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John Nash: esa mente maravillosa

Ricard Mira
Ricard Mira
Con 17 años me diagnosticaron esquizofrenia paranoide precoz, y de los 17 a los 21 me hicieron electochoques, además del tratamiento farmacológico. Después de 50 años medicándome con antipsicóticos, ahora llevo más de 2 sin tratamiento por consejo del psiquiatra. Cada semana recibo seguimiento psicológico y psiquiátrico por teléfono. Con los años he mejorado poco a poco y he ido aprendiendo a detectar la subida de adrenalina en sangre que precede a los brotes psicóticos.
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análisis

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Hoy quiero hablar sobre el matemático John Nash (1928-2015). Muchos lo conocen por la película «Una mente maravillosa» (2001), que está basada en su vida, y los matemáticos y economistas por sus aportaciones tan importantes a la teoría de juegos y otros temas. Yo supe de su existencia cuando de adolescente, en los años 60, vi una noticia sobre él en la televisión. Le habían diagnosticado una enfermedad mental, esquizofrenia, y no sabían cómo ayudarlo. Había un gran interés en que se recuperara, y estaban buscando tratamientos nuevos para curarlo. Pensé que si se preocupaban tanto por él es que debía de ser alguien muy importante. Aún no le habían dado el premio Nobel, pero ya lo consideraban un genio matemático y querían que continuara su trabajo tan original. Pues bien, no consiguieron encontrar un tratamiento que lo curara. Como esquizofrénico puedo confirmar que los medicamentos antipsicóticos han ido mejorando pero que aún están lejos de ser algo parecido a por ejemplo la insulina que se inyectan los diabéticos. Tienen muchos efectos secundarios y no curan propiamente, sino que, si se cumplen ciertas condiciones, simplemente te ayudan a llevar la enfermedad bastante mejor.

Años después, yo también tuve una crisis mental y me diagnosticaron lo mismo que a él. A mí los médicos me dieron electrochoques. Se llama terapia electroconvulsiva, pero no dejan de ser descargas eléctricas en el cerebro. Era tan doloroso que me daban morfina para soportarlo. Dicen que ahora ya no se hacen tanto y cuando se hacen son más suaves. La cuestión es que entre la enfermedad, las electrocuciones y la morfina, al principio no era consciente de mi situación. Fue solo después de acabar ese tratamiento cuando me di cuenta de lo que me había pasado. Estaba muy confundido. Por ejemplo, antes estudiaba ingeniería y ahora ya no, y no sabía muy bien por qué. Y un día salí a pasear y no entendí qué hacían ahí todas esas casas si hacía poco solo había monte. Pero es que habían pasado años! Mi familia me lo fue contando y fui asumiendo la realidad. Me sentía mal, pero recordé que a Nash, esa eminencia de las matemáticas, también le había pasado lo que a mí y pensé: «esto le puede pasar a cualquiera». A partir de entonces procuré vigilar mucho mis síntomas y también intenté entender en qué consistía la esquizofrenia. Porque era algo realmente desconcertante. También me tomaba los antipsicóticos que el psiquiatra me prescribía, puesto que parecía importante que lo hiciera.

Desde 1970 Nash ya no tomó ninguna medicación para la esquizofrenia y se fue recuperando poco a poco gracias a llevar una vida tranquila y adaptada a su situación. Dicen que no hay enfermedades sino enfermos, en el sentido de que cada persona es diferente y aunque se tenga el mismo diagnóstico no te tiene por qué funcionar lo que le funciona a otro. Yo solo he conseguido dejar la medicación después de décadas de tratamiento continuo, pero sí que puedo dar testimonio de la mejora sustancial que noté cuando empecé a hacer algunos cambios en mi vida cotidiana. Uno de los más importantes fue el de decidir dedicarme al arte, concretamente a la escultura. Era ideal: podía trabajar sin horarios fijos, solo en mi taller sin distracciones ni desencadenantes de las paranoias que me hacían sufrir tanto. Y cuando presentaba el resultado de mis esfuerzos, solía tener una respuesta positiva.

