El 17 de junio de 1789, los diputados del “tercer estado” –es decir los representantes burgueses de los franceses que no tenían la suerte, al menos hasta ese momento, de pertenecer a la nobleza o al clero– proclamaban la Asamblea Nacional. El poder legislativo ya no quedaría en manos del rey sino de los miembros de esta asamblea. En los cuatro años siguientes, el rey, nobles y clérigos –afortunados hasta ahora– morían guillotinados.

Para asignar los asientos en el pleno, tomando como referencia el asiento del presidente de la Asamblea, a la derecha se sentaron los diputados hostiles a la revolución, y a la izquierda los más afines al cambio de régimen. Esta separación entre conservadores y reformistas es hoy en día un modelo seguido en la mayoría de las asambleas consideradas “democráticas”.

 

El sistema electoral a dos vueltas

A cinco meses de las elecciones presidenciales francesas, se van conociendo los actores principales de la escena política francesa, los cuales tratan de abrazar tanto a la “izquierda” como a la “derecha”. Tras la primera vuelta, prevista en abril de 2017, pasarán los dos candidatos que más votos hayan obtenido. Es matemáticamente posible ganar en la primera vuelta, aunque ningún partido parece capaz de obtener una mayoría absoluta en un país tan polarizado. En la segunda vuelta, prevista en mayo de 2017, de entre los dos candidatos finalistas, los electores elegirán al presidente de la república, o sencillamente al mal menor. Un ejercicio de cohesión entre la “izquierda” y la “derecha” difícil de olvidar como ya se vio en las elecciones de 2002 cuando en la segunda vuelta los izquierdistas derrotados apoyaron al derechista Chirac para parar al ultraderechista Le Pen.

ningún partido parece capaz de obtener una mayoría absoluta en un país tan polarizado

A cinco meses de las elecciones de 2017, destacar la esencia de los pretendientes a la presidencia resulta ser un ejercicio complejo. Las propuestas son numerosas y oscilan entre la necesidad de relanzar la economía, crear empleo –especialmente combatir el desempleo juvenil que ronda el 25%–, rebajar la creciente deuda pública al 3% –es decir recortar el gasto público–, subir el gasto militar, frenar la inmigración, posicionar al país en un difícil equilibrio geopolítico entre los Estados Unidos, la OTAN y Rusia, hacer frente a las amenazas terroristas, ganar poder en Bruselas frente a Alemania, cuidar la identidad nacional –sea cual sea su definición actual– y un sinfín de medidas que dan a entender que gane quien gane, Francia va a vivir cambios muy significativos, por no decir traumáticos, en los próximos cinco años. Este inquietante futuro contrasta con la aparente tranquilidad de una sociedad habituada al pesimismo.

gane quien gane, Francia va a vivir cambios muy significativos, por no decir traumáticos

 

¿Un presidente indeciso?

El presidente actual, el “socialista” François Hollande, aún no ha anunciado su candidatura, pero es quizá el más optimista de todos. Se espera que lo haga en las próximas semanas, seguramente cuando todos los demás candidatos se hayan presentado oficialmente ante las cámaras de televisión, al menos los que tienen acceso a ellas. Incluso se especula que no se presente, ya sabemos que el primer ministro Valls espera su oportunidad, aunque sería la primera vez que un presidente decidiese no renovar un mandato –de cinco años en la actualidad– en el palacio del Elíseo, una construcción de la época monárquica previa a la Revolución. Porque también hubo una época monárquica posterior a la Revolución.

Hasta que Hollande no se presente, no se conocerá su programa electoral pero muchos ciudadanos recuerdan aún, no sin resquemor, sus esperanzadoras promesas “socialistas” en la campaña presidencial de 2012, de las cuales un tercio siguen sin cumplirse. La más destacable, la lucha contra el desempleo, que sigue situándose por encima del 10%, una cifra inusualmente alta para Francia a pesar de haber bajado ligeramente de forma consecutiva en los últimos tres trimestres. Mientras tanto, el peluquero personal –disponible las 24 horas– del presidente sigue cobrando 9.885 euros brutos al mes, pagados con dinero del contribuyente. El presidente se defiende afirmando que ha reducido el 10% de la plantilla del Elíseo, recortado 9 millones de euros al presupuesto de su palacio presidencial y rebajado su propio salario en un 30% por lo que a final de mes recibe 14.910 euros brutos.

