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Orgullo…. ¿ De qué?

Maximiliano Fernández Ibarguren
Maximiliano Fernández Ibarguren
Licenciado en Periodismo Licenciado en Ciencias del Trabajo
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análisis

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Lamentablemente, Stone Wall ha muerto en España hace tiempo y puede que este próximo sábado en la manifestación estatal del colectivo LGTBI, salvo cambios de última hora, lo terminen de enterrar.

Ya no queda nada del espíritu revolucionario de aquellos rebeldes que un 28 de Junio de 1969 se enfrentaron contra de las cargas policiales y detenciones ilegales en el pub Stone Wall Inn en el barrio neoyorkino de GreenWich Village ,que marcó un antes y un después para la reivindicación  de los derechos LGTBIQ, cuyos miembros  hasta ese momento eran perseguidos y discriminados, bajo la prohibición de expresar afecto públicamente entre personas del mismo sexo o vestir ropas que no fueran “correctas” al género.  

La trasgresión inicial del colectivo ha dado paso a un cortoplacismo que se limita al aquí y al ahora, a la diversión, “a pasarlo bien”, a una fiesta desideologizada carente de reivindicaciones pero que rebosa de hedonismo, de disfrute y de negocio. Lo que empezó como una manifestación a favor de derechos y por la igualdad se ha entregado, por completo y sin resistencias, a la mercantilización para que hosteleros, agencias de viajes, compañías aéreas y ayuntamientos engorden su facturación la última semana de junio y saquen tajada a la paga extra que la mayoría de los españoles cobran. casualmente unos días antes.       

Y para pruebas una evidencia: el mismo Ayuntamiento de Madrid que desde hace 2019 está en manos del popular Martínez Almeida y que se opone, a diferencia de otras grandes capitales europeas como Paris, Londres o Berlín, a colgar la bandera arcoíris en la fachada del Palacio de Cibeles, promociona el “Orgullo”, así tal cual, despojándole de su “apellido” “LGTBIQ”. 

Sin embargo y hay que decirlo, aún con el coste de tener que tragar con el “Orgullo”, recordemos que los populares recurrieron al Tribunal Constitucional el matrimonio igualitario aprobado por el gobierno de Rodriguez Zapatero, o de los recientes pactos con la extrema derecha en ayuntamientos y comunidades autónomas, alcaldes como Martínez Almeida se suben al “carro del Orgullo” por un simple motivo: poderoso Don Dinero.

El ”Orgullo” a secas, sin apellido, es garantía de bares, restaurantes, discotecas a reventar y hoteles al completo que se traduce en mayor recaudación, no solo para el sector privado, sino también para las corporaciones locales. Y en concreto, en Madrid, en unas fechas donde el calor aprieta: de no existir el Orgullo, los turistas se decantarían seguramente por otro destino de sol y playa. 

Pero más allá del tirón económico que arrastra el Orgullo, existe una inercia dentro del colectivo que poco ayudar a romper esa dinámica. Basta darse un paseo por las redes sociales para confirmar la ausencia total, ya no solo de activistas, como el recordado Pedro Zerolo, que recuerden que los derechos LGTBIQ conquistados fueron a consecuencia de muchos años de lucha, sino que también focalicen en que, así como se lograron, se pueden perder.

Frente a los avances de la extrema derecha en las instituciones gracias a sus acuerdos con el Partido Popular para gobernar juntos en más de 140 ayuntamientos y, de momento, solo de momento, en la Generalitat Valenciana se percibe sobre todo en Instagram, la red preferida por los miembros LGTBIQ. una falta total de conciencia de colectivo. 

A tal punto que usuarios con la bandera arcoíris en sus perfiles, justifican en sus posts o en historias esos pactos con los victimarios que les niegan sus derechos y les mandan a terapias de conversión. También están los que callan u omiten cualquier referencia a los avances de la extrema derecha: miran para otro lado, como si el asunto no fuera con ellos. 

El postureo con imágenes provocadoras o simplemente en un entorno paradisíaco es el leitmotiv de una red social basada en el culto a la imagen y al éxito personal y profesional. Ni rastro de compromiso político ni activismo social.            

