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Laporta se hace trumpista

El presidente del FC Barcelona tira de revisionismo histórico para salir airoso del escándalo Negreira

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análisis

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Y en medio del escándalo por el caso Negreira va y emerge un Joan Laporta más populista, trilero y demagógico que nunca, un Laporta capaz de caer en el revisionismo histórico barato para acusar al Real Madrid de ser el equipo del “régimen de turno”. El presidente culé es el Trump del fútbol español.

La rueda de prensa del dirigente barcelonista, o mejor dicho, su no rueda de prensa (aquello fue un mitin electoral para estimular a los socis), ha aclarado más bien poco, por no decir nada, sobre el pago de comisiones al número 2 de los árbitros españoles. Cuando los periodistas le preguntaban si le parecía ético tener en nómina del club al segundo de a bordo del estamento arbitral, él tiraba balones fuera, como un mal defensa central; y cuando se le pedía que sacara los supuestos informes técnicos (en realidad ningún entrenador los ha visto), él se limitaba a decir que ha encontrado 629 dosieres y 43 vídeos, sin mostrarlos a los asistentes, y cambiaba rápido de banda, o sea de tema.

La prensa había arrastrado a Laporta a una comparecencia pública que no quería y que llegaba tarde y mal, cuando el escándalo retumbaba hasta en el último rincón del planeta. El dirigente barcelonista sabía que le iba a resultar muy difícil, por no decir imposible, justificar por qué durante 18 años el club blaugrana ha estado pagando los servicios del que fuera vicepresidente del Comité Arbitral. Hasta siete millones de euros de vellón. Así que, a falta de argumentos y razones, no le quedaba otra que abrazarse a la teoría de la conspiración tan de moda en nuestros días. Sacó el mosquetón, se atrincheró con la barretina tras la barricada, gritando Visca Catalunya Lliure, y fuego a discreción contra el enemigo común, en este caso el madridismo.

En las dos horas largas de preguntas, el mandatario contra las cuerdas no dio ni un solo dato que no se conociera ya. Eso sí, como buen abogado que es demostró controlar el medio, la escena, el tempo. Y por lo que dicen los medios de su cuerda, en Barcelona le han comprado el relato, sobre todo la prensa de bufanda, que mira por sus lectores hooligans y por la pela sin importarle si ha habido o no corrupción federativa. Otra cosa es lo que piense el aficionado culé argentino, marroquí o filipino, ese que no sabe catalán y esperaba una explicación convincente más allá del victimismo antimadridista. Fuera de Cataluña nadie entiende lo que está pasando en Camp Barça, de ahí el daño mundial que ha sufrido la institución.

Para tratar de salir airoso del trance, Laporta ha construido un discurso al ataque y efectista que gira alrededor de una sola idea: el Barça es inocente y todo esto del caso Negreira no es más que una campaña de linchamiento orquestada por el Real Madrid, el club beneficiado por los árbitros desde los remotos tiempos del franquismo. De esta manera, el dirigente tira de revisionismo histórico a la manera trumpista y da la vuelta a los hechos del pasado para adaptarlos a sus intereses concretos en el presente (en eso, no se diferencia demasiado de los nuevos movimientos populistas emergentes). Al igual que en la pasada moción de censura Ramón Tamames vendió el bulo de que la Guerra Civil comenzó en 1934, con la insurrección popular asturiana, y no en el 36 con el alzamiento nacional, Laporta propala la leyenda negra de que Franco era del Madrid, una historia del agrado de muchos catalanes pero que no viene avalada por los historiadores. No había más que tirar de la hemeroteca del NO-DO, que sigue estando ahí, por suerte o por desgracia, para desmontar el constructo revisionista de Laporta, y Florentino lo vio enseguida. No habían pasado ni cinco minutos desde la rueda de prensa del presidente barcelonista cuando desde el Bernabéu se colocaba un vídeo documental que ya tiene más de 80 millones de reproducciones en Twitter y donde se pregunta al aficionado cuál era en realidad el equipo del régimen.

Para empezar, en la película queda meridianamente probado que si había un club republicano, ese era el Real Madrid, que fue totalmente desmantelado durante la contienda civil. Hubo jugadores asesinados, detenidos, exiliados. Los nacionales se llevaron hasta la madera de las gradas del estadio. Además, se muestran imágenes del Camp Nou solemnemente inaugurado por el ministro general del Movimiento, José Solís; momentos sublimes como la entrega de insignias de oro y brillantes al Caudillo –a quien los culés condecoraron en tres ocasiones hasta nombrarlo socio de honor en 1965– y otros sabrosos titulares que fueron noticia en la época, como cuando el Barcelona fue salvado de la quiebra gracias a sucesivas recalificaciones de Franco. Fue así como el tirano “acabó con la deuda” del club, demostrándose que esto de las famosas “palancas” para salir de la quiebra no es algo que haya inventado Laporta en nuestros días.

La conexión del barcelonismo con el dictador fue tan íntima y fructífera que los azulgranas ganaron ocho Ligas y nueve Copas del Generalísimo, mientras que el Real Madrid tardó 15 años en lograr una Liga. No queremos ser mal pensados, pero igual el tirano, bajo el uniforme militar, llevaba la elástica azulgrana. Una vez más, el periodista Antonio Maestre acierta de pleno en su análisis: “Al franquismo no le importaba si eras del FC Barcelona o el Real Madrid para asesinarte. Solo si eras republicano. A partir del 1 de abril de 1939 todos los clubes eran del régimen. La perversión de la historia cuando alcanza el fútbol es aún más peligrosa”.

El franquismo patrimonializaba todo lo que tocaba, el Estado, la Renfe, Correos, las corridas de la Maestranza, Lola Flores, la paella valenciana y hasta el Barça, una forma de tener contenta a la burguesía, a los banqueros y a los empresarios del textil de la Rambla de Canaletas. Vivimos tiempos de posverdad donde no importa lo que es verdad o mentira, ni la realidad de los datos o hechos históricos concretos, sino la defensa a muerte de unos colores, ya sean políticos o futboleros. A Laporta se le está poniendo una cara de Trump que tira para atrás. Cualquier día despliega otra pancarta gigante en el Paseo de la Habana, esquina con el coliseo blanco, siguiendo el manido eslogan trumpista: Make Barça great again.

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