 

Fillon, la vieja Francia

El candidato conservador del principal partido de la oposición –Los Republicanos–, François Fillon, fue primer ministro de Sarkozy de 2007 a 2012. Fillon propone recortar el gasto público en 100.000 millones de euros, pero subir el gasto de defensa al 2% del PIB coincidiendo con las recomendaciones de la OTAN, a pesar de mostrarse a favor de anular las sanciones contra Rusia. Una enigmática contradicción. Mientras su programa presenta el pleno empleo como una realidad alcanzable, paradójicamente pretende destruir 500.000 empleos públicos, sin precisar en qué sectores. Los policías y militares, una fuente de votos esencial para la derecha, no parecen tener razones para preocuparse.

En contra de otorgar automáticamente la nacionalidad francesa a los hijos nacidos en Francia de padres extranjeros

Hijo de una historiadora, Fillon afirma que, respecto a los años de la colonización, “Francia no es culpable de haber querido compartir su cultura con los pueblos de África, Asia y Norteamérica”. Tal vez se refiera a esa misma “cultura” que le lleva a proponer en su programa electoral suprimir la Asistencia Médica del Estado –es decir, gratuita en los límites de la seguridad social– a los inmigrantes “ilegales”. En contra de otorgar automáticamente la nacionalidad francesa a los hijos nacidos en Francia de padres extranjeros, prefiere ignorar que tal vez el barrendero del Boulevard Saint-Germain, el conductor del autobús 84, la cajera del supermercado de Marx Dormoy y el panadero de Place des Fêtes se sientan tan orgullosamente franceses como extranjeros. Para muchos franceses, tener que elegir entre dos nacionalidades a los 18 años significaría abandonar parte de su propia esencia.

En su muy detallado programa, cuyos temas están ordenados por orden alfabético y colores del arco iris para facilitar la lectura a su electorado, se autoproclama “el candidato de los emprendedores, artesanos, agricultores, de todos los que asumen riesgos”. Una afirmación que tendría sentido si él también hubiese tomado el riesgo de trabajar alguna vez en el sector privado.

 

Le Pen, replegarse o morir

La tercera fuerza política que parece aspirar a la presidencia es el Frente Nacional. Su dirigente no se llama Marine Le Pen sino Marion Anne Perrine Le Pen. Pero Marine recuerda el tono azul «bleu marine» de la bandera francesa. No se le puede culpar de que su padrino, ya fallecido, haya sido uno de los mayores proxenetas de Francia, ni tampoco que su padre tuerto –por culpa de una pelea electoral– haya creado un partido de ultraderecha que ha calado entre la población rural alejada de la moderna París.

Integrada en el partido de su padre desde los 18 años, Marion Anne Perrine se considera católica tradicionalista, lo cual no le ha impedido divorciarse dos veces. Dice ahora distanciarse de ciertas ideas de su padre, aunque, aparte del antisemitismo explícito, es difícil destacar cuáles exactamente.

Pretende reducir la inmigración anual de 200 000 a 10 000 nuevos inmigrantes, dando prioridad a los que tengan estudios y puedan “aportar” a la economía. También quiere dar un margen de un año a cualquier extranjero para encontrar un empleo antes de expulsarlo del país, así como prohibir la inmigración clandestina o cualquier muestra de apoyo asociativo en ese sentido. Llama la atención que prometa incrementar la cooperación al desarrollo con África y respetar las soberanías nacionales a cambio, claro, de frenar los flujos migratorios.

pretende restablecer el derecho francés por encima de las convenciones internacionales y tratados europeos

También en el plano internacional, pretende restablecer el derecho francés por encima de las convenciones internacionales y tratados europeos, salir de la OTAN y crear un eje París-Berlín-Moscú. Aunque afirma no querer salirse del todo de Europa, sí pretende salirse del euro y recuperar el control de la política monetaria, restablecer las fronteras y que el país deje de aportar fondos a la Unión Europea.

En el plano económico nacional, destaca su voluntad de alcanzar el déficit cero en 2018. Su forma de conseguirlo parece en gran parte imprecisa cuando propone ahorros públicos que se sitúan en algún lugar entre los 5 000 y 70 000 millones de euros al año.

 

Años difíciles

Queda saber quién representará el poder y quién caerá en el olvido en un contexto económico cada vez más inquietante. Porque si bien Francia es capaz de otorgar la ilusión del poder político – recordemos que el poder económico tiene otro ritmo, o más bien lo marca–, también es capaz de arrebatarlo. El destino de Sarkozy así lo demuestra.

Aún queda un detalle revelador. En Francia, el presidente no se sienta en la asamblea. En Francia, el presidente es rey. Al menos por cinco años. Al menos hasta la próxima tormenta.

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