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La guerra en Europa y sus consecuencias para el mundo

Mientras Rusia intensifica sus ataques contra Ucrania y desdeña el diálogo para resolver la más grave crisis en el continente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, no cabe duda que la arquitectura de seguridad europea cambiará tras esta guerra y que el vínculo trasatlántico sale fortalecido con la misma. El 24 de febrero, día del ataque ruso a Ucrania, marcará la agenda europea quizá por muchos años y condicionará las futuras relaciones internacionales a nivel global.

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análisis

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El ataque de Rusia a Ucrania, comenzado de una forma inesperada aunque previamente anunciado por los servicios secretos británicos y norteamericanos, marca un antes y un después en las relaciones internacionales y también en las concepciones estratégicas y de seguridad que teníamos en Europa hasta ahora. Para el canciller alemán, Olaf Scholz, este momento significa un zeitenwende, un punto de inflexión, mientras que para la secretaría de Relaciones Exteriores del Reino Unido, Liz Truss, es un «cambio de paradigma». La era de la complacencia, dijo, había terminado. 

La guerra contra Ucrania, una salvaje agresión calculada, premeditada y planificada con todo lujo de detalles, pone fin al periodo pacífico y de cambio iniciado tras la caída del Muro de Berlín, en 1989, y la implosión de la Unión Soviética, en 1991. Rusia, atacando a Ucrania, se ha quitado la careta y se revela ahora como una potencia con delirios imperiales. Moscú tampoco oculta sus pretensiones de ejercer su poder e influencia en el antiguo espacio postsoviético.

Los europeos, pero muy especialmente la Unión Europea y también el Reino Unido, aceptaron y toleraron las agresiones de Rusia a otras antiguas ex repúblicas soviéticas y prefirieron mirar para otro lado cuando Moscú se anexionaba territorios en las mismas, esperando que al coste de estas “amputaciones” territoriales el sátrapa ruso, Vladimir Putin, saciara su voraz apetito nacionalista, pero, como estamos viendo, no fue así. Fue un cálculo tan errado como cuando Francia y el Reino Unido, en los infames acuerdos de Múnich de 1938, entregaron a Hitler los Sudetes con fines parecidos y también fracasaron.

Ucrania, una agresión más de Rusia con sus vecinos

Por ejemplo, cuando estalló la guerra civil en Moldavia, entre el gobierno de Chisinau y las milicias separatistas de Transnistria, Rusia apoyó descaradamente a los secesionistas y fomentó la creación de una entidad ilegal en la región recién “independizada” con la ayuda del XIV Ejército ruso. La situación de Transnistria se ha mantenido desde 1992 inalterable y todas las tentativas de búsqueda de una solución política entre las partes han fracasado, en gran medida porque Rusia quiere mantener su papel de mediador y evitar, a toda costa, la entrada de este país en la UE. 

Después, entre 1992 y 1993, la región de Abjasia se levantó en armas contra Georgia, en una mini guerra civil que perdieron los georgianos, costó miles de vidas -algunas fuentes hablan de hasta 40.000 víctimas, sobre todo civiles-, provocó miles de refugiados y la destrucción material y económica de un país ya de por sí muy depauperado. Las consecuencias fueron desastrosas para Georgia, que un año antes, bajo presión de Rusia, tuvo que aceptar la secesión de otra de sus regiones, Osetia del Sur, que intentó arrebatar, en el año 2008, en una guerra fallida contra las milicias osetias armadas y apoyadas por los rusos. En otra guerra más perdida por los georgianos, finalmente la Federación Rusa, de la mano de su presidente, Vladimir Putin, reconoció como “estados independientes” a Osetia del Sur y Ajbasia, regiones que al día de hoy siguen bajo la órbita rusa.

