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Acampadas propalestinas: un destello del Mayo francés

Cada vez son más los estudiantes universitarios que organizan protestas contra el genocidio en la Franja de Gaza

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análisis

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Cuando todo parecía perdido, nuestros universitarios han despertado de su aparente letargo para protestar contra el genocidio del pueblo palestino. Tímidamente, en cada campus del país, han ido apareciendo las primeras tiendas de campaña, las primeras pancartas, las primeras movilizaciones, performances y actos de protesta. No es el Mayo del 68, cuando París ardió por los cuatro costados, haciendo tambalear el Gobierno De Gaulle, pero no está mal para empezar.

A menudo somos injustos con nuestros jóvenes. Los medios de comunicación suelen pintarlos como una panda de desaliñados enganchados a TikTok que solo piensa en beber, bailar y pasárselo bien. Gente más bien nihilista, cuando no conservadora y aburguesada. Una carcundia adolescente, hedonistas poliamorosos, niños bien con escasa o nula conciencia social que lo han tenido todo demasiado fácil y cómodo en la vida y que no entienden que la libertad y la democracia costó mucha sangre y muchas vidas. Pero no es así. Ninguna generación, a lo largo de la historia, se ha sustraído a las ansias de libertad, progreso y justicia y esta, por fortuna, tampoco.

Nuestros estudiantes han dado el paso adelante para llamar a las cosas por su nombre porque lo de Gaza no es una operación militar contra el terrorismo de Hamás, como dice el mataniños Netanyahu, sino el exterminio planificado de todo un pueblo. Una guerra de expansión territorial (el Anschluss judío) concebida para la anexión y el asentamiento de colonos, que es de lo que se trata aquí. Es cierto que nuestros universitarios llegan con retraso a la rebelión, cuando ya vamos por más de 30.000 gazatíes asesinados –la mayoría de ellos mujeres y niños– y siete meses de masacres, de hospitales reventados, de hambre y sed. Como también es verdad que esta vez la vanguardia no ha estado en Europa, sino en USA, donde los muchachos de la Columbia se han echado a la calle a partirse la cara con los policías neoyorquinos, borricos de dos por dos que primero disparan y después preguntan. Pero nunca es tarde si la causa en buena.

De aquel Mayo del 68 que iba a transformar la historia de la humanidad queda más bien poco. Los jipis de ayer, protagonistas de la revolución frustrada, hoy son jubilados reaccionarios, o viejos empresarios que no saben qué hacer con el dineral amasado o antiguos comunistas evolucionados hacia la extrema derecha. Solo perdura la foto en blanco y negro de un sueño perdido. A fin de cuentas, el mundo siempre fue y será una porquería, ya lo cantó el bueno de Discépolo en su célebre tango Cambalache.

Con el tiempo nos hemos vuelto escépticos, cínicos, y ya no creemos en revoluciones de ningún tipo. Pero ver esas tiendas de campaña desplegadas en los diferentes campus de nuestro país, llenas de jóvenes con acné, con el rostro airado y el puño en alto, remueve el poso de idealismo que aún queda en nuestro interior. Estos chicos poco tienen que ver con aquellos melenudos, marxistas y utópicos que llevaban a Camus bajo el brazo y frecuentaban la sesión golfa de cine de autor, Godard y Truffaut en vena (en realidad ya nadie sabe quiénes fueron esos señores). Más allá del tufo a maría que planea sobre toda movida estudiantil, pocas similitudes entre uno y otro mayo. Los tiempos han cambiado, como decía la canción de Bob Dylan, y donde antes había un incendiario ejemplar de El segundo sexo de Simone de Beauvoir hoy hay una influencer dando la chapa con alguna chorrada y un tuitero queriendo petarlo de likes con unos telegráficos caracteres.

