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Alejandro Gallo: «Los asesinos de Atocha no eran un comando profesional, solo matones al servicio del sindicalismo vertical»

"La matanza de Atocha fue el primer proceso a la extrema derecha en este país"

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análisis

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En su última novela, Matanza de Atocha, 1977: caso abierto, el escritor Alejandro M. Gallo (León, 1962) indaga en los aspectos más turbios o poco conocidos de un suceso, el tiroteo ocurrido en 1977 que acabó con la vida de cinco abogados laboralistas y que marcó definitivamente el proceso de transición a la democracia española. A través de los recuerdos del veterano comisario Gorgonio, que participó en la investigación y que en la actualidad viaja a Asturias para resolver el asesinato de un sindicalista liberado, el lector se sumerge en aquellos días oscuros de manifestaciones, huelgas violentas, pistoleros ultraderechistas y gran convulsión social.

La novela trata sobre la matanza de Atocha. ¿Qué es lo que no sabemos aún sobre este hecho crucial de la Transición?

La cuestión es que la matanza de los abogados laboralistas de Atocha en 1977 ya fue juzgada, fue el primer proceso a la extrema derecha que se hace en este país, y podemos especular de diferentes maneras. Podemos especular, como se creyó, que hubo una trama italiana, que la gente del comando que entró en el despacho pertenecía a otras organizaciones, pero hay una cuestión de la que no se habló y es el tema de que en realidad todo proviene de una actuación del sindicato vertical de aquel momento. Es decir, es una reacción de la cúpula del Sindicato de Transportes y Telecomunicaciones que funciona como un grupo mafioso en aquel momento. De eso no se habló. Se hace hincapié en los dos que entraron en el despacho a disparar y un tercero a vigilar, pero no en ese modelo sindical mafioso. Es decir, el modelo de Jimmy Hoffa en Estados Unidos es el mismo del sindicalismo vertical en España. En cuanto alguien les molestaba se le presionaba metiéndole en listas negras, golpeaba o liquidaba. En aquel caso acababa de celebrarse la huelga del transporte de Madrid con un triunfo absoluto de la Comisión de los Nueve, que fue el germen de Comisiones Obreras. Aquello significaba el final de muchos privilegios para una burocracia sindical, por eso reaccionan de esta manera. Yo creo que no se ha hecho suficiente hincapié en cómo el sindicato vertical había actuado y estaba detrás de la matanza.

Con los años hemos visto cosas extrañas en este caso, como la huida de Carlos García Juliá, uno de los implicados en la matanza, que ahora lo han vuelto a capturar… Da la sensación de que el Estado ha sido si no cómplice cuanto menos tolerante con los autores…

Esa es una sensación, ya digo que fue el primer proceso contra la extrema derecha, ese fue el mérito de alguna manera. Era la primera vez que la extrema derecha se sentaba en un banquillo en este país. A partir de ahí a alguno de los autores como Lerdo de Tejada, por ejemplo, ni siquiera llega a juicio porque en un permiso muy extraño que se le concede desaparece. Él tenía una serie de hilos, por decirlo de alguna manera, familiares y políticos en este país y eso le permitió una huida que hoy en día nadie sabe dónde está. Los otros dos, Juliá y Cerrá, sí fueron a juicio, fueron condenados, pero como usted bien dice Juliá en ese proceso, ya después de haber cumplido una serie de años, en otro permiso de Semana Santa, huye y ya no se vuelve a saber nada más de él.

¿Huye o lo dejan escapar?

Él huye y luego aparece en Bolivia y luego en Brasil. Y es detenido por las policías de Bolivia y Brasil como narcotraficante y cumple condena allí. Es decir, Juliá no vuelve a España hasta hace muy poco. Hay que decir que el único que cumplió la condena íntegra fue Cerrá.

