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Pugnaz Sánchez o quiten todos sus sucias manos de la Historia

Santiago Aparicio
Santiago Aparicio
Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Contador de realidades. Guitarrista de rock en mis tiempos libres. Y cazador de doxósofos.
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análisis

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No hay mejor forma que intentar hacer desviar la atención que intentando apoyarse en una disputa, alimentada constantemente, del pasado. La dialéctica del amigo-enemigo de Carl Schmitt en su versión patria e histórica para que no se hable, o si se habla no impugnarla mediante una falsa disputa, de las cuitas de la esposa o los muy amigos del partido. Pedro Sánchez es pugnaz en grado máximo. Ha basado toda su carrera política en la belicosidad, en la disputa a muerte, en la falsificación de la historia a su favor o sus intereses, en una falsificación de la sana disputa política en lo que es una democracia contemporánea. Carente de más ideología que la del sistema y falto de toda ética solo le queda la discordia.

Ahora que la sombra de la sospecha personal le persigue y distorsiona su imagen de Narciso, acude al Valle de los Caídos a interesarse por los huesos de todos aquellos que fueron víctimas de la dictadura y que se encuentran sin identificar. Antes de su llegada a la presidencia el franquismo y las fosas comunes desperdigadas por territorio español le habían interesado entre cero y nada. Estaba dedicado a las cosas propias del sistema capitalista en su modo postliberal. Ya saben ecología, Estado como agente económico de las grandes empresas y movimientos identitarios diversos. Toda vez que llegó a la presidencia retomó junto a sus compinches aquello que José Luis Rodríguez Zapatero se traía entre manos: la dialéctica amigo-enemigo, ahora extendida hasta la democracia, con asentamiento en la historia de la Guerra Civil y posterior.

Dos presidentes con pocas luces para la política de altos vuelos, carentes de una visión particular del camino hacia el bien común y la, por así decir, grandeza de España y en España, recurren a la misma simbología retorciendo la historia si fuese necesario. Algo que alegra a grupos extremistas de cualquier color pues les permite insertarse en la nueva dialéctica política. Ya no importa la gestión en sí, solo la bronca. Ahí tienen a Isabel Díaz Ayuso o las gentes de Vox hablando del peligro socialcomunista, del marxismo (que ni los que se dicen marxistas saben qué es) y no hablan de la conspiración judeomasónica porque tienen muchos intereses con Israel. Falsas operaciones de bandera utilizadas para dividir a la población española que ya había superado, no sin heridas y amargura, esa parte de la historia patria.

Hasta la llegada de Zapatero —más allá de las imprecaciones, un tanto guasonas, de “fachas” y “rojos”— se había avanzado mucho, por ambos bandos si los hubiere, en ir paso a paso cerrando las heridas. No interesaban porque España caminaba hacia el futuro montada en otro vehículo mucho mejor. Los esfuerzos de Alfonso Guerra por recuperar la memoria de “todo” el exilio, recurriendo a los especialistas, no molestaban a nadie. Las primeras investigaciones sobre fosas comunes tampoco. Incluso José María Aznar se autocalificaba como azañista o Federico Jiménez Losantos escribía un libro sobre el presidente de la República —el cual demostró el historiador Santos Juliá que era un plagio.

Nadie en su sano juicio dice en España que no se deba proceder a la exhumación de todas las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo. Que los familiares tengan la posibilidad de enterrar dignamente a los suyos. Hasta Santiago Abascal ha apoyado ese tipo de acciones. Siempre hay alguna lenteja dura, como la diputada del PP Esther Muñoz a la que le parecía mal, pero esas incapacidades mentales están muy extendidas. Lo que no es lógico, salvo por una muy partidista y personal decisión, es cambiar la historia desde la esfera política. Intentar hacer historia desde un bando u otro. Da igual leyes de memoria histórica o leyes de concordia, en todas está metiendo sus sucias manos la clase política. Y vistos los currículos y la vida laboral de la mayoría, aquello supone una ignominia.

