Podría empezar diciendo que estaba el “todo Madrid”, pero aunque sería un poco verdad más exacto es precisar que estábamos solo unos poquitos; privilegiados, elegidos. Estaba su padre, Juan, y estaba Noemí, su mujer. Y sus más íntimos, los que acuden a todas sus presentaciones desde el principio, desde hace esos veinticinco años que estaba celebrando con su autor estrella la editorial Destino (sólo Delibes tiene más títulos en su afamado catálogo). Estaba también el director de Planeta, Jesús Badenes, que es gran conversador y siempre muy amable conmigo, y por supuesto Laura Merle, su agente desde el principio. No sigo dando nombres porque aunque éramos pocos citarlos a todos sería demasiado largo y prolijo; sólo añadir que estaba Rajoy, entiendo que en calidad de fan o lector de Lorenzo. Ah, y también estaba el director de la Guardia Civil… bueno, no sigo. Basta.
Era uno de junio, eran las ocho y media de la tarde, y en lugar de estar en la terraza del hotel situado en la calle Alcalá (no sé por qué mi idea era que se iba a celebrar en los jardines de Cecilio Rodríguez), nos encontrábamos un poco apelotonados en la planta baja del hotel en cuestión y en una sala de dimensiones suficientes situada detrás del bar. El ambiente era magnífico. Habló el director de Destino, Emili, y un catedrático de español, brillantísimo, que hizo una glosa de la obra de Lorenzo Silva, centrándose especialmente en la serie de Chamarro y Bevilacqua (siempre pongo a las mujeres primero; me gusta presumir de antiguo). Y luego habló Lorenzo. Improvisó. Hay que ver cómo improvisa, el tío. Qué capacidad. No pude evitar sacar la pequeña cámara que llevaba, forzar el zoom muchísimo (había mucha gente delante de mí) y tratar de atrapar el momento; lo que salió puede verse en el enlace que pondré al final del artículo (no voy a pedir disculpas por los temblores, ni las deformaciones de imagen, porque como cineasta reivindico precisamente el temblor, la imagen con corazón y sencilla, incluso torpe, como respuesta y desafío a la aburrida e inhumana perfección del videocine digital).
Lo más importante para mí de aquella tarde, era jueves (acabo de comprobarlo en el calendario) es lo orgullosos que nos sentíamos todos de estar allí, lo orgullosos que nos sentíamos todos de Lorenzo Silva; más que excepcional: es único; no conozco a nadie con su capacidad de trabajo; ni tampoco con su potencia verbal e inteligencia. Yo no estaba allí como escritor, y mucho menos como periodista, sino como amigo. Probablemente Lorenzo es, en el mundo literario, mi mejor y más cercano. Y sin probablemente: lo es, y punto. Y desde esa condición me atrevo a decir que como persona es un regalo del destino (con minúscula, para el mundo, pero para mí con todas las mayúsculas).
A quien haya llegado hasta aquí le pido que le mire y escuche en el video. Lorenzo Silva, la tarde en la que le hizo el homenaje por sus veinticinco años de fructífera relación su editorial: Destino.
Terry Lennox desea un muy feliz día de cumpleaños al señor Marlowe.
