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Una denuncia religiosa

José Miguel Ruiz Valls
José Miguel Ruiz Valls
Licenciado en derecho por la UNED. Cambió el oficio de abogado por el de escritor tras más de 20 años de práctica forense. Autor de los libros de ensayo "Todo Tiene Una Razón" y "Todo Al Revés”.
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análisis

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El artículo primero de la Ley Orgánica 7/80 de Libertad Religiosa obliga al Estado, y por tanto, a todos sus funcionarios, a “garantizar el derecho fundamental a la libertad religiosa”. Para que no haya dudas, el artículo segundo aclara que “la libertad religiosa comprende el derecho a profesar las creencias que libremente elija o no profesar ninguna” y también “el derecho a manifestar libremente sus propias creencia religiosas o la ausencia de las mismas”. La ley deja muy claro pues que todo no-creyente tiene derecho a que se respete su escepticismo y a “no ser obligado a practicar actos de culto o a recibir asistencia religiosa contraria a sus convicciones personales”.

El caso es que, desde hace ya tres años, los no-creyentes venimos soportando toda clase de tropelías por parte de los que practican ese nuevo culto que podemos llamar “Covidianismo”, para entendernos. Los covidianos creen en la existencia de unos ¿Bichitos? ¿Cositas? ¿Cómo llamarlos cuando ni siquiera nos dicen si están vivos o no? Ellos los llaman “virus” pero no dan, a esa palabra, el mismo significado que dieron los romanos, que fueron los que la inventaron. Para los romanos “virus” significaba, exactamente, veneno; para los covidianos es una palabra sin significado, un misterio, una creencia, una fe. Los covidianos tienen fe en la existencia de unos misteriosos “entes mutantes” que desarrollan sofisticadas estrategias para infectarnos. ¿Estrategia? ¿Inteligencia? Unas “cositas” que nadie puede asegurar si viven o no ¿podrían actuar como inteligentes estrategas? Yo no lo creo, ellos sí, pero eso no debería ocasionar ningún problema de convivencia entre nosotros. ¡Ni que fuera el primer culto que se inventa!

El problema es que los covidianos, en estos tres últimos años, han desarrollado toda una liturgia en torno a su fe en los ¿Bichitos? ¿Cositas? ¿Inteligentes?: Máscaras faciales (No les importa que los que las fabrican avisen de su ineficacia pues para ellos es como el hiyab, algo puramente ritual). Tests nasales (No les importa que incluso su inventor advirtiera de su inutilidad para sustentar diagnósticos). Gel hidroalcohólico en sustitución del agua para santiguarse y “pasaportes verdes”, que exhiben orgullosos, para demostrar su bautismo con el correspondiente jeringuillazo. -¿Por qué iba a importarnos que sus componentes sean secretos?- Dicen con sorna -¡También lo son los de la Coca-Cola!-

¿Qué tengo yo contra todos esos ritos litúrgicos? Nada. ¡Ni que fuera el primer culto que se inventa! Que quieren dañarse a sí mismos, impidiéndose una correcta oxigenación. ¡Pues que lo hagan! ¿No se flagelan, muchos católicos, cada Semana Santa? Que quieren arriesgarse a morir por “efectos secundarios”. ¡Pues que se arriesguen! ¿No está legalizada ya la eutanasia? El problema no es, para mí, lo que ellos hagan con su vida sino lo que han pretendido hacer con la mía.

-¿Acaso hay alguna ley que obligue a usar teléfono móvil?- Les decía yo a los covidianos que me impedían el paso, pero ellos “erre que erre”. -¿Que usted no ve la tele?- Me llegó a decir un benemérito, intentando que me sintiera ridículo, cuando me pilló saltándome el toque de queda. -¿Estoy obligado a verla?- le respondí. El problema es que los creyentes nos trataron y nos siguen “tratando de locos” cuando la locura, según Google, es la “acción imprudente, insensata o poco razonable que realiza una persona de forma irreflexiva o temeraria”. ¿No fue una locura probar, testar, experimentar vacunas transgénicas en humanos? ¿No fue una locura prestarse, tanto a ponerlas, como a recibirlas?