Todo lo cual nos lleva a pensar que la Transición no fue tan pacífica como nos habían contado…

Fue traumático y doloroso. Esa semana misma que empieza con el tema de Atocha se había producido la muerte del estudiante Arturo Ruiz en las calles a cargo de miembros de la Triple A. Mari Luz Nájera muere también en esos días. Secuestran al teniente general Villaescusa y tanto la extrema derecha como la extrema izquierda en este país estaban jugando absolutamente al lema del fascismo italiano. Es decir, desestabilizar.

O sea, la estrategia de la tensión permanente…

Exactamente, y llega un momento en que el ciudadano quiere paz, tranquilidad. Y entonces el propio ciudadano parece pedir un golpe de Estado al igual que con el fascismo. Quiere esa tranquilidad porque todos los días se despierta con un atentado o algún hecho sangriento.

El sindicalismo está en el eje central de la novela. Y llegas a decir que antes los sindicalistas peleaban en las calles por los derechos laborales y hoy se dedican a medir “si los sillones de los despachos son ergonómicos…” Hay un desencanto sobre el movimiento sindical.

Desde los sucesos de Atocha han pasado 45 años y yo creo que es un buen momento para analizar hacia dónde ha ido el sindicalismo. Porque ya no son solo están los casos de corrupción que se han producido en estos 45 años, con algunos sindicalistas en prisión y condenados; no solo por las investigaciones de la UCO de la Guardia Civil o de la UDEF del Cuerpo Nacional de Policía, sino de la propia Hacienda a muchos de ellos que se consideraban líderes indiscutibles de ciertas centrales sindicales. Eso es para reflexionar, pero luego, en el día a día, a mí me parece muy importante una corruptela que no se conoce, por ejemplo, sindicalistas que utilizan las horas sindicales de sus compañeros no para defenderlos ni para la acción sindical, sino para sus intereses privados y sus negocios. Eso está ocurriendo, eso es una corruptela que nadie controla y está pasando todos los días en muchísimos centros de trabajo privados y en la Administración.

La matanza arranca con una cuestión sindical entre Albaladejo, cerebro de los atentados, y el enlace sindical Navarro. Había odio entre ellos, cuitas pendientes. ¿Hasta qué punto el atentado fue fruto de una cuestión personal que se les fue de las manos a los pistoleros?

Efectivamente, por muchas conspiraciones que queramos ver, al final la cuestión es mucho más humana. Es decir, Albaladejo, que como usted dice era el cerebro de la operación, comprende que desde el propio Ministerio de Trabajo del Gobierno de Suárez comandado por Jiménez de Parga se está cortando las prebendas a los sindicatos verticales. Ellos ven que empiezan a perder poder. En la huelga del transporte de Madrid de enero de 1977, les derrota la llamada Comisión de los Nueve, que eran trabajadores que se habían reunido para llevar a cabo la huelga y esa comisión es capaz de convocar la movilización de todos los trabajadores, de poner de rodillas a la patronal y desbordar absolutamente al sindicato vertical, que ve perder sus privilegios, prebendas, licencias que ellos compraban y vendían. Se habían metido incluso en el sector inmobiliario. Si querías una licencia de taxis tenías que pasar por ellos. Estábamos en esa situación en aquel momento. Lo de Atocha se les fue de las manos, ellos querían buscar a los líderes de esa Comisión de los Nueve y darles un escarmiento. Se les va de las manos porque concretamente uno de ellos, que es Juliá y que tiene veintiún años, no es capaz de controlarse. Cerrá era más frío, dominaba más la situación, pero a Juliá se le escapa un tiro, él solo en una habitación, en Atocha, en el despacho. ¡Está él solo y se le escapa un tiro! ¿Eso qué quiere decir? Que no es un profesional, que es un aficionado y encima se ha puesto nervioso. Y todavía ese tiro que se perdió está ahí. Y ese es el indicativo de que no estamos hablando de un comando superespecializado, sino de matones al servicio del sindicalismo vertical.