Ucrania, aparte de esta guerra injusta que ahora sufre en sus carnes, ya en el pasado padeció las apetencias territoriales rusas, cuando en marzo del 2014 Rusia apoyó un proceso de secesión de Crimea para, a renglón seguido, declarar oficialmente su anexión, en una acción tan súbita y rápida que dejó desconcertadas y casi sin capacidad de maniobra a las autoridades ucranianas. La violación del derecho internacional es evidente por parte de Rusia y ningún país del mundo ha reconocido tal anexión, considerada ilegal por la comunidad internacional. Ahora parece que las pretensiones rusas pasan en esta guerra por anexionarse el Donbás, una región levantada en armas contra Kiev desde el año 2014 y cuyas milicias separatistas son apoyadas, financiadas y armadas por Moscú.

Relaciones EEUU-UE

Las relaciones entre Estados Unidos y Europa, más concretamente con la Unión Europea (UE), nunca habían estado en un mejor momento, dejando atrás los momentos turbulentos vividos durante el mandato del presidente Donald Trump y que supusieron una seria erosión del vínculo transatlántico. Ambas partes, junto con Canadá y otros aliados occidentales, consideran que Rusia ha pasado todas las líneas rojas y que es el momento de actuar, bien sea aplicando duras sanciones internacionales, tal como lo están haciendo, o apoyando a Ucrania con envíos de sofisticado armamento, algo que ayudará a la resistencia ucraniana pero que no cambiará la desproporción de fuerzas en favor de Rusia en el actual conflicto.

Por su parte, la UE se alista para cambiar su política de seguridad y defensa, rectificando su neutralidad pasiva e incrementando sus gastos en materia militar. En Alemania, que mantenía desde el final de la Segunda Guerra Mundial un perfil muy bajo en gastos en materia de defensa, su canciller, Olaf Scholz, ha anunciado que este año su país gastará un 2% de su PIB en su presupuesto militar y que creará un fondo de 100.000 millones de dólares para modernizar sus Fuerzas Armadas, en un gesto que significa un giro radical en su política de neutralidad y no intervención en los conflictos en la escena internacional. 

“El objetivo es desarrollar un ejército poderoso, avanzado y que nos proteja de una manera fiable”, aseguró el jefe de gobierno alemán tras anunciar las medidas que significan un cambio histórico. Atrás quedan para siempre los tiempos de Angela Merkel, cuya amistad y cercanía con Putin era notoria, y quizá también quedé enterrado para siempre el gasoducto Nord Stream, megaproyecto por el cual Alemania recibiría el gas ruso y cuya dependencia del mismo es un lastre para la mayoría de los países europeos en estas aciagas horas.

También el resto de los países de la UE han anunciado el objetivo de incrementar sus gastos en materia de seguridad y defensa, incluyendo a España, y llegar al 2% de su PIB en el presupuesto militar. Nadie duda ya que Rusia se ha convertido en una amenaza en la escena continental y que sus reclamaciones, que van más allá de Ucrania, podrían derivar en futuras crisis de un alcance desconocido todavía. Moscú sigue reclamando a la OTAN que la presencia de fuerzas militares en los países limítrofes, pero especialmente en los países bálticos y Polonia, constituye una amenaza a su seguridad y ha advertido que la presencia de las mismas generará tensiones en el futuro. 

En lo que respecta a la OTAN, hay que reseñar que sale fuertemente legitimada y consolidada tras la crisis de Ucrania. La mayor parte de sus treinta socios considera que la organización tiene más vigencia que nunca y que su sola existencia inhibe a Rusia a ir más allá de Ucrania en su carrera militarista e imperial por imponer un nuevo orden internacional a sangre y fuego en el continente. El artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, o de Washington, es el principio que establece que un ataque a un miembro de la OTAN representa un ataque a todas las naciones de la organización. Esta ha sido la piedra angular de la alianza desde que se fundó en 1949 como contrapeso a la Unión Soviética y el solo ataque por parte de Rusia a un país miembro de la OTAN provocaría, casi con toda seguridad, el comienzo de la tercera guerra mundial.

