sábado, 11mayo, 2024
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Nadal y el frío en la Caja Mágica

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análisis

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Han cerrado el techo. Me subo el cuello de mi abrigo negro. No es sólo la temperatura, también es de Miñaur, Álex de Miñaur. Si le ganó en Montecarlo puede ganarle aquí. Lo pienso yo y lo piensan todos mis compañeros de prensa. Lo piensa, lo teme, todo el público, desde el Rey hasta el espectador sentado en la butaca más alejada de la pista.

Puede ser el último partido de Rafael Nadal en la Caja Mágica.

La Caja Mágica. Con el techo cerrado. El mundo nos ve desde fuera, a nosotros y a los jugadores a través de las cámaras, pero estamos en un gigantesco recinto cerrado. Y Nadal va a tener que pelear contra todos sus fríos.

Empieza bien: le rompe el servicio a de Miñaur a la primera oportunidad. Respiramos. Mi colega de Canal Tenis comenta que nunca había visto tal enjambre de fotógrafos en la pista. Asiento sonriendo, es cierto. No cabe ni uno más. Pero quizá consigan una imagen con un final feliz si todo sigue como ha empezado.

Sin embargo las cosas se tuercen inmediatamente. De Miñaur se recupera. De Miñaur iguala. De Miñaur se pone por delante.

Está cerrado el techo, tengo subido el cuello del abrigo y hasta me he puesto mis viejos guantes de cuero. Pero sigo teniendo frío. Grito por Nadal y grito para espantar el frío.

El primer set desemboca en tai break.

Dios mío, es impresionante cómo están jugando. Hay puntos de más de veinte golpes. ¡Y que golpes!

Nadal se lleva el primer set. Gana el tie break, aunque no sin sufrimiento. Respiramos. No hay un solo asiento libre en la pista central de la Caja Mágica y todos respiramos hasta quedarnos vacíos.

A por el segundo set. El frío se diluye. Álex de Miñaur se diluye. Presión por todos sitios para el australiano que en verdad debería estar jugando bajo bandera española (pero esa es otra historia).

Me bajo el cuello del abrigo. Estamos protegidos por la Magia de la Caja. Y Nadal está ganando. Con autoridad y soltura. «Como si fuera Nadal».

Su rugido final. ¡Sigo aquí y estoy vivo!

7-6 y 6-3.

En los anales de la historia probablemente el partido será uno más, uno de los muchísimos que ha ganado Nadal, pero los que estábamos allí lo vivimos con la misma intensidad y pasión que si estuviésemos asistiendo a la final del mismísimo Roland Garros.

Nadie tenía ya frío cuando empezamos a abandonar nuestros asientos. Vencedores. Aliviados.

El rugido victorioso de Nadal en nuestros oídos y en nuestros corazones. Como si fuera nuestro propio rugido.

Tigre Tigre

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