No cabe duda que el sábado en la manifestación estatal y en un clima festivo con música ensordecedora, vestimentas atractivas y calles coloridas, muchos miembros LGTBIQ se pondrán detrás de una pancarta o se subirán a una carroza para, veinte días para tarde, confiar su voto en aquellos que les niegan su esencia como seres humanos y que aun consideran a la homosexualidad una enfermedad que requiere tratamiento para su “curación”.   

De no cambiar las cosas el próximo 23J, ya de cara a los próximos 4 años, los gais, lesbianas, bisexuales y transexuales deberían ir asumiendo que, o se recupera el espíritu de colectivo, alejado del individualismo y cortoplacismo hedonista del “aquí y ahora”, o a medio y largo plazo, todos acabaran perdiendo. La amenaza de pérdida de derechos es real y es más cerca de lo que parece. 

Y ya no se trata de meras conjeturas. Las cesiones de los populares a la extrema derecha están siendo rubricadas en los pactos de gobierno en ayuntamientos y comunidades autónomas como, por ejemplo, con la eliminación de consejerías de igualdad o la derogación de las leyes trans a nivel autonómico. 

En cualquier caso, existe una alta probabilidad que, de consumarse finalmente un gobierno de Feijóo con Abascal se caiga el mantra que recorre, a modo de justificar sus votos a la derecha, las conversaciones entre gais en barras y terrazas: “No se van a atrever”. 

La lona de VOX en su sede central de la calle Alcalá donde tira la bandera arcoíris, y con ella a miles, millones de seres humanos a la basura, no parece ser una simple declaración de intenciones.Y de ser necesario para llegar a la Moncloa, no hay dudas que Núñez Feijóo le dará un pequeño empujón a esa mano…. de la extrema derecha.  

En resumen, el próximo sábado las organizaciones convocantes se enfrentan a un dilema para nada baladí: recuperar el espíritu de lucha, de reivindicación, de rebeldía, de Orgullo LGTBIQ frente a un sistema y a unos partidos políticos que les niegan su identidad, su esencia, su estilo de vida o, por el contrario, dejar que sea tan solo un gran parque temático de   “Orgullo” sin apellido, limitado a calles coloridas, estruendosa música, vestimentas llamativas, fiesta y mucha diversión, sin más, para regocijo de los dueños de bares, restaurantes, discotecas y hoteles que verán engordar sus recaudaciones. 

Un “Orgullo LGTBIQ”, con “apellido”, sería un homenaje a aquellos pioneros de Stone Wall que en una madrugada del 28 de junio de 1969 acabaron aporreados y en la cárcel por reclamar sus derechos como personas, como seres humanos. Pero claro, para ello, se requiere conciencia de colectivo, que últimamente brilla por su ausencia, y por sobre todo, coherencia.

Un “Orgullo” a secas, vacío de compromiso político, de lucha, de enfrentamiento al que no acepta al diferente, será una claudicación frente a los discursos de odio y demonización del colectivo LGTBIQ, ahora ya desde las instituciones a las que les dio las llaves el Partido Popular.

 Un “Orgullo” desideologizado solo permitirá que, más tarde que pronto, muchos gais vuelvan a enfrentarse a aquellos que les sometieron al bullying, el acoso escolar y la discriminación durante su adolescencia y juventud. A los mismos que apalearon a los manifestantes de Stone Wall hace más de 50 años.

 Pero con una diferencia, ahora ya no tienen la fuerza de sus porras… sino las de los votos, en muchos casos, de sus propias víctimas. 

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3 COMENTARIOS

  1. Esto es así si eres del colectivo LGTBIQ y votas por el pp o vox que lo hay maroto uno
    Uno ellos partidos que quieren que desaparecais es que sois GILIPOLLA

  2. Pues a lo mejor es que a los gays no les importa tanto su libertad (y la de los demás. que la derecha va a por todos), poder besarse en la calle, poder casarse, adoptar, que no les discriminen donde sea, y prefieren que les bajen los impuestos y expulsen a los extranjeros. A saber.

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