El ser humano, en un acto de misericordia, recurre a la mentira. Algunas personas afirman que mentir es una habilidad natural que tienen los seres humanos para subsistir en el medio. Digamos que la mentira es una especie de defensa para preservar ese espacio vital personal que todos necesitamos mantener oculto. Quizás, por eso, la historia nos ha hecho unos auténticos maestros del engaño, unos verdaderos profesores de la quimera.
Y es que la verdad provoca lo que provoca. Insatisfacción. Malestar general. Dolor de cabeza. Aumento de la presión arterial. Espesamiento de la sangre. Inflamación del estómago. Movimientos convulsos. Úlcera estomacal. Incluso algunos recomiendan no conducir, ni manejar maquinaria peligrosa -por si las moscas.
Ser sincero no se lleva hoy en día -esto que escribo no es un canto al engaño o al artificio, sólo es una apreciación para que estemos atentos a aquellos que nos tienden ese puente de plata para que fracasemos, para mantener alejados nuestros impulsos más íntimos.
El escritor y poeta Perfecto Herrera Ramos, en una de sus brillantes intervenciones aseveraba que en general nos debían dar realidades y que ya nosotros decidiríamos a quién votar. Quizás, por eso, a la palabra, como a la esgrima, se le atribuye la destreza: un método global de lucha, con un fuerte componente matemático, filosófico y geométrico, que es el resultado de la educación de aquellos que la aplican.
En tres principios se basa esa destreza o se debería de basar: ángulos, para las manos y brazos, no pueden estar en jarra y menos caídos; círculos, para los pies, para semejar las líneas que describe el péndulo, para ver cómo, una vez más, mueren los relojes sobre los tejados; y las distancias, contra el enemigo, para no olvidarnos que los demonios, aunque apaciguados parezcan, pueden resurgir en el momento más inesperado. Sin embargo, es muy complejo dominar con soltura y velocidad el arte de la esgrima o de la palabra, según se preste –cosa que yo, evidentemente, no hago –a las prueba me remito-
Así pues, la mentira hiere como un arma arrojadiza o como una verdad, como cuando un punzón afilado es e incide en el ángulo exacto de nuestro dolor.
Al igual que es cierto que la felicidad absoluta no existe. Que es una idea que han difundido un buen nutrido grupo de señores que creen en el ideario romántico del bienestar. Sin darnos cuenta que todo es una compleja armonía entre las emociones, la generosidad y el ego. Y que despojado de todo ello, no somos nada. No tenemos nada. Y que la esgrima, como la palabra, es un arte de destreza donde el único error que podemos cometer es el paso que aún no hemos dado, el estoque final que aún no hemos infringido. Y eso sólo se puede hacer con la verdad por delante, como un florete o un sable bien empuñado. Dando en el momento preciso, en el lugar justo, a quien corresponde.