inmolación solo puede significar que Amin es en realidad un agente de la CIA. Aunque es cierto que Amin, una vez se ha deshecho de su antiguo camarada Taraki, comienza a establecer vínculos más ventajosos con Washington para buscar un contrapeso geopolítico al darse cuenta de que los soviéticos intentaron defenestrarle, la única motivación real de Amin es mantenerse en el poder a cualquier precio, y para ello, no duda en ejecutar a todas aquellas personas sospechosas de  no apoyarle, desde clérigos musulmanes a izquierdistas críticos de su propio partido.

Pero el Consejo Revolucionario del PDPA aún es leal al difunto presidente Taraki, y tras descubrir los coqueteos del presidente Amin con los estadounidenses y observar como su deriva genocida va a llevar al inevitable colapso del régimen, inmediatamente procede a informar de forma secreta a Moscú y a solicitar su ayuda. Al llegar el asunto a la mesa de Breznhev, este acuerda una reunión nocturna y de extrema urgencia del presidium, y concretamente, de su círculo de confianza: Yuri Andropov (ministro del KGB), Andrei Gromiko (ministro de asuntos exteriores) y el mariscal Dimitri Ustinov (ministro de defensa). Desde el inicio de la insurgencia muyahidín, el gobierno afgano de Taraki había solicitado sistemáticamente a la URSS el envío de tropas soviéticas para hacer frente a los muyahidín, pero Brezhnev se había negado una y otra vez, siguiendo el consejo de diversos altos oficiales que le alertaban de las dificultades de actuar militarmente sobre un escenario tan complejo geográficamente y étnicamente como el afgano. Ahora sin embargo, la situación ha degenerado tanto que se hace necesario estabilizar el régimen afgano con urgencia para evitar su caída en manos de los muyahidín, algo que podría ocurrir en cualquier momento si la población de Kabul decide sublevarse contra el cruel y díscolo Amin. Tras horas de debate, el Kremlin toma finalmente una decisión afirmativa y accede a la petición afgana: en la noche del 27 de diciembre, las tropas soviéticas cruzarán el río Amu Darya (frontera entre Afganistán y la República soviética de Tayikistán) y se internarán en el país para acabar con Amin y estabilizar la revolución.

No obstante, para facilitar la tarea de las tropas soviéticas que van a internarse en Afganistán y evitar que el régimen de izquierdas colapse antes de que lleguen a Kabul, en la noche anterior a la fecha señalada el KGB intenta deshacerse de Amin por otros medios más sutiles, es decir, envenenándolo. De esta manera, el propio PDPA podría controlar la situación antes de la llegada de los soviéticos, evitándoles así la acusación internacional de invasión militar para deponer a un líder conflictivo. Desde luego, para el experto servicio secreto de la URSS no era nada difícil acceder al presidente afgano, ya que por aquel entonces el KGB estaba infiltradísimo en el gobierno afgano a través de los cientos de asesores soviéticos que había en el país. Sin embargo, sucede nuevamente un inesperado giro argumental en este particular “juego de tronos” comunista, ya que justo tras ingerir el letal veneno, Amin decide acompañar la comida con una Coca Cola, cuya reacción química precisamente anula el efecto de la ponzoña, salvándole la vida in-extremis. Y es que en la URSS aún no se conocía mucho esta popular bebida estadounidense, por lo que los investigadores soviéticos no se habían detenido a analizar el posible efecto antídoto que la Coca Cola podía generar sobre determinados venenos. Amin se había salvado del atentado, al menos de momento.

Ahora ya sí que la única opción de la URSS era asaltar el palacio presidencial por la fuerza para acabar físicamente con Amin, y para ello, el Kremlin le confío la delicada misión a sus tropas de élite, los “Spetsnaz”. ¿Llegarán a tiempo antes de que el régimen de izquierdas afgano colapse definitivamente? ¿Y cómo reaccionará Estados Unidos, que lleva ya meses financiando en secreto la guerrilla de los fundamentalistas islámicos? En la segunda entrega de la saga lo sabremos.

Bibliografía consultada:

– ARNOLD, A. (1983): Afghanistan´s two-party communism: Parcham and Khalq. California. Hoover Institution Press.

– BARFIELD, T. (2010): Afghanistan: a cultural and political history. New Jersey. Princeton University Press.

– CANALES, C. y DEL REY, M. (2013): Exilio en Kabul: la guerra en Afganistán (1813-2013). Barcelona. EDAF.

– DORRONSORO, G. (2000): La révolution afghane: des comunistes aux taleban. Karthala. Recherches Internationales.

– GOMÁ, D. (2011): Historia de Afganistán: de los orígenes del Estado afgano a la caída del régimen talibán. Barcelona. Publicacions i Editions de la Universitat de Barcelona.

– LEFFLER, M (2007): La guerra después de la guerra: Estados Unidos, la Unión Soviética y la Guerra Fría. Barcelona. Crítica.

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