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Eres un sacrílego

Lo sacrílego no está en la vanguardia cultural sino en quien cuestiona el poder que hay detrás de la cultura

Antonio Guerrero
Antonio Guerrero
Antonio Guerrero colecciona miradas, entre otras cosas. Prefiere las miradas zurdas antes que las diestras. Nació en Huelva en 1971 y reside en Almería. Estudió relaciones laborales y la licenciatura de Filosofía.
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análisis

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Creo que el mejor de los contextos donde puede utilizarse esta expresión en occidente es el mundo de la cultura. Por lo general representa un sector de la población un tanto desconocido para la mayoría.

La ciudadanía no suele reparar demasiado en la cultura más allá de lo que acontece en los carteles, anuncios y cristaleras; es decir, de lo que se publicita. Pero la cultura es un submundo lleno de entresijos que supone por otro lado un poder fáctico importante.

En nuestro país este poder está constituido por una estructura elitista que viene de la tradición y de las redes clientelares que se sitúan próximas a la clase política y a las instituciones, es decir donde se encuentran los recursos económicos. En uno u otro caso existe un grupo de personas que se benefician de los recursos sin más, permitiendo la continuidad de una cultura no democrática.

En estos derroteros hablar de vanguardia y de cultura independiente supone un error: la vanguardia se compone por los que pretenden sustituir a la élite, sin que ello les lleve a la instauración democrática, y la cultura independiente se constituye por los que sencillamente no tienen recursos y están en el caos legal y moral. Así que honestamente la cultura está aún en el feudalismo. Pero la cultura tiene otro componente, el de la sacralización. Como decía Gustavo Bueno en el mundo laico la cultura es el destino de la necesidad de trascendencia humana.

Se ha producido así un proceso interesante. Al igual que en la edad media la iglesia sacralizó algunas costumbres para darles carácter sagrado, la cultura ha convertido en sacro algunos de sus componentes. Las costumbres culturales se han convertido ya en liturgias, que se exigen en su cumplimiento.

Por otro lado, la verdad, la belleza, y los valores morales se han sacralizado también siendo patrimonio de los gestores de la cultura, de quienes controlan las grandes cuentas. Lo peor de todo es que los sacros acusan de sacrilegio a los que discrepan de su autoridad o dicho de otra forma un sacrílego es quien cuestiona el poder. Es curioso que en estos tiempos que corren lo sacrílego no sea en la vanguardia, que es lo que debería ser, sino quien discrepe del poder o quien lo ponga en duda. Los heterodoxos de antes ahora son los nuevos herejes, los malditos que se ningunean a posta porque sencillamente cuestionan lo incuestionable, lo vetado, lo reservado.

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