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Silvano Baztán Guindo
Silvano Baztán Guindohttp://silvanobaztan.com
Además de estar licenciado y doctorado en Medicina, tras diversas formaciones que me dieron una visión multidisciplinar del ser humano, actualmente dedico mi atención a lo que llamo (de forma resumida) Medicina Psicosomática.
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análisis

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De vez en cuando, en cualquier ámbito, suele ser interesante mirar al pasado para aprender de cara al futuro. Sobre todo, para no repetir los errores. Ésta es una de las bases del aprendizaje práctico.

Como muestra, voy a traer a esta casa varias informaciones escritas tiempo atrás.

He leído varios escritos del Dr. John Ioannidis, gran epidemiólogo y profesor de la prestigiosa Universidad de Stanford.

Uno de estos textos fue escrito el 17 de marzo de 2020. Lo titulaba como “¿Un fiasco en ciernes? A medida que se afianza la pandemia de coronavirus, tomamos decisiones sin datos fiables”.

Vamos a ubicarnos en esa fecha, mediados de marzo de 2020, cuando recién se estaban iniciando los confinamientos más estrictos en las diversas latitudes de este mundo que habitamos.

La conclusión de este afamado científico especializado en epidemiología, ya en esas fechas, es que era necesario tener información adecuada para guiar las decisiones de quienes modelan las enfermedades y las decisiones de los gobiernos.

Al comienzo del proceso pandémico (repito que el artículo es de 17 de marzo de 2020) no se sabía sobre la extensión del brote infeccioso ni la letalidad del mismo. La OMS lanzó un escandaloso 3’4%. Algo totalmente irracional.

El porqué de esta cifra gigantesca tenía una causa principal: sólo se hacían pruebas “diagnósticas” (las ínclitas PCRs) a los pacientes muy graves y con malos resultados. De tal modo, al poner en el denominador de la ecuación sólo a esas personas, el índice de letalidad es claro que sería mucho más alto que en otro supuesto más cercano a la realidad.

Como ejemplo, la letalidad observada en el crucero “Diamond Princess” fue del 1%. Pero también había que tener en cuenta

que la media de edad de los viajeros del crucero era bastante más alta que en la población general. Tras rehacer el cálculo estadístico, se situaría la letalidad en un 0’125%.

Pero como la cifra de muertos en el crucero fue “sólo” de 7 de los 700 pasajeros y tripulantes afectados, muy pocos, el corchete de letalidad se abrió demasiado: desde el 0’025% al 0’625%.

Pero como también podría haber afectados con factores de riesgo, enfermedades previas, que habrían muerto posteriormente…, las estimaciones razonables de la tasa de letalidad en la población general de EE.UU. variaron del 0’05% a 1%.

Si las cifras de letalidad fueran del 0’05%, serían más bajas que las de la influenza, la gripe.

Ante la incertidumbre sobre si la curva de afectados seguiría aumentando y hasta cuándo, el profesor Ioannidis veía necesario poseer más información sobre la prevalencia de la infección estudiando muestras aleatorias de la población de forma repetida en intervalos de tiempo regulares. En el artículo se lamentaba de que esa información no la tenían.

Afirmaba también el profesor de Stanford que aplanar la curva para evitar abrumar el sistema de salud es conceptualmente sólido… en teoría. Porque, si las medidas extremas sólo tienen una efectividad modesta, aplanar la curva puede empeorar las cosas.

No sólo el sistema sanitario se vería abrumado durante un periodo más prolongado, con la consecuencia de no poder atender otro tipo de patologías crónicas y asistencias de urgencias con consecuencia de más muertes. Tampoco se sabe de las consecuencias de alargar las medidas de distanciamiento social y los confinamientos respecto a las consecuencias sobre la economía, la sociedad y la salud mental.

Vaticinaba el profesor que podrían producirse evoluciones impredecibles, incluidas crisis financieras, disturbios, conflictos civiles, guerras y un colapso del tejido social.

¿Nos suenan estas predicciones de marzo de 2020 como algo más que meras posibilidades?

Una de las conclusiones que se sacan de su escrito es la necesidad de informaciones imparciales sobre la prevalencia e incidencia de la evolución de la carga infecciosa para guiar la toma de decisiones.

Nada de esto ha sucedido dado que, al menos en España, ni pudimos conocer la composición del equipo de expertos que diseñaron las medidas tomadas… ni mucho menos los estudios “imparciales” que sirvieron para tomarlas.

