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Becarios: los nuevos esclavos de la España del siglo XXI

El gobierno de Pedro Sánchez pone en marcha un Estatuto para proteger los derechos laborales de los jóvenes que realizan prácticas en las empresas

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análisis

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En España ha surgido una nueva clase de esclavo: el becario. Sueldos miserables y en negro, horarios interminables, abusos laborales de todo tipo, etcétera. Más de 300.000 víctimas del becariado están siendo cruelmente explotadas en nuestro país mientras las empresas se ahorran 3.000 millones de euros al año en salarios con la monumental macroestafa. Muchos de estos aprendices en prácticas se ven obligados a pagar por trabajar y las empresas ni siquiera les cubren las dietas por desplazamiento o la gasolina de la moto o el coche. Durante años, mientras los sucesivos gobiernos han mirado para otro lado, se ha ido formando en las entrañas del mercado laboral un submundo profesional siniestro, injusto, cuasiafricano. Hemos puesto a trabajar como chinos, y en condiciones tercermundistas, a nuestros mejores jóvenes talentos, de tal forma que hemos fraguado una generación perdida que ya no confía en nada, ni en el sistema, ni en la democracia, ni siquiera en ellos mismos. Las consultas de salud mental están llenas de estos jóvenes explotados a los que hemos robado el futuro.

El otro día, un hombretón hecho y derecho (rondaba ya la cuarentena) denunciaba en un programa de televisión que llevaba toda su vida soportando estas condiciones laborales lamentables, hasta el punto de que que se había convertido en el eterno becario. Con los años había pasado a ser una pieza fundamental de la empresa, ya no era el clásico chico de los recados ni el novato que le llevaba los cafés al jefe. Sus superiores habían delegado en él buena parte de las tareas de responsabilidad de la compañía, sobre sus espaldas recaía el trabajo más importante y se quejaba de que se veía obligado a realizar funciones propias de un alto directivo o miembro del consejo de administración. Sin embargo, seguía suspirando por un contrato. Dicho en otras palabras, los directivos de la corporación llevaban años tangándolo, timándolo, estafándolo.

El sufrido becario ha dejado de ser una escala laboral en el organigrama del capitalismo salvaje para convertirse en una condición personal en sí misma, una casta marginal propia y hasta un rasgo de carácter o de personalidad estigmatizante. Nos habíamos olvidado de nuestros eternos becarios, sufrida juventud desahuciada, pero esa realidad sórdida ha estado ahí durante mucho tiempo, quizá demasiado. Los becarios son esos peones del sistema corrupto que viven hacinados compartiendo minipisos con desconocidos en una especie de nueva comuna o hermandad jipi de la explotación y la pobreza. Los becarios pululan sin esperanza de acá por allá por los guetos del paraíso fiscal madrileño construido para solaz de los ricos por Isabel Díaz Ayuso. Los becarios siempre van en bicicleta o en el atestado metro y son el atrezzo, los extras, los personajes secundarios del modelo neoliberal caníbal implantado por Aznar, continuado por Mariano Rajoy y perfeccionado con macabra sutileza por la actual presidenta de la Comunidad de Madrid.

Sánchez, que ya ejerce como nuestro Nelson Mandela laboral (debidamente incentivado por Yolanda Díaz, todo hay que decirlo) se ha propuesto liberar del yugo y la esclavitud a nuestros sempiternamente puteados becarios y les ha prometido un Estatuto a la altura de la dignidad y los derechos humanos. Ya no podrán realizarse prácticas por la noche ni a turnos, los becarios no podrán superar el 20 por ciento de la plantilla total de una empresa, se dará de alta a los jóvenes y ese tiempo cotizará para una futura pensión. Chúpate esa, Garamendi. Se acabó lo de trabajar sin contrato, adiós a la sangre joven utilizada como energía barata, punto final a la práctica habitual de convertir a un becario en un cerebrito engañado que trabaja por amor al arte.

Los asiáticos han inventado el taller textil clandestino donde los niños pedalean y sudan dándole a la rueca de la pobreza como los nuevos huérfanos de Charles Dickens; los jeques de Qatar que organizan el Mundial han asesinado a miles de obreros paquistaníes en los andamios de las pirámides del fútbol; y los españoles hemos instaurado el precariado juvenil que amputa los sueños, el futuro y la vida de nuestras próximas generaciones.

Tras su debate de ayer con Feijóo en el Senado, en el que volvió a recordarle al líder conservador neoliberal las cuatro reglas del Estado de bienestar, Sánchez ejerce ya como un moderno Espartaco llegado de alguna parte del socialismo decadente para romper las cadenas de la famélica legión becaria. El presidente debe creer que dentro de nada no habrá ni un solo universitario en prácticas que no grite aquello de “yo soy Espartaco”, o sea, “yo soy Pedro Sánchez”, de modo que piensa que por ahí comienza la reconquista de la Moncloa amenazada por la ultraderecha.

Sea como fuere, nadie hasta hoy se había preocupado de nuestros reventados becarios que trabajan de sol a sol y que tras años de abusos y discriminaciones habían terminado por refugiarse en la desesperanza, en el vicio del botellón, en los mundos ficticios de Instagram y en el Prozac. Pocas veces una ley fue tan justa y necesaria como esta.

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