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Como decía mi «agüela»: ¡con la comida no se juega!

Isabel Bailo Domínguez
Isabel Bailo Domínguez
Profesora de educación infantil, técnica fitosanitaria cualificada, técnica medioambiental y forestal, madre a tiempo completo, actualmente estudiante de grado de historia y Rebelde con causa.
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análisis

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Recuerdo desde bien pequeña a mi familia  reunida ante la mesa. Ese era un momento entrañable y festivo: mi padre era el que cortaba el pan y lo repartía; y mi madre la que rellenaba los platos. Siempre había un motivo por el qué reír y agradecer que  estábamos sanos, sin grandes lujos, pero unidos. Recuerdo también que mi padre nos recalcaba siempre las mismas frases: 

«la comida no se tira», «cómete todo el plato», «acábate el trozo de pan», «con la comida no se juega…»

Cosa que, a regañadientes, hacíamos  por obediencia, más que por conciencia.

Ahora que peino canas, puedo decir claramente que  mis padres eran sabios.

Ellos crecieron en plena posguerra. Su carácter se forjó sabiendo lo que era pasar hambre y lo difícil que era poder llevarse a la boca un mendrugo de pan.

La falta de suministros provocada por la cantidad de campos de cultivo arrasados durante la contienda, así como la crisis económica y el aislamiento comercial que se instauró en España, provocó la creación de la cartilla de racionamiento.

Se trataba de un sistema que, ante la escasez de alimentos de la época, instauraba una exhaustiva vigilancia sobre la producción agrícola.

Eran unas tarjetas con cupones, inicialmente familiares, pero que en 1943 se convirtieron en individuales, lo que permitía al podertener un mayor control. Con esto, a cada persona se le asignaría una tienda concreta para comprar artículos racionados, cantidad que solía variar según la semana o el mes. La prensa era la encargada de publicar la ración diaria de cada producto, así como los lugares para conseguirlo.(Así, Franco no solo controlaba lo que se decía, sino también lo que se comía).

Había cartillas de primera, segunda y tercera categoría, según el nivel social del consumidor, su estado de salud o su posición familiar. Los hombres adultos podían acceder al 100% de los alimentos variando según el trabajo, mientras que las mujeres adultas y los mayores de 60 años recibían el 80% de la ración anterior. Los menores de 14 años, un 60%.

El pan negro, junto con carne, patatas, arroz, aceite y leche era a lo que se podía acceder; el jabón y el tabaco, también se incluían en los lotes de cada semana.

En términos generales, la cartilla de racionamiento era, ante todo, una ofensa al más humilde porque, al principio de su implantación (en 1936 para Madrid capital y en 1939 para el resto del territorio nacional), no había suficiente información para usarla y lo que es peor, no había dinero para adquirir los alimentos más elementales.

Para una familia de 6 personas daban al mes: kilo y medio de azúcar, lo mismo de arroz y litro y medio de aceite, más 2 tortas de chocolate (si había suerte).

Me cuentan, y no paran, situaciones límite donde se degradaba la condición humana hasta lo inimaginable por el mero hecho de ser del bando «rojo», los perdedores, o por tener un familiar en la cárcel.

Pero sobre todo, se perseguía a los agricultores. 

El Servicio Nacional de Trigo (S.N.T) mandaba inspectores a registrar las casas y la gente que lo sabía los ocultaba como podía entre las paredes o bajo tierra, en dobles techos o en los tejados.

A estos agricultores que le quitaban su cosecha y bienes, no les quedaba otra que esconder todo lo que poseían y conducir a los cochinos al monte para que no se los llevasen. Así no era raro que por la noche se comenzara a moler el trigo, el maíz, la cebada… con molinillos de café, para no levantar sospecha.

Mi agüela (termino aragonés) relataba, que si no hubiera sido por su vecino Paco, que tenía campos de cultivo, un agricultor que se desvivía por sus vecinos, seguramente mi familia no habría sobrevivido (eran 6 chiquillos y mi agüela, viuda).

Como el señor Paco hubo muchos: agricultores que se jugaron literalmente la vida por ayudar a sus congéneres por poco que tuvieran.

Me explican que se comía cualquier cosa. Nuestras madres, abuelas, se las ingeniaron para sacar alimentos hasta debajo

de las piedras. Se hacían puchero sin huesos, se freían peladuras de patatas. Era habitual estar al quite, pues la necesidad era real. Si aparecía un camión que aparcaba con un toldo de lona, la chiquillería la abría y si se encontraban castañas, había castañas para toda la semana. La necesidad era cierta, se comía poco porque poco había. 