A día de hoy, diferentes juzgados han declarado ilegales gran parte de los ritos covidianos, y hasta el Tribunal Constitucional los ha tachado de inconstitucionales, pero los covidianos siguen, erre que erre, pretendiendo obligar, a los no-creyentes, a practicar sus perniciosos actos de culto. El propio Ministerio de Sanidad reconoció que no tiene muestras del virus ni sabe quién pueda tenerlas. Si no existe ninguna muestra de virus ¿Quién puede asegurar que el virus existe? ¡Nadie! Con tales palabras, el Ministerio de Sanidad, y por tanto, el Estado, reconoce que el covidianismo no es más que una creencia, un acto de fe, como lo es creer en fantasmas y reconoce que el escarnio, la censura, las vejaciones que hemos tenido que soportar y seguimos soportando los no-creyentes suponen una grave infracción de la Ley de Libertad Religiosa, una flagrante violación de nuestro derecho a no-creer y a manifestar libremente nuestra ausencia de creencias. Los que me leen habitualmente ya saben, que el próximo veinte de abril, voy a ser juzgado, por no acatar las órdenes de un inculto policía que pretendió obligarme a utilizar una máscara inútil, dañina y grotesca, como lo hubiera hecho un fanático talibán. De nada valió que yo, siendo abogado, le explicase lo que es la jerarquía normativa, cuando se escudó en las órdenes de un tal Ximo Puig, implicado en varios casos de corrupción. Espero que el juez que va a juzgarme y los demás funcionarios judiciales sepan más de leyes que aquél policía patán y puedan garantizar mi derecho a no profesar ese credo covidiano que ha cegado a tantos compatriotas y les ha inducido a cometer tantas acciones imprudentes, insensatas, poco razonables, de forma tan irreflexiva y temeraria. 

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2 COMENTARIOS

  1. Buenos días:
    Quiero mostrar la alegría de mi alma al leer los artículos publicados por José Miguel Ruiz. Me he sentido como delante de un espejo, mirando y sintiendo. Soy abogado en ejercicio durante 26 años (por ahora, amigo).
    Hace dos años empecé ha escribir un libro que se llamaba la Secta Covidiana, no tengo que decir como me siento al leerte. Gracias, muchas gracias por haber seguido a tu alma, por la aportación que haces por vivirla.

    LA SECTA COVIDIANA

    Por fin me atrevo a escribir sobre una secta destructiva, “La Covidiana”. Es un grupo del que es muy difícil salir, y para entrar hay que tener grandes dosis de Fe implacable y gran adoctrinamiento, de lo contrario sus libros sagrados (propaganda televisiva y medios de comunicación) caerían en contradicciones y falta de sentido común.

    Como en otras épocas del hombre, esta secta se erige como la Verdad Suprema y elige a sus grandes e intocables líderes científicos (Inquisidores), siempre que sean los que promulguen y divulguen su Verdad e ideología.

    Siempre existe el rebaño descarriado, aquellos que van en contra de lo divino y del dictado de las leyes, y para aplacarlos se les desacredita. Menudos herejes contrarios a lo establecido, charlatanes y brujos sin ningún título que acredite haber sido nombrados por la Secta como hombres de la Verdad.

    Como toda secta rezan y anhelan la venida del redentor de todos sus males, el Gran Alquimista Científico (empresas farmacéuticas), que traerá el bien, la paz y la sanación de sus cuerpos.

    En todas las épocas del hombre se ha manipulado de la misma forma, pero en contextos distintos, es la misma receta.

    Ahora nos espantamos con lo que hicieron otros con grandes científicos (Miguel Servet, Galileo Galilei…), pero dentro de muchos años, desgraciadamente, volverá a pasar lo mismo. El MIEDO es el eje vertebrador de una sociedad enferma, débil y cobarde, cuyos individuos prefieren otorgar su soberanía personal a otros para no ser responsable de su propia vida y así poder criticar y no mirarse a sí mismos, en el maldito espejo.

    Es la hora de ser personas, de exigir guardar nuestro propio cuerpo y nuestra alma. Pero siempre con honradez, serenidad y sobre todo AMOR.

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