A medida que avanza la precampaña, Pablo Casado se va enredando cada vez más en el asunto de los derechos de la mujer. Y ese embarrancamiento, esa manía de meterse en un jardín tras otro sin ningún sentido, se demuestra en todas las encuestas, que dan a un PSOE ganador que va como un tiro y a un PP decadente en la peor crisis de identidad de su historia. Casado ya no sabe si su partido es de centro o de extrema derecha (según se levante ese día), si defiende el feminismo liberal o el machismo de toda la vida, y de ahí que primero apoye un pacto en Andalucía con los ultras de Vox, después considere a las mujeres como “fábricas de obreros” y finalmente se meta a ginecólogo antiabortista definiendo a los bebés como “eso que llevan dentro las mujeres”.

El penúltimo patinazo del líder y candidato del PP es esa propuesta tan radical sobre inmigración que podría haber sido firmada por el retrógrado Santiago Abascal: que las mujeres inmigrantes embarazadas y sin papeles puedan dar a su hijo en adopción y retrasar así su expulsión del país. Inevitablemente, la idea hace pensar en aquellos tiempos oscuros del fascismo europeo, cuando padres e hijos de minorías étnicas eran cruelmente separados y conducidos a campos de concentración para la conveniente limpieza racial. Fue tal la brutalidad segregacionista de Hitler en su locura por destruir algo tan humano y natural como la maternidad que llegó a diseñar un aberrante programa controlado por el Estado para el sostenimiento de la ideología fascista: instalar criaderos humanos en los que soldados de las SS y mujeres alemanas previamente seleccionadas por sus cualidades físicas mantenían relaciones sexuales con el objetivo de procrear niños arios rubísimos, altísimos, perfectísimos.

Todo eso está en los libros de historia, aunque parece que a algunos se les ha olvidado leerlos. Dar la espalda sistemáticamente a la memoria histórica, revisar y manipular los acontecimientos históricos como viene haciendo el PP, trae estas consecuencias nefastas, este galimatías neurótico en el que se encuentra sumido el PP, que más que un programa electoral necesita un diván para su líder. La derecha sin complejos que lidera Casado en realidad es una derecha acomplejada ante la mujer y ante su derecho a la maternidad, un trastorno que conduce inexorablemente a la repetición de los errores de totalitarismo. A Pablo Casado (o quizá habría que empezar a llamarlo ya Pablo Pasado, no solo por su vuelta a postulados retrofranquistas sino porque va camino de pasar sin pena ni gloria por el liderazgo de su partido), habría que recomendarle La lista de Schindler, esa gran película de Steven Spielberg que parece que, o bien no la ha visto o se le ha olvidado. La cinta del gran director norteamericano debería ser de visionado obligado en las escuelas, para que las nuevas generaciones aprendieran desde la más tierna infancia lo que ocurre cuando el ser humano se deja seducir por ideologías políticas fanáticas y destructivas. Ahí lo dejamos, por si Pedro Sánchez quiere sacar uno de sus “decretazos” el próximo “viernes social” del Consejo de Ministros.

Pero más allá de que la educación sea sin duda la vacuna principal para luchar contra el racismo, al igual que lo es para contrarrestar el machismo, la desigualdad y las ideologías ultracapitalistas y consumistas que atentan contra el cambio climático, lo realmente preocupante en la apuesta de “Pablo Pasado” es que pretenda entrometer al Estado en algo tan sagrado para una mujer como es su maternidad. Queremos pensar que el joven candidato popular está muy lejos de aquellos doctores Mengeles del nazismo que separaban familias judías para experimentos eugenésicos y que utilizaban a las madres alemanas como factorías de soldados alemanes, pero resulta innegable que su desafortunada propuesta de que las mujeres inmigrantes sean separadas de sus hijos para darlos en adopción a cambio de papeles desprende cierto tufillo inhumano, xenófobo, totalitario, que no beneficia para nada a esa imagen de moderación y centrismo que siempre ha pretendido dar el PP.

En un comunicado de urgencia, el Partido Popular ha admitido su grave error a la hora de explicar esta idea de su programa a la sociedad. Casado, sin embargo, dice sentirse víctima de una “fake new”, de un montaje de la prensa. Finalmente, el supuesto comunicado de rectificación no ha sido tal, ya que lejos de retirar la iniciativa, tan descabellada como aberrante, sigue manteniéndola: “La propuesta se refiere a que en el caso de que una mujer irregular quiera dar su hijo en adopción quedaría blindada, pero no sería un blindaje para toda la vida, y no supondría un motivo de expulsión”.

En definitiva, mientras los populares tratan de enmendar el enésimo dislate de su presidente (que parece empeñado en terminar de demoler lo poco que queda ya del PP), todo apunta a que el problema de fondo, de raíz, sigue siendo el mismo: la concepción materialista de la mujer que parece tener el líder popular. Para Casado las mujeres son algo así como gallinas ponedoras de una cadena de montaje estatal, recipientes, simples receptáculos de material genético que debe servir para que España salga de este “invierno demográfico” en el que se encuentra y vuelva a ser una, grande y libre. La mujer de Casado es, ante todo, una buena patriota, una máquina de parir ambulante que trayendo pequeños españoles al mundo, por Dios y por la patria, resolverá el problema de la inmigración, del PIB, de las pensiones y de la despoblación de España. Es la maternidad al servicio del Estado, como ya se dijo antes. O sea, el viejo mito del totalitarismo que Pablo Pasado parece querer recuperar.

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