Hay gente hermosamente solidaria. Javier Gilabert y Diego Medina acaban de publicar en Esdrújula Ediciones, Granada, Sonetos para el fin del mundo conocido, un proyecto nacido durante el confinamiento total sufrido a partir del mes de marzo de 2020, y reza una leyenda bajo el título que dice “Todos los beneficios obtenidos con la venta de este libro se destinarán a la ONG Médicos del Mundo España”.
No está mal eso de hacer cosas. Yo soy un poco misántropo, no me niego a ayudar si me lo piden pero me cuesta (cada vez más) ayudar con mi presencia directa, con mi implicación presente, admiro y envidio la felicidad de quienes constantemente se arremangan y echan una mano real porque, y lo digo sin ninguna clase de ironía, es más feliz quien da que quien recibe.
El prólogo corresponde a la profesora Remedios Sánchez, secretaria general de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios y prestigiosa docente universitaria, previo atinado porque está pensado para cualquier tipo de acercamiento al libro: desde quien ni siquiera sabe qué cosa sea soneto a quien necesite información precisa sobre el contenido de esta colección de versos a cuatro manos.
Tiene el soneto esa sentenciosidad natural que conlleva un fandango, por ejemplo; son formas musicales en las que es casi imposible evitar el cierre final con apariencia de lógica incontestable. La disposición “narrativa” del soneto se posa en sus dos estrofas mayores para concluir en las dos menores, pero la combinatoria es infinita y la posibilidad de paralelismos, contraposiciones, la opción de prolongar la preparación hasta prácticamente el último verso o incluso de invertir la estructura cerrando un círculo, lo convierten en el tipo de poema quizá más recurrente de la poesía española.
Amantes y detractores tiene el soneto, porque esta perfección de su forma lleva al lucimiento extremo (Darío, JRJ, Lorca, Antonio Carvajal…, por ir al siglo XX y XXI) o al disimulo feroz de quien desconociendo los rudimentos de la poesía básica construye su artefacto con apariencia de solidez. En este libro asistimos a un juego literario raro y rico, porque muchos poemas están escritos como esas obras para piano a cuatro manos donde uno es el tono y dos las cabezas ejecutantes, dos las melodías y cuatro las líneas de la música.
Elogio las maneras, sólo en el índice y de forma discreta podemos saber quiénes son los autores de cada poema, firmados individualmente o en comandita; eso hace posible evitar la comparación, inútil, y apreciar más aún el misterio solidario de este libro: porque si buena es la intención humanitaria, mejor es el arranque tan raro de empatía entre dos líricos, tan dados a la farra y la pelea estética: “Por cuerdo te tenía, aunque poeta” llegó a decir el ácido Góngora (cito de memoria y entrego mi cuello a los eruditos de verdad).
Escapa este libro de ser una colección de circunstancia, hay belleza, reflexión y esboza un pequeño diario de esta crisis distópica que ha de servir en el futuro para que quienes no la hayan vivido puedan reconstruir los hechos y revivir una pesadilla que marcará la Historia:
“Si todo sigue igual cuando esto acabe, si nadie aprende nada y nada cambia, si prima el egoísmo que ahora manda no quiero formar parte de esta nave”.
Todo el libro es una lección moral en el mejor sentido de la palabra, de la costumbre entendida como el hábito respetable de la quienes ya han vivido y nos muestran su experiencia:
“Procede, pues, eliminar el ruido, dejar de lado estorbos, la maldad, cualquier cosa que sobre en lo que fuiste”.
Sin ánimo de cita gratuita, no creo que se enfaden los autores si colocamos uno completo para que vean y compren y ayuden, que el fin es bueno:
Hay que desaprender y ser de un vuelo la savia de aquel árbol de la infancia, mirar como de niño en la distancia arriba, y ver las ramas junto al cielo. Sentirse del paisaje su gemelo humildemente sabio en la ignorancia, oler de cada instante la fragancia sin relojes, comerse un caramelo. Hay que recuperar la madriguera, tentar en el trasluz un mapa humano con sendas en la piel a gran escala. La prisa nunca es buena consejera, sentémonos cogidos de la mano, quizás de nuestro puño brote un ala.