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PP y Vox, la sociedad de la nieve

La ceremonia de entrega de los Goya escenifica la nefasta influencia del partido ultra en la vida pública española

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análisis

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Han pasado ya varios días y todavía resuenan los ecos de lo que ocurrió en la ceremonia de los Goya. El repaso que Pedro Almodóvar le dio al vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Gallardo Frings, fue sencillamente antológico. Antes del evento, el líder castellanoleonés de Vox se había permitido denigrar a toda la industria cinematográfica española al calificarla de “señoritos que recogen las subvenciones” y que “hacen películas muy malas que no interesan a nadie”. La sentencia, propia de un cuñado crecido en un bar de copas, requería la respuesta inmediata de alguno de nuestros primeros cineastas, y esa llegó del más laureado e internacional que tenemos.

Con un ceremonioso “me vais a permitir que haga una reivindicación más a favor del cine español”, el director de Todo sobre mi madre dio a entender que allá iba el merecido chorreo para el ultra. “Les está hablando uno de estos señoritos que recogemos las subvenciones para hacer películas muy malas que no interesan a nadie, como él dijo. Pues yo a este hombre le voy a decir lo obvio, y es que el dinero que los cineastas percibimos como anticipo, lo devolvemos con creces al Estado, a través de nuestros impuestos y de la Seguridad Social, además de crear cientos de puestos de trabajo. Y por supuesto, podría estar toda una noche más, pero son tres horas lo que llevamos de gala”, alegó. En ese momento, el dirigente de Vox, que acudió a la Feria de Valladolid no como cinéfilo (este debió quedarse en Raza y en los cortos del NO-DO, de modo que ya sueña con un festival de cine facha), ni siquiera como mitómano o espectador interesado en codearse con las celebrities, sino en calidad de simple provocador, soltó una de esas sonrisas sardónicas y arrogantes que suelen lucir quienes vienen del mundo autoritario. Fue allí a lo que fue, a intentar deslucir la gala con un escándalo, y cumplió con su objetivo.

Con el tiempo nos hemos acostumbrado a convivir con este tipo de personajes que hacen del odio y la mala educación su razón de ser. Lo que hace unos años nos parecía un comportamiento propio del franquismo, hoy ya lo vemos como algo normal. Ni siquiera nos sorprende; nos hemos inmunizado. Y eso es lo realmente trágico. Toda esta convulsa transformación sociológica de la España de hoy desde los valores de la tolerancia y la convivencia hasta los del enfrentamiento por sistema y el odio, ha ocurrido, lógicamente, porque el Partido Popular, con sus pactos con Vox, lo ha permitido.

Al incluir en las instituciones a la gente tabernaria, se les ha dado el altavoz, la importancia y el escenario propagandístico que ellos deseaban. Si Gallardo Frings no hubiese llegado a vicepresidente de un Gobierno regional (probablemente un mediocre como él jamás soñó con conseguirlo), nada de lo que vimos en la gala se habría producido. Pero el señoro estaba allí, entre el público, como un fisgón que se había colado y que no pegaba ni con cola en el evento, como aquel Hrundi V. Bakshi, el inolvidable personaje de El Guateque interpretado por Peter Sellers que no pintaba nada en la fiesta pero que iba rompiéndolo todo porque era un patoso manirroto (en este caso un cargante y un plasta ideológico dispuesto a destruir el buen ambiente del momento con sus rollos antiabortistas y sobre la guerra cultural).

A Gallardo Frings no se le puede sacar de casa, en este caso de la sede del Gobierno regional, y queremos creer y pensar que Sigourney Weaver no tuvo la mala suerte de coincidir con él en el hall o en el salón comedor, junto al piano y con una copa de champán en la mano. De ser así, Sigourney, vestido satinado de un verde elegantísimo muy alejado del verde chillón de Vox, no hubiese aguantado ni cinco minutos las tontunas de un cuñao tan envarado como reaccionario. Sin duda, ese corto diálogo con el líder de la extrema derecha feudal castellana hubiese conmocionado a la diva, tanto o más que aquella impactante escena que protagonizó en Alien, el octavo pasajero, cuando el bicho salía de entre los cables y las tuberías de la nave y se plantaba ante la teniente Ripley, abriendo sus fauces y derramando toda su bilis ácida, venenosa y corrosiva. No se nos ocurre mejor metáfora que esa para definir lo que son los dirigentes ultras españoles. Marcianos verdes a los que la hiel les sale de dentro, lesionando con su vapor a los que pasan por su lado. Eso, un escalofrío gélido, fue lo que debió sentir la Weaver si es que tuvo el infortunio de tropezarse con Gallardo Frings en algún momento del cóctel tras la tediosa entrega de los “cabezones”. De haberse producido esa aciaga escena, la veterana actriz habría podido comprobar en sus propias carnes que el trumpismo no es un mal exclusivo de su país, sino que es como esa raza de alienígenas superpoderosos que se reproducen vertiginosamente y amenazan con invadirlo todo.   

Pero siguiendo con los símiles cinematográficos que nos vienen al pelo, qué mejor que La sociedad de la nieve, triunfadora de la gala de este año, para explicar la extraña relación que se llevan PP y Vox. Unos y otros, populares y voxistas, han unido ya sus destinos en una especie de proyecto ruinoso para España que no deja de ser un avión averiado a punto de estrellarse en la cordillera de los Andes. En Génova empiezan a darse cuenta de que esa sociedad no puede funcionar de ninguna de las maneras. Que se lo digan si no a López Miras quien, tras ser zarandeado dentro de su coche por un grupo de agricultores haters de la Murcia profunda, ha constatado que el monstruo del fanatismo ácrata y ultra que han estado alimentando todos estos años ya no les obedece y camina solo y sin control. Ese errático avión de la derecha española está a punto de estrellarse, si no lo ha hecho ya, como en el peliculón de Jota Bayona. Terminarán devorándose unos a otros, y no ya por puro instinto de supervivencia, como ocurrió con los héroes de aquel vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, sino por alzarse con la hegemonía en la derecha española y por poder. Por puro poder.

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1 COMENTARIO

  1. No a las subvenciones al cine. El cine es un negocio como otro cualquiera, el que quiera hacer películas que las haga y las pague de su bolsillo, luego la gente va a verlas el que quiera lo mismo que uno va a un bar o una tienda y a estés bares y tiendas nadie les da subvención ni van toda la patraña de vividores y señoritos a hacer el paripé.

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