La problemática con las cartillas de racionamiento hizo aflorar y alentó el estraperlo. Había pérdidas sobre las cantidades anunciadas que abastecerían las tiendas, se formaban grandes colas y nació un mercado negro que permitió a los productores vender mucho más caro, beneficiando a los grandes latifundistas. Un mercado negro del que el régimen tenía perfecta constancia.

Realmente, digamos que la Comisaría General de Abastecimientos y Transporte –CGAT– nunca distribuyó las cantidades establecidas oficialmente, de manera que el racionamiento en España no cumplió su función. Así, el mercado negro en

cambio, pasaba una cantidad mayor de la que se distribuía oficialmente y está situación perduró en el tiempo hasta el fin de las cartillas en abril de1952.

Analicemos ahora lo que está ocurriendo con la problemática de la agricultura en este país y en Europa en general.

Empecemos por el principio.

El apoyo a la agricultura mediante programas políticos de apoyo, se aplicó primero en Estados Unidos (1933) y mucho después se introdujo en Europa  con el Tratado de Roma  (1957) y se aplica ahora con la PAC desde (1962).

Representa el cambio institucional más relevante de la historia agraria reciente.

Aquí, en España, Rafael Cavestany fue ministro de agricultura entre 1951 y 1957. Dirigió el cambio de rumbo de la política agraria donde suprimió las cartillas de racionamiento, y puso en marcha la Concentración Parcelaria creando el Servicio Nacional de Concentración Parcelaria. Esto no consiguió los objetivos, debido al sistema  de colonias que se creo en campos baldíos y costosos en años de fructificar y el constante empobrecimiento de los agricultores, que fueron emigrando a las ciudades entre (otros motivos).

Como resumen, en las sociedades menos desarrolladas los agricultores son un grupo social mayoritario, generalmente pobre,

que transfiere rentas al resto de la economía. Sin recursos, la agricultura, los agricultores y la población se empobrecen.

Con recursos, la innovación tecnológica eleva la productividad agrícola, ofreciéndose alimentos baratos a la población y transfiriéndose recursos para el desarrollo de otros sectores, pero a costa de los agricultores (Ley de King). Esto es lo que ocurrió en España entre 1965 y 1985.

Por el contrario, en las sociedades avanzadas los agricultores son un grupo social minoritario, no necesariamente pobre,

que recibe rentas procedentes del resto de los sectores de la economía.

Políticas proteccionistas de precios, aranceles, rentas, I+D+i, etc.

El 30% de la renta agraria española actual procede de las subvenciones.

Según Investigaciones y Asistencia Técnica, QUASAR, S.A., ni siquiera la continua reducción del número de agricultores ha permitido mejorar la productividad del trabajo que, de hecho, está volviendo a empeorar aumentando la brecha con el resto de los sectores económicos.

La reducción de la superficie cultivable tampoco hace que la productividad de la tierra mejore que, de hecho, también muestra una tendencia desfavorable.

Entonces me pregunto, ¿a dónde va el dinero de la comida?

De cada 100 € pagados en España en la compra de alimentos 28 € van a parar al agricultor. Los 72 € restantes  corresponden a las actividades de comercialización, industrialización y distribución.

El tan anhelado reequilibrio de la cadena alimentaria tiene más de retórica que de realidad. A la sociedad le interesa su bienestar, que depende cada vez menos del dinero que reciben los agricultores y cada vez más de  los servicios, garantías y facilidades de los que disfrutan los consumidores finales.

Unos valores bastante costosos y vinculados, sobre todo, a la industria, el comercio, la distribución y la hostelería.

La mejora del bienestar general no puede ni debe excluir a los agricultores cuya economía no mejorará detrayendo servicios a los consumidores sino aumentándolos y, sobre todo, afrontando las deficiencias estructurales productivas, que son 

muy graves. Un enfoque  cada vez más alejado  de las preferencias vigentes, más partidarias de repartir peces que buenas cañas con las que pescarlos.

Las políticas que impulsa la UE con su presupuesto carecen del debate y legitimidad propias de una democracia avanzada. Sin embargo condicionan, de forma muy determinante, las políticas nacionales y regionales sin que sepamos muy bien a qué intereses responden unas decisiones que benevolentemente atribuimos a Europa.

El Pacto Verde Europeo, la estrategia comunitaria «De la granja a la mesa» y leyes como la de restauración de la naturaleza son reivindicaciones que los agricultores rechazan.

Por ejemplo, pagar a los agricultores  a cambio del cumplimiento de ciertas exigencias ambientales sin importar la productividad de su trabajo ni la competitividad de sus productos, no es lo que necesita nuestro sistema agroalimentario.

El modelo familiar agrario no sólo sustenta, social y territorialmente, nuestro medio rural, sino que es al que se incorporan nuestros  jóvenes agricultores por lo que, aunque sólo fuera por ello, ya merecería la máxima prioridad.

