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Muterrecht. El derecho materno o matriarcado, desde la prehistoria hasta nuestros días ( Parte 2)

Isabel Bailo Domínguez
Isabel Bailo Domínguez
Profesora de educación infantil, técnica fitosanitaria cualificada, técnica medioambiental y forestal, madre a tiempo completo, actualmente estudiante de grado de historia y Rebelde con causa.
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análisis

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Las sociedades matriarcales no son el simple recuerdo de un pasado mitológico que jamás ha de volver al que hacen referencia feminismos nostálgicos. Son una realidad de nuestros días.

En el mundo se han documentado más de 150 sociedades matriarcales en la actualidad, aquellas en las que el sistema de parentesco sigue la línea materna de un individuo.

Hay numerosos ejemplos por todo el mundo en el que las mujeres, en diferentes esferas de su comunidad, son la base y juegan un papel central. Los hombres ejercen un poder político importante en la vida pública, pero las mujeres son las dueñas y jefas del hogar. Son ellas quienes toman las decisiones en el ámbito familiar.

«Anular el matriarcado basándose en que las mujeres no gobiernan, a pesar del hecho de que ellas juegan un papel central en otros aspectos, siempre me ha sonado a androcéntrico, rozando la misoginia.» rebate Peggy Reeves Sanday, antropóloga, que como Henrietta L. Moore y muchas otras antropólogas, denuncia el etnocentrismo de la Antropología y del Feminismo.

Ellas afirman que la situación de las mujeres no puede medirse con parámetros occidentales porque lo que en occidente es valorado como dador de poder, en otra cultura puede no ser tan relevante.

Demasiados antropólogos han estado buscando una sociedad en la cual las mujeres controlan todos los aspectos de la vida cotidiana, incluido el gobierno, dice Reeves. 

Este modelo (y una perspectiva muy occidental sobre el poder) no encaja muy bien cuando observas culturas no occidentales, como los Minangkabau, en Sumatra Occidental Indonesia, que con más de cuatro millones de personas, constituyen la comunidad matriarcal más grande del mundo.

En esta cultura, mujeres y hombres se relacionan más como socios que desean alcanzar el bien común que como competidores gobernados por el egocéntrico interés propio.

Es decir, un matriarcado no es un patriarcado al revés (al igual que el feminismo no es lo contrario al machismo), no es una sociedad en la cual el poder y los recursos se encuentran en manos de las mujeres.

Anna Boyé es antropóloga y fotoperiodista,

desde 2004, investiga las sociedades matriarcales que existen a través de un trabajo de campo que comparte con el resto en sus exposiciones.

Ella expone: que los casi veinte años de investigación y estudio que he dedicado al proyecto Matriarcados me llevan a descubrir unas comunidades matriarcales donde el papel de la mujer es central y estructura una manera de entender la vida desde la paz, el bienestar común y la importancia del grupo.

Son comunidades eminentemente agrícolas en las que el hombre se siente a gusto. Poseen tierras comunales que respetan y quieren.

En las seis comunidades matriarcales que ha estudiado, el prestigio lo tiene el que más da, no quien más tiene; se busca el consenso por encima de la imposición.  

Comunidades estudiadas: comunidad bijagó en Guinea Bissau, comunidad mosuo en China, comunidad de las mujeres juchitecas en México, comunidad minangkabau en Sumatra, comunidades quero y huilloc en Perú.

Por mi parte, añado unas cuantas más: 

– Los Khasi, los Jaintia y los Garo de las colinas de Meghalaya en la India.

-La aldea Umoja al norte de Kenia.

-La tribu Wodaabe en el norte de Nigeria.

-Los Akan de Ghana.

– y por último, los Bribri de Costa Rica.

Bien, todas ellas demuestran que la mujer tiene independencia económica y es respetada por su autoridad no coercitiva, su inteligencia y por las buenas relaciones con la comunidad. El grupo de residencia es matrilineal, es decir, la descendencia se define por la línea materna y los hijos llevan sus apellidos, y matrifocal, lo que significa que la descendencia vive con la madre en la casa del clan. Se mira por el bien común, a los niños se les educa para llegar a acuerdos y el consenso impregna la esencia del grupo. Son comunidades pacíficas que gestionan con sabiduría los asuntos de la mente y el corazón.

Conclusiones.

Debemos mirar otros horizontes y estudiar la historia de otras culturas para discernir sobre la construcción de los roles sociales de hombres y mujeres en todos sus aspectos y diversidades.

Así, juntos dibujemos un especie más igualitaria, como debió ser en un tiempo muy remoto. Cuando todo comenzó para nosotros: mujeres y hombres, hombres y mujeres.

Me quedo con las palabras de Anna Boyé que magistralmente sintetiza todo lo que el «principio materno » nos da y nos puede ofrecer.

<<Constatar lo que perdimos, mirar en las sociedades matriarcales donde todavía «somos» y rescatar del olvido lo que «aún podemos ser». Porque en esta lucha por encontrar el camino dignificaremos a toda la especie humana. Nosotras y ellos en un conjunto armónico. En una sola lógica. En un solo sentir. En un solo horizonte>>.

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