La novela funciona como un reportaje, hay testigos, reconocimientos, escuchas, datos del sumario, incluso se ha llegado a desplazar a algún lugar de los hechos…

En aquellos momentos, la investigación se la encargan a la Brigada Regional de Información, al mando de Francisco de Asís Pastor, porque de las otras brigadas que había no se fiaban ya que estaban muy ligadas al régimen. Esta brigada era muy profesional e incluso se hizo muy famoso el dicho del propio comisario Pastor, que ya en democracia, y siendo jefe superior de la Policía en Madrid, llegó a asegurar que: “No hay crímenes de derechas ni crímenes de izquierdas, solo hay criminales”. Querían resolver esto con éxito, no querían que se perdiera por una cuestión política ni por los despachos. El Gobierno de Adolfo Suárez pretendía dar la imagen de que estaban empeñados en una transición a la democracia. Ya se había hecho la votación de la Ley de Reforma Política, este país caminaba hacia la democracia y no había marcha atrás. Abandonaron cualquier otra investigación y los 33 miembros de esa brigada, muchos de ellos todavía vivos con los cuales me he entrevistado, siguieron los pasos de los asesinos. Concretamente a Lerdo de Tejada, que había escapado, se le encontró la pista en el Mar Menor. Cerrá se marchó a Almería. Todos esos itinerarios los he repetido yo, no solamente porque quería ponerme en el pellejo de los asesinos sino también de los policías que los siguieron hasta el último momento y procedieron a la detención.

E incluso llega a alojarse en el hotel donde pernoctó uno de los asesinos…

Sí, sí, Cerrá era natural de Almería y en una especie de vuelta al seno materno sabe que ya lo están vigilando, huye de Madrid, y se va allí a esconderse. Se aloja en el Hotel Sevilla, calle Granada. Estuve en los sitios donde los propios policías hacían la vigilancia del hotel. En los lugares donde Cerrá paseaba o comía cuando ya intuía que era solo cuestión de tiempo que lo atraparan. Esos pasos por Almería los he seguido todos.

Y luego están las conexiones con las fuerzas políticas, que quedaron completamente tapadas…

El juez que instruyó el caso tenía a los autores, tenía a los inductores y tenía a los encubridores. Más allá no iba a hacer una investigación política, que era lo que le estaban exigiendo los abogados de la acusación particular. Cristina Almeida, Mohedano y demás exigían profundizar en esa trama, pero el juez concluyó que no tenía por qué llevar a cabo una investigación de hacia dónde iba eso. No podemos decir que no hizo su trabajo, lo hizo. ¿Que se le pedía más desde la acusación particular? Sí, pero como caso estaba ya cerrado: tenía a los inductores, a los encubridores y a los autores materiales.

Se lo pregunto porque otros personajes de la policía de aquel momento, como Billy el Niño, o González Gay se vieron salpicados por aquello…

Ellos no conocían a todos los implicados, uno conocía a una parte, otro a otra. Había una Hermandad de Veteranos Marineros de la Cruzada, que se llamaba La Marina, un club social, un grupo de excombatientes, cuyo jefe a nivel nacional era el teniente general Milans del Bosch, y allí se reunían todos. También se encontraban en los mítines de Blas Piñar. Al final eran las mismas caras y también tenían sus contactos a nivel policial. Dos de los inspectores a los que se investigó, y que no tenían nada que ver, pero muy lejos no estaban, era el inspector González Gay y Billy el Niño, a los que yo también saco en la novela.

¿Cree que Billy el Niño se fue de rositas de esta historia?

Yo creo que no se fue de rositas de nada porque fue acusado de todo, acabó dejando la Policía, acabaron quitándole las medallas y el covid se lo llevó. Además, una jueza argentina solicitó su extradición. Quiero decir que hay veces que, aunque no pises cárcel, tu prestigio personal se acaba hundiendo y tu vida ya no es la misma. La sociedad, día a día, se convierte en tu cárcel o en tu ataúd.

¿Hubo impunidad en el caso de la matanza de Atocha?