Continuando con Nash, como se ve en la película protagonizada por Russell Crowe, fue aprendiendo a ignorar las ideas delirantes y las alucinaciones. Las continuaba sufriendo, pero no les hacía caso. Doy fe de que es un proceso muy difícil, y quizá su mente matemática le ayudó a imponer la racionalidad frente al delirio. En mi caso, las paranoias empezaban cuando tenía la sensación de que todos hablaban de mí. Primero era solo una duda, después ya una convicción, y finalmente una presión insoportable en la que hasta la televisión, la radio y los letreros de los envases hacían referencia a mí, y no precisamente para decirme cosas bonitas. Una vez, paseando por el monte tuve la certeza de que los pájaros del bosque le estaban transmitiendo a mi suegro todos mis movimientos. Era muy angustioso. Cuando se me pasó, me sorprendió que se me hubiera ocurrido eso, y más teniendo en cuenta que no estaba haciendo nada malo ni que le importara a mi suegro, que estaba a cientos de kilómetros de distancia. Otra vez, estaba en la cama y «sabía» que yo era Jesucristo. Se podría esperar que tuviera una sensación de paz o que me pareciera que ayudaba a los necesitados haciendo milagros, pero no: me querían crucificar. Con estos ejemplos quiero decir que las paranoias son algo muy fuerte y es muy difícil no creerlas. Hay que avanzar paso a paso para distinguir los pensamiento que son enfermedad y los que no.

En 1994 le dieron el premio Nobel de Economía a Nash. Yo personalmente me alegré mucho. Pensé que, aunque se tengan problemas mentales serios, con las circunstancias adecuadas, se puede conseguir hacer cosas importantes. Durante su carrera consiguió varios reconocimientos más, y hay unos cuantos conceptos que llevan su nombre, por ejemplo el equilibrio de Nash. Luego en 1998 la periodista Sylvia Nasar escribió una biografía sobre él que sirvió de base para la película dirigida por Ron Howard (que por cierto a él no le gustó). Ver la película en televisión me hizo plantearme escribirle para comentarle un fenómeno que había observado en mí mismo recientemente. Después de pensármelo mucho, finalmente en agosto del año 2013 me decidí y le escribí un correo electrónico. Para mi sorpresa, unos días más tarde me respondió y me dijo que podía ser que lo que había observado fuera así. Le estoy muy agradecido por haberme contestado, ya que él fue un referente importante en mi convivencia con esta enfermedad.

El fenómeno en cuestión es lo que llamo un «chute» en la sangre que he aprendido a reconocer horas antes incluso de tener ninguna idea delirante. Siempre he estado muy atento y cuando notaba que algo en mí cambiaba, avisaba a mi familia. Así he evitado males mayores, porque la experiencia me ha enseñado que viene de horas el evitar que el brote psicótico dure años. Una de las cosas que había notado hacía tiempo era que justo antes de una crisis tenía una sensibilidad olfativa muy acentuada. Pero lo de notar el «chute» fue una mejora increíble. Mi psiquiatra entonces me subía la dosis de la medicación, pero al final, viendo que este método funcionaba, me recomendó que yo mismo me la subiera cuando notara este fenómeno. Para los escépticos, diré que los perros siempre se han mostrado especialmente agresivos conmigo seguramente porque notaban que mi adrenalina estaba disparada y así me consideraban sospechoso. De hecho tuve un perro para intentar regularla. Así que hay algo que los perros notan y yo ahora también, y desde que lo hago tengo menos brotes y duran menos: de durar hasta tres años han pasado a durar solo un mes y medio. En la primavera del 2017 hice una escultura que titulé «Reequilibrio 2017» porque la hice durante un brote psicótico, pero fue tan leve que simplemente teniendo el espacio de la mente ocupado haciendo la escultura (y manteniendo la medicación) ya recuperé el equilibrio mental.

Lamentablemente, en el 2015, cuando Nash tenía 86 años, él y su mujer murieron en un accidente de tráfico. Yo por mi parte ahora por fin llevo dos años prácticamente sin tomar antipsicóticos. Espero llegar a vivir sin ellos, como John Nash, esa mente maravillosa.

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