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El libro que más me apetecía leer del mundo: La llama de Focea

Javier Puebla
Javier Pueblahttp://www.javierpuebla.com
Cineasta, escritor, columnista y viajero. Galardonado con diversos premios, tanto en prosa como en poesía. Es el primer escritor en la historia de la literatura en haber escrito un cuento al día durante un año, El año del cazador, 365 relatos que encierran una novela dentro.
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análisis

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El pasado 15 de octubre, apenas han pasado veinte días, publiqué en este mismo periódico un artículo que se titulaba casi igual que este: sólo cambiaba el tiempo verbal, el apetece por el apetecía del actual.

Dicho de otro modo; que ya he leído LA LLAMA DE FOCEA, que era el libro que más me apetecía leer del mundo, y lo suyo es que cuente aquí y ahora si tanta apetencia estaba justificada. Pero quizá antes, el placer de escribir que decía Nabokov al principio de una de sus novelas, no recuerdo cual, en la que resumía en menos de cinco líneas lo que a continuación iba a escribir en quinientas o seiscientas páginas, tendría cierto encanto que explique como me hice con el libro…

Voy a buscar mi diario a ver qué se me ocurrió poner al respecto, aunque me acuerdo perfectamente de que fui a casa de Lorenzo a por mi ejemplar y que una vez allí conocí a la menor de sus hijas: Nuria, a quien increíblemente aún no conocía (detalles así desvelan lo dura y descabalada que ha sido mi existencia durante los últimos once años, pero esa es otra historia). Me encantó conocer a Nuria, se parece mazo a Lorenzo, y por supuesto también ver a Noemí Trujillo, por quien siento gran afecto, pero lo mejor -confieso- fue el paseo que me di luego con mi amigo por su barrio, de noche, sin ruidos, ni gente, ni siquiera apenas tráfico; como si fuéramos dos megamillonarios y el mundo entero fuera nuestro. Me encanta hablar con Silva, es un lujo y un consuelo: los buenos conversadores siempre escasean (o quizá soy yo que no los encuentro).

Acabo de darme cuenta de que no he ido a buscar el diario (hace treinta y tantos años que los escribo y guardo en cajas bellísimas forradas de cuero que me hace una artista -IC- pero que casi nunca leo. Me he dejado llevar una vez más por el placer de escribir, como decía más arriba, que es muy parecido al placer de la conversación y el paseo. Pero extrañamente -la generosidad de las palabras para conmigo que nunca pienso- ese anunciar que iba a ir a buscar algo y luego no haberlo hecho -por pereza, porque me acordaba suficientemente, porque yo soy así y ya está- me lleva, ahora y ya, a la página 276 de LA LLAMA DE FOCEA, y a dos palabras que primero subrayé y luego copié en las páginas de cortesía del libro, como es mi costumbre y vicio: Desparpajo atolondrado.

Al leerlo pensé que se referían a mí, o que podrían haberse referido a mí, tanto Lorenzo Silva como Domingo Villar, pues el primero, Lorenzo, estaba hablando del segundo, Domingo, cuyo primer libro, Ojos de agua, está leyendo el protagonista de LA LLAMA DE FOCEA, que no es otro que el personaje más famoso de los nacidos de la pluma de Silva: Rubén Bevilacqua, alias Vila. El año pasado, en el marco de su Getafe Negro, Lorenzo nos montó a Domingo Villar y a mí una mesa en la biblioteca Joaquín Leguina a la que se llamó ELOGIO DE LA AMISTAD EN LOS TIEMPOS OSCUROS. Y sucedió, sucede, que Domingo ya no está (como odio no tener suficiente magia para poder cambiar eso) y que de nuevo en el marco de Getafe Negro se le organizó el pasado martes 25 de octubre un homenaje en Ámbito Cultural del Corte Inglés. Silva estaba en la mesa y yo tuve ocasión de conocer a los hijos de Domingo, como días antes había conocido a la hija menor de Lorenzo, y aunque todo esto sucedía «en la realidad» al mismo tiempo estaba sucediendo para mí dentro del libro, dentro de mi experiencia personal de LA LLAMA DE FOCEA donde Lorenzo Silva, hablando de Leo Caldas y uno de sus amigos dice lo siguiente: «su antiguo compañero de colegio, Ramón, con el que simpatizaba, pese a ser un acaudalado hijo de papá, por el desparpajo atolondrado que mostraba al conducirse por la vida y que la volvía menos gris, menos predecible y, en suma, más digna de ser vivida«.

Señalo que consideraría excesivo que nadie me considerase como un «acaudalado hijo de papá«, pero quizá un poquitín sí y además no me produce el menor rubor confesar que me habría encantado serlo. En cualquier caso lo de «el atolondramiento y el desparpajo» creo que sí me define, o me identifico con ello, y la prueba es el modo -atolondrado pero al mismo tiempo como me da la gana y quiero- en el que estoy redactando este artículo sobre el libro que más me apetecía leer del mundo y que ya me he leído, y que -como habrá imaginado todo el mundo- me ha gustado muchísimo. Ahora mismo no recuerdo ningún otro libro que me haya gustado más en toda mi vida, pero eso también puede ser debido a que me emociono con facilidad cuando leo y escribo y esa emoción me borra todo lo que hasta ese momento me ha pasado o he conocido.

Me temo que no he dicho nada sobre LA LLAMA DE FOCEA, nada de lo que como articulista debería haber dicho, pero al mismo tiempo pienso que he reflejado su espíritu, porque las 542 páginas que lo componen son pura vida y pura verdad. Quien lo haya leído ya lo sabe, y quien vaya a leerlo lo descubrirá y sentirá lo mismo que yo, pues en la nueva novela de Lorenzo Silva: LA LLAMA DE FOCEA -quiero repetirlo- todo es verdad y está vivo.

¡Pedazo de libro! (creo que escribiré otro artículo para explicar porque lo considero tan bueno).

(Mecanografía: MDFM)

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