El papel de China

China, que desde mucho antes del comienzo de esta crisis se había manifestado como una gran aliada de Rusia en la escena internacional, se ha mostrado muy condescendiente ante la agresión de su aliado contra Ucrania y se ha negado a condenar la misma. Tampoco ha hecho valer, pese a los llamados de varios países occidentales en este sentido, su papel de mediador y muestra una gran cautela ante la evolución de la guerra, sin emitir condenas ni deplorar los ataques rusos contra la población civil. 

Mientras que la situación en Ucrania se estanca y lo que se presentía como un paseo militar se ha convertido en una encarnizada guerra, la tensión en la isla de Taiwán vive su momento más crítico en muchos años debido a los sobrevuelos por parte de aviones militares chinos sobre territorio taiwanés y por los reiterados anuncios de China de anexionarse este país, amigo y aliado de Estados Unidos, por la fuerza.

Muchos analistas han sugerido que este momento podría ser aprovechado por China para incrementar la presión sobre Taiwán e incluso para anexionarla por la fuerza. Sin embargo, las diferencias de Taiwán con respecto a la crisis entre Ucrania y Rusia son muchas y no hay que olvidar que sería un ataque contra un país “hermano” en el que viven también chinos. Ambos países comparten las mismas tradiciones, la cultura, la lengua y una filosofía del mundo; un ataque a Taiwán tendría, además, un alto coste en términos de marketing político para China, en un momento en que intenta proyectar su liderazgo en todo el planeta y ejercer como potencia decisiva en un mundo cada vez más multilateral.

Escenarios previsibles para el final de la crisis

La intervención rusa en Ucrania no le saldrá gratis a Vladimir Putin. Aparte de que las sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos, Canadá, la UE y otros países ya están haciendo mella en su economía, la guerra no está discurriendo como se preveía, con numerosas bajas aunque Moscú guarda silencio, y las fuerzas ucranianas están mostrando una resistencia inesperada ante el enemigo, debilitando la moral del ejército ruso y significando un alto coste para Rusia en la escena internacional, tanto en términos de imagen como de proyección exterior. A continuación analizamos los tres previsibles escenarios que se vislumbran al final de una crisis que quizá va para largo.

1. Una derrota seguida de la rendición de Ucrania. La desproporción de fuerzas militares entre ambos países permite atisbar, en el corto o largo plazo, una derrota de Ucrania seguida de su rendición en el campo de batalla. Quizá a la derrota se le dé una escenificación pública en una suerte de negociaciones entre las partes y que significaría la política de hecho consumados sobre el terreno, es decir, la anexión de la región de Donbás a Rusia y la aceptación por parte de Ucrania de su desmilitarización, tal como exige Moscú.

2. La partición de Ucrania en dos partes. Realmente es un escenario que ya está aquí, pues el ejército ruso controla el Donbás y previsiblemente controlará la salida de Ucrania, a través del puerto de Mariúpol, al mar de Azov. Parece que uno de los objetivos de esta guerra es unir a los territorios del Donbás con la península de Crimea a través de un corredor territorial controlado por Rusia y sustrayendo de estos territorios a Ucrania, un objetivo no anunciado por el Kremlin pero que parece, a tenor del desarrollo de la guerra, uno de los objetivos finales.

3. Una guerra larga y de desgaste por unos meses más seguida de la partición de Ucrania. La guerra puede ser mucho más larga de lo que preveía Putin y puede ocasionarle un mayor desgaste, tanto en términos políticos, económicos y militares, de lo que esperaba y una gran erosión ante su propia opinión pública y en la escena internacional, algo que desde luego ni le preocupa ni le importa. Pero, lo que sí queda meridianamente claro a tenor de la evolución del conflicto es que a Ucrania le costará mucho volver a recuperar los territorios de Donbás y Crimea y, lo más probable, es que ambas ocupaciones se consoliden y se mantengan tras la guerra.

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