La Segunda República no fue esa maravilla que intentan vender. Mejor que lo anterior era desde luego sobre el papel. El problema es que los sistemas acaban siendo utilizados por personas y de estas nunca hay que fiarse, por muy ilustres que fuesen las mismas. La República tuvo que soportar un golpe de Estado de anarquistas y socialistas; otro de los secesionistas catalanes; empresarios con pistoleros contratados para acabar con trabajadores; trabajadores armados contra empresarios; fascistas de primera ola a tiros con la chavalería armada de las Juventudes Socialistas; asesinatos de políticos; quema de iglesias; trampas electorales y muy poco sentido democrático de hunos y hotros.

La Guerra Civil, como casi todas las guerras de este tipo, fue la expresión industrial más palpable de la capacidad de destrucción del ser humano y sus bajos instintos. El mal en plenitud. Mataron todos y con la mayor saña posible tan solo por pensar distinto. Clérigos apiolados y religiosas violadas. Madrid convertida en una cheka. Bombardeos en la desbandada. Fusilamientos masivos en plazas de toros. Paracuellos. Y miles de cadáveres desperdigados por sabe Dios dónde. Literatos asesinados. Salvajadas en ambos bandos e intrabandos (también se mataron entre ellos mismos). La dictadura posterior fue muy dura y contó con el apoyo de empresarios y la iglesia española. Llegó hasta el último día matando, sojuzgando, dando palizas en la puerta del Sol y todo lo que es más que conocido.

Es una historia terrible y fea que ha sido magníficamente contada por los historiadores de antes y ahora. Todo el mundo que quiera informarse mínimamente tiene acceso a esa gran labor —salvo algunos entregados a la subvención y las prebendas que se dejan llevar por la disputa ideológica— que llevan décadas haciendo los historiadores. Luego ya cada cual puede ser más de Francisco Largo Caballero o de José Antonio Primo de Rivera, pero la historia se ha contado perfectamente, con todos los datos y al detalle. Pensado fríamente es tanto un insulto a la inteligencia ser de esa república como franquista. Al final todos los españoles tienen a algún fallecido de un bando u otro. Lo que se construyó después fue una puerta a la esperanza. Hasta que llegaron los políticos mediocres…

A estos políticos que gustan de utilizar la parte más negra de la historia de España para sus cuitas hay que exigirles que quiten sus sucias manos de la Historia y dejen de enfangar todo por sus propias carencias personales y políticas. La dialéctica amigo-enemigo que tanto les gusta no es más que una fórmula para entretener a la población, alimentando sus más míseros instintos asentados en algunos mitologemas, mientras el bien común y la visión de España a futuro es olvidada. El comodín franquista o el marxista es para mentes débiles, poco ilustradas o con traumas del pasado. La Historia hay que contarla como ha sido, sin más. Y no es que haya sido muy lustrosa en esa parte. Los políticos a gestionar lo mejor que puedan y sepan, aunque visto lo visto pueden y saben poco ya que recurren a estrategias de división.

Lo peor no es que la clase política intente dividir y falsear la historia, se podría que decir que dada su mediocridad general les queda eso, sino que ese discurso divisorio se reproduce en los medios de comunicación… en todo tipo de medios de comunicación (hasta en los religiosos). Es paradójico que los hunos salgan a exponer las mentiras de los hotros, los cuales hacen lo mismo en cuanto mienten los primeros. Una retroalimentación de la mentira, escondiendo la visión global tan necesaria en Historia, de la que son partícipes algunos que se llaman historiadores —así se logran libros, conferencias y columnas.

Al final todos participan de un proceso de división del que esperan sacar tajada. Porque esto no va de lucha por la verdad sino de sacar tajada particular. Cada cual en su mundillo y con la esperanza de agrandar las cuentas corrientes. Mientras tanto una población, bastante más leída y culta que la clase dominante, asiste atónita a peleas que ni les van, ni les vienen. Que huelen a rancio. Que son mecanismos para ocultar que se lo llevan crudo cuatro en cuanto se creen por encima de la ley. Que no atisban ni una mínima preocupación por lo que es de todos, comenzando por los dineros públicos que salen de la capa productiva del país. ¿Dónde queda el debate sobre el bien común? ¿Dónde está la visión sobre, de y para España?

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