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La guerra obliga a definirnos

Bucear en la historia de la relación entre Rusia y Ucrania para buscar argumentos que justifiquen la invasión nos adentra en un debate sin fin

Vicente Mateos Sainz de Medrano
Vicente Mateos Sainz de Medrano
Periodista y Doctor en Teoría de la Comunicación de Masas.
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análisis

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Todas las guerras nos salpican, y más cuando son cercanas como la invasión de Ucrania por Rusia que nos obliga a pensar sobre lo impensable, la guerra, que nos induce a definirnos. Descubrimos así opiniones, también impensables, de quien no te lo esperas. ¿Hay guerras justas? ¿Quién tiene la razón? ¿Las guerras tienen justificación? ¿Un culpable? ¿Se debe ayudar al agredido o no? Preguntas sustanciales que, junto a otras, deambulan estos días por la mente llevándonos a reflexiones que de común no hacemos; incitados a tomar posición ante el horror de las imágenes de la guerra que vemos a diario.

Bucear en la historia de la relación entre Rusia y Ucrania para buscar argumentos que justifiquen la invasión, conforme a unos pretendidos derechos territoriales, de autodefensa o defensa de los ciudadanos rusófilos; o para defender el derecho de los ucranianos a ser independientes del eterno padrinazgo opresivo del padrecito ruso, nos adentra en un debate sin fin; pues la historia es interpretable, adaptable y maleable por el valor simbólico de los hechos históricos que siempre son utilizados como arma política. Camino en el que los sucesos verificados, objetivos, pueden ser negados y retorcidos en función del relato justificativo que se quiera dar a la ciudadanía, para encubrir una actuación oprobiosa. España es buen ejemplo de ello: aún hoy.

Enredo para la mente del que se sale acudiendo a los principios éticos indubitables. El primero no matar por una idea, y menos por un afán expansionista amparado en un nacionalismo – siempre nefasto que busca recuperar el poder de un tiempo pretérito que ya nunca volverá. Por eso, ninguna guerra es justa ni justificable: porque hablando se entiende la gente. El problema es cuando una parte se encastilla en sus posiciones renunciando, implícitamente, al dialogo; para justificar así el inicio de una guerra. Quién así actúa es, sin duda, el culpable de la muerte de centenares de miles de inocentes. Por tanto, sí, toda guerra tiene un culpable: el que la inicia.

Así, una vez desatado el combate, en este caso desigual, no se puede mantener la equidistancia buenista del: ¡No a la guerra! Nadie en su sano juicio quiere una guerra, por eso cuando ésta se desata por la acción de un loco: no se puede mantener una actitud inerme. No se trata de echar leña al fuego sumergiendo a Europa en una guerra de consecuencias catastróficas para el planeta, pero sí de auxiliar al agredido, incluso con material militar, y con duras sanciones económicas al agresor, para equilibrar y forzar una salida a este desigual combate que horroriza a todo ser humano.

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