En una entrevista mucho más reciente (28 julio 2022), el profesor John Ioannidis, echando la vista atrás, relata que en diciembre de 2020 escribió un articulo en el que, basándose en modelos matemáticos, mostró que una vez que las personas comenzaran a aumentar su exposición nuevamente, las vacunas con un efectividad modesta para detener la transmisión probablemente perderían toda su efectividad para este resultado.

¿Cuál fue la reacción del “establishment” a este artículo? Pues que tanto la revistas de preimpresión “MedRxiv” como “ArXiv” se negaron a publicarlo alegando cosas muy muy curiosas… y muy poco científicas:

  • MedRxiv” se negó a publicarlo porque, atención, se trataba de “un tema delicado de salud pública”. Un argumento “tremendamente científico”.
  • ArXiv”, por su parte alegó la siguiente parrafada: “Nuestros moderadores han determinado que su envío no es de suficiente interés para incluirlo en “arXiv”. Los moderadores han rechazado su envío después de examinarlo, habiendo determinado que su artículo no contiene suficiente investigación académica original o sustantiva”.

Cuando Ioannidis pidió a “arXiv” una explicación, le respondieron que “publicarían el artículo después de que éste fuera publicado por una revista convencional revisada por pares”.

¡¡Es para mearse de la risa!!

O sea, una revista de preimpresión, que por definición es una revista que publica artículos que todavía no están revisados por pares, le pide a un autor que para publicar en ella primero tenga que publicar su artículo en una revista revisada por pares…

Cuando la información no es bienvenida, al no atenerse a la verdad dictada, cualquier excusa (careciendo de argumentos sólidos) es buena para evitar que sea accesible al público que lee sobre Ciencia.

Ioannidis es un científico que aboga, en general, por el uso de las vacunas en Medicina. Y en eso no hay duda alguna. Lo dice así en cada ocasión en la que se le pregunta directamente sobre ello.

Pero en relación a la inoculación Covid-19 en niños, dice lo siguiente:

Debemos reconocer que tanto los beneficios como los riesgos en los niños son muy pequeños y, por lo tanto, probablemente superen la capacidad de observación total del “microscopio epidemiológico”.

Hubiera esperado ver la realización de ensayos aleatorios más grandes, con un seguimiento a más largo plazo, incluida la vigilancia activa de los posibles eventos adversos.

El profesor Ioannidis, por alguna de las respuestas que hace, parece que ha aprendido a vigilar la ropa mientras nada. Esto lo digo respecto al tema mascarillas. Dice lo siguiente:

Creo que las máscaras en general son eficaces, aunque en el mundo real su efectividad se reduce drásticamente y puede gravitar hacia cero.

¿Se entiende? O sea, no quiere decirlo abiertamente desde el principio pero la conclusión es que no sirven.

La gente debería respirar hondo, estar agradecida de que los niños tienen muchas menos posibilidades de verse gravemente afectados (en comparación con otros grupos de edad) y no estrangularse unos a otros en debates sobre máscaras.

¿Está clara la exposición? Dejen de centrar la atención sobre las mascarillas y tomen aire profundamente…, ¡por favor!

Al referirse al devenir de los acontecimientos y la constatación de que los grandes protagonistas de las grandes decisiones no sólo han sido las empresas farmacéuticas. Esas otras empresas que han alcanzado un status de gran poder en el mundo (Amazon, Google, Facebook, etc.) han engrosado su influencia en las decisiones que se han tomado. Ha habido grandes conflictos de intereses.

Y Ioannidis llega a expresar con claridad lo siguiente:

La ciencia y los científicos parecían minúsculas hormigas en esta guerra de titanes. A veces me siento totalmente deprimido por cómo las personas y entidades con conflictos de interés crearon narrativas que los mostraban como héroes mientras que otros, sin estos conflictos, fueron difamados simplemente porque estaban bloqueando el camino de las agendas en conflicto.

Antes de la pandemia, las personas y entidades con conflictos de interés intentaban esconderse. Con la pandemia, asumieron cierta superioridad moral sobre quienes no estaban en conflicto. Las personas sin conflictos de interés ahora tienen que esconderse. Será difícil recuperar el terreno moral perdido.

La Ciencia vendida al más puro estilo dictatorial con una base oscura de oscuros intereses socio-político-económicos globalistas.

Y ahora estamos sufriendo las consecuencias de esa sarta de mentiras y posteriores desilusiones en las que la sociedad ha caído como ceporra.

(Continuará)

Salud para ti y los tuyos.

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