Estos presuntos revolucionarios de ahora, muchachos tecnificados al extremo, descreídos de todo (hasta de sí mismos) y pragmáticos, son muy diferentes de aquellos idealistas que incendiaron París al grito de haz el amor y no la guerra en una batalla sin cuartel contra la sociedad de consumo, el capitalismo y el imperialismo autoritario. Como tampoco se parecen en nada los demás agentes llamados a la revuelta, los obreros industriales que ya no existen (se han vendido al trumpismo), los sindicalistas de perfil bajo y las gentes del Partido Comunista (hoy quedan cuatro gatos mal contados y bajando en número). La muchachada revolucionaria de entonces llevaba la foto de Mao, Lenin o Stalin en la cartera, pero hoy por hoy ya no quedan referentes rojos y el socialista más radical es Pedro Sánchez, un señor muy bien trajeado que no escribe tratados sobre las causas de la injusticia social sino cartas de amor a su esposa, en plan Bécquer. Cosas de la posmodernidad.

En las acampadas violentamente pacíficas de hoy nadie lee a Marcuse. Tampoco suenan los Rolling y lo más contracultural es Nebulossa cantando su eurovisivo himno trans. Todo está medido y calculado, se reciclan los residuos en el contenedor amarillo por el bien del planeta y no se hace demasiado ruido ni demasiado daño al sistema. No hay cóctel molotov, la revolución es una previsible puesta en escena en una tarde tranquila de litronas y reguetón en bermudas y chancletas. Aquel desmadre maravilloso de Mayo del 68 no volverá a repetirse jamás. Lo más parecido fue el 15M, un botellón que se fue de las manos, y ya sabemos cómo acabó todo aquello: con el líder del movimiento convertido en casta ministerial y viviendo en un casoplón en Galapagar.

Si esto de las protestas propalestinas fuera la mitad de grande que aquel despelote total que se vivió a finales de los sesenta, hoy Europa entera estaría paralizada por un huelgón general de nueve millones de trabajadores y no es el caso. Sin embargo, algo del viejo espíritu francés sigue vivo (Francia ha dado al mundo el perfume de la revolución y la revolución del perfume, no lo olvidemos). Una tenue llamita, si se quiere, un destello que puede ser mucho más importante y trascendente de lo que creemos en un principio. A esta hora desconocemos qué recorrido pueden tener las acampadas por la paz ni cuánto tiempo durarán. Estos muchachos mansos de fácil conformar a los que se les ha removido algo en sus conciencias con las matanzas de Gaza no parece que vayan a incendiar el sistema, ni siquiera el jardín de la Complutense. Pero, en medio del guerracivilismo de Abascal y de los mítines xenófobos de Feijóo contra el pobre magrebí, bienvenido sea un ramalazo de espíritu crítico y de rebeldía que ojalá prendiera en una hermosa explosión de furia y rabia capaz de frenar la carnicería en Palestina. Aunque, mucho nos tememos que todo será más evanescente, testimonial y efímero que aquellos días feroces en los que ardió París.

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2 COMENTARIOS

  1. No tiene nada que ver,pero nada de nada,con el mayo frances.
    Esto es simplemente que estamos asistiendo en directo a un genocidio y holocausto por parte de Israel contra los palestinos,los autenticos dueños de esa tierra.
    Hoy el asesino es Netanyahu,antes fue Ariel Sharon,antes Golda Meir…Llevan mas de 60 años asesinando impumente y expoliando a los palestinos y los asesinos judios sionistas(fascistas) no diferencian asesinando si son palestinos arabes,cristianos o sin religion,les da igual,para ellos son palestinos y buscan su exterminio.

  2. Un hallazgo del siglo XXI es que el dinero moldea la sociedad, para ello basta con subvencionar medios de comunicación y ONGs que prediquen «la verdad». Las dos organizadoras de las protestas en los campus americanos son ONGs judías ligadas a la fundación Tides que financia Soros. Sí, también hay discrepancia entre los hijos de Israel, pero estas protestas no conseguirán parar la guerra hasta que Netanyahu lo decida. Ya lo verán, pero mientras tanto disfruten con Eurovisión.

    Mayo del 68 fue, fundamentalmente, una huelga general que estuvo a punto de tumbar a De Gaulle y el movimiento estudiantil una boutade burguesa superpuesta que ganó la batalla del relato. Nada más

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