Cualquier democracia que genere y construya miedo en la ciudadanía, aunque sea de modo indirecto, aunque argumente que con ello pretende encauzar un nuevo y fornido modelo económico y social, ejercita y valida idéntica pauta y adoctrinamiento que cualquier dictadura, aunque no presente oficialidad alguna sobre ello.
Creemos erróneamente que, por estar bajo el techo de la palabra democracia, todo es correcto y todo es perdonable, y toda justicia es válida, y toda sentencia judicial es correcta, y toda ley inalterable. Ese es el primer y gran error, creer que hemos llegado, que todo está resuelto, que todas las luchas han acabado, y que el desierto se ha dejado atrás. Y es en esa manera, también, como se promociona la imperfección y como se intenta convencer a la ciudadanía.
Justificamos o dejamos que otros justifiquen actos deleznables, corruptos e inhumanos, con una palabrería más cercana de cualquier publicidad comercial que de un argumento con una base firme y estructuralmente social que dignifique la vida de todo ciudadano, que proyecte futuros consistentes y loables. Y todo ello, apoyados en la palabra democracia, o en todo caso, para reafirmar su tesis, se utiliza la comparación con otros Estados o países con una organización aún más deleznable, aún más inhumana, aún más corrupta, creyentes que en ese balance eso les salva y los fortalece.
No somos capaces de atender y comprender que la perfección no existe, que el Estado perfecto es inexistente. Nunca hubo ninguno, la historia no la trajo, la conducta del ser humano es incompetente ante esa opción.
No damos cuenta que el lugar de todo ciudadano es la lucha, siempre la lucha, la denuncia y el grito para desmembrar todo acto o ley o pauta de todo gobierno que no se ocupe de conseguir una forma loable y digna de convivencia de todo ciudadano a su cargo, y en ningún caso, de justificar con posibles y utópicos mañanas la inhumanidad y las deplorables injusticias de todo presente.