Hay que dejar claro que el inspector González Gay conocía a gente por amistad o porque se movían en los mismos círculos. Pero el mismo Gay, cuando le hicieron cierta entrevista, dijo que aquello había sido una locura, que no tenía ningún sentido. Y a Billy el Niño le ocurrió lo mismo, también conocía a gente, frecuentaba muchos de los mismos sitios donde se reunían, como La Marina, el Denver. Se conocían porque eran ambientes donde se movía la extrema derecha.

Su personaje, el comisario Gorgonio, le sirve para ir adelante y atrás en el tiempo, en flashbacks, como si quisiera hacer un paralelismo sobre la España ayer y de hoy…

Es lo que le comentaba con el tema del sindicalismo. Se trata de comparar cómo estaba antes el sindicato vertical y dónde han derivado algunos sindicatos después de 45 años de democracia y de denunciar esa corruptela actual, la que está juzgada y la que no ha llegado aún a los tribunales. Llega un momento en que la burocracia sindical ya no representa a los trabajadores, se representa solo a sí misma y solo busca sus propios privilegios y preservar a toda costa su estatus. Y eso lo vemos todos los días. En muchos casos, ya no hay defensa del trabajador, solo la defensa del burócrata sindical.

Gorgonio hace una crítica a la posmodernidad, a ese pensamiento frívolo despojado de valores políticos por el imperio de la sociedad de consumo…

La posmodernidad no deja de ser la cultura del primer mundo opulento que ya no tiene que preocuparse por comer, por trabajar, porque lo tiene todo. Entonces sus inquietudes van a una serie de memeces que resultan increíbles. Parece que lo importante es cambiar palabras, cambiar el florero de un lado a otro, cosas secundarias para no modificar la injusta realidad. Perdemos el tiempo en estupideces, pero la realidad no hay que tocarla. Se cambia el lenguaje, pero las injusticias sociales permanecen intactas. De modo que hemos llegado a 1984, la novela de George Orwell, con la creación de la neolengua. El problema es que te lo venden todo como progresista cuando es lo más reaccionario que existe. Los neopositivistas dijeron que cuando algo es nombrado es que existe, pero George Steiner le dio la vuelta y dijo: “Y si no es nombrado es que no existe”. Y nos encontramos al señor Rajoy aplicando la política de Steiner y cuando hablaba de Bárcenas lo sustituía por “ese señor del que usted me habla”. Y el señor Zapatero llamó “desaceleración acelerada” o “ahora las cosas van menos bien” a la grave crisis del 2008. O Putin, sustituyendo las palabras invasión y guerra por Operación militar especial. Ese pensamiento de Steiner se ha introducido en la retórica política y creen que con eso se cambia la realidad. Diciendo esas cosas Zapatero no acabó con la crisis ni Rajoy con la corrupción del Partido Popular ni Putin pudo ocultar la invasión ni la guerra.

Y por eso cuando Gorgonio va a pedir un “café negro” se lo piensa dos veces…

Él piensa irónicamente: tendré que pedir un café de color, que igual se ofende el café…

Hay una crítica a lo políticamente correcto…

Y una crítica por la deriva política de la defensa de las minorías. La izquierda siempre defendió a las mayorías con respeto absoluto a las minorías sociales, pero hoy se ha invertido eso. Hoy las políticas de identidad se ocupan de la defensa a ultranza de las minorías, olvidándose de las mayorías, y entran en el juego del lenguaje políticamente correcto. Un ejemplo dramático es el supremacismo blanco que se ve a sí mismo como una minoría oprimida y a defender, lo que llaman el Genocidio Blanco. Y ahí es donde está entrando la extrema derecha, porque la izquierda le ha dejado el campo absolutamente libre. El populismo, Trump, Berlusconi, Orbán o Bolsonaro son gente que ha dicho: olvidémonos de las minorías, vayamos a las mayorías que nadie se acuerda de ellas y así la gente nos vota. La izquierda se está perdiendo en modificar lenguajes y en minorías que, además, a veces, están enfrentadas entre ellas, y olvidándose de la mayoría social y de la realidad.

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