El presupuesto de la PAC se debe concentrar realmente en el modelo familiar favoreciendo a los agricultores y ganaderos profesionales, que no sólo son los que más dependen de la actividad agraria, sino que son también quienes más necesitan la ayuda y la merecen en función de los objetivos de la propia reforma. Todo ello, con independencia de los sectores productivos, de los territorios y de las modalidades de ayuda. No solo es una cuestión de justicia y de sentido común, sino también de eficacia.

Al distribuir la ayuda pública que supone la PAC con criterios fundamentalmente sectoriales, ya sea directamente mediante pagos acoplados, o indirectamente en base a derechos históricos y criterios territoriales, en absoluto se garantiza que dicha ayuda se concentre en los agricultores profesionales cuya economía familiar más depende de la actividad agraria y, por tanto, más necesitan y merecen la ayuda. Más bien ocurre todo lo contrario: los criterios sectoriales, territoriales y de mercado configuran el escenario idóneo para la práctica de la caza de primas (Rent-Seeking) por quienes menos dependen de la actividad agraria y más alejados están del modelo familiar agrario y de la vida rural.

La aplicación de criterios exclusivamente ambientales en la aplicación de la PAC también configuran un terreno propicio para los cazaprimas. Sobre todo, si los servicios ambientales que pretenden remunerarse los produce por sí misma la naturaleza al margen, o con intervención mínima, de los agricultores propiamente dichos.

De hecho, la estrategia europea «De la granja a la mesa» establece la necesidad de reducir la superficie cultivada destinando un determinado porcentaje de la misma a fines estrictamente ambientales.

No deja de ser cuestionable defender una política, la agrícola, con los argumentos de otra, la ambiental, pero todavía es más inquietante intentar desarrollar una política, la ambiental, con el presupuesto de otra, la agrícola.

Al final, la Reforma de la PAC ha terminado siendo la puerta falsa por la que el grueso de la ayuda termine concentrándose en quienes menos la necesitan, desde el punto de vista de la renta, y menos la merecen desde el punto de vista de la protección y defensa del modelo familiar agrario que sustenta nuestro medio rural.

Resulta inadmisible que, planteando nuevos retos y exigencias, la Comisión Europea haya propuesto reducir el presupuesto de la Política Agrícola Común (PAC).

Con carácter general, no deben ser los sectores quienes reciban la ayuda procedente de la PAC. Tampoco las hectáreas, ni las cabezas de ganado. La ayuda deben recibirla los agricultores. Y deben hacerlo en función de sus dificultades de renta y de su grado de dependencia agrícola teniendo en cuenta, además, su contribución a la mejora estructural en función de la productividad y de la dimensión económica de las explotaciones así como de la producción de bienes públicos de naturaleza ambiental y social.

Los agricultores critican el aumento de la burocracia y la entrada de importaciones agrícolas de terceros países que no cumplen con los requisitos de producción europeos, sobre todo en el uso de pesticidas. También la eliminación del 4 % de superficie de barbecho permanente, y piden que se escuche al sector primario a nivel europeo, nacional y autonómico cuando se legislen cuestiones que les afectan, como el bienestar animal, el uso de fitosanitarios y el regadío.

En mi opinión, el relevo generacional exigido por nuestra agricultura así como por nuestros pueblos sólo será posible con una reforma real y en profundidad de la PAC que, entre otras acciones, elimine unos derechos históricos que perjudican gravemente a los más jóvenes así como a los territorios más desfavorecidos.

Leyendo las tesis de Joaquín Olona, ingeniero Agrónomo y Decano  del Colegio Oficial de Ingenieros Agrónomos de Aragón, Navarra y País Vasco, el propone que para una aplicación más justa y eficaz de las ayudas directas de la PAC, se debe tener en cuenta:

-Apoyar la renta de todos los agricultores mediante pagos directos disociados de la producción condicionados a la actividad productiva.

-Contribuir a la remuneración de bienes públicos ambientales verificables incentivando su producción 

-Enfoque estratégico orientado a los resultados y la simplificación.

-Parámetros e indicadores para promover la eficacia y la equidad.

-Mejora de las estructuras productivas agroalimentarias

-Mejora de las estructuras comerciales agroalimentarias

-Gestión de riesgos

-Diversificación de la economía rural mediante la metodología Leader.

Y por último, medidas de mercado para una cadena alimentaria más justa y equilibrada.

Si no queremos regresar a políticas en tiempos de posguerra, deberíamos escuchar a esa agricultura familiar de la que la inmensa mayoría de ciudadanos españoles provenimos,  y apoyar sus reivindicaciones, que son las nuestras también. Recordar el pasado nos ayuda a no olvidar de donde venimos… de esos agricultores como el señor Paco que en las «malas» siempre estuvo ahí para echarnos una mano